The Man Who Killed Don Quixote

Por Andrés Brandariz

España-Bélgica-Francia-Reino Unido-Portugal, 2018, 132′
Dirigida por Terry Gilliam
Con Adam Driver, Jonathan Pryce, Stellan Skarsgard, Olga Kurylenko, Joana Ribeiro, Óscar Jaenada, Jordi Mollà.

Algo es

M’an dicho que no hay sali’a
por esta calle que voy
M’an dicho que no hay sali’a
yo la tengo que encontrar
aunque me cueste la vida
o aunque tenga que matar.

“Y ahora, después de 25 años de hacer… y deshacer…” rezan las placas iniciales previas al comienzo de The Man Who Killed Don Quixote. La película maldita de Terry Gilliam, tras un accidentadísimo periplo, ha llegado a grandes y pequeñas pantallas. El resultado, para decirlo rápido y dar paso a otras cuestiones, no es demasiado memorable: como la mayor parte de la filmografía reciente del ex Monty Phyton, Quixote es derivativa, atolondrada, inconexa: demasiado carente de peripecias emocionantes para ser una película pura de aventuras y demasiado llana para ser una búsqueda erudita de resignificar la obra de Cervantes en la actualidad. Si el largo aliento de este proyecto no fuera tan conocido por cualquier cinéfilo, casi sería mejor no saberlo para poder juzgarla con menos dureza. 

De cualquier forma, hay razones para festejar su existencia. Ante todo, la victoria personal de Gilliam, que no puede excepto despertar simpatía a cualquiera que se haya aventurado en los desiertos estériles de la realización cinematográfica; el excelente casting de Adam Driver (reemplazando a Johnny Depp) y Jonathan Pryce (montando a Rocinante en lugar de Jean Rochefort y John Hurt, a quienes se dedica la película); la memorable escena de cierre, que no sólo clausura la historia con una nota muy alta (casi impropia del resto) sino que oficia de punto final a esta, cómo no decirlo, quijotesca empresa que Gilliam emprendió desde que leyera El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Manchapor primera vez. 

En su versión 2018, The Man Who Killed Don Quixote es la historia de Toby Grisoni (Adam Driver), un hastiado director de publicidades que vuelve a España a filmar luego de muchos años. El rodaje enfrenta múltiples inconvenientes, en un guiño a los infortunios registrados en el documental Lost in La Mancha(2002, Keith Fulton y Louis Pepe), a los cuales se suma el evidente desinterés de Grisoni. Durante una cena con el grupo de marketing, Toby se reencuentra, a través de un misterioso personaje que vende DVD’s truchos (Oscar Jaenada, más conocido en estas pampas como el deleznable Luis Rey de la serie de Luis Miguel), con la tesis de su escuela de cine, que filmó la última vez que visitó esas tierras de La Mancha. La película, en blanco y negro, rodada en fílmico y atiborrada de espectaculares planos en contrapicado, resulta otro guiño más de Gilliam hacia un cineasta tanto o más quijotesco que él: ni más ni menos que Orson Welles, quien filmó intermitentemente una versión del relato de Cervantes, que pasó a integrar la colección de sus proyectos inconclusos. 

El reencuentro con su tesis, recuerdo de una época en la cual estaba lleno de emoción por filmar, mueve a Toby a interesarse por los actores de aquella vieja película: pobladores de La Mancha sin experiencia en actuación, que él eligió dirigir en otro gesto estudiantil: un zapatero (Pryce) interpretó a Don Quijote y una joven de quince años (Joana Ribeiro) a Dulcinea. Toby encuentra a su protagonista, para descubrir una alarmante verdad: desde aquel rodaje, el zapatero se ha vuelto loco, cree realmente ser Don Quijote e identifica a Toby como su Sancho. A regañadientes, el cínico director emprende un absurdo periplo al lado de su chiflado protagonista. En ese camino se reencontrará, de a poco, con un sentido del honor y el compañerismo que había perdido por completo. 

Hay, en esta versión de la historia, cierta cuota de auto-revisionismo. A algunos elementos ya remanidos del cine dentro del cine(el arranque como una película que luego se revela como tal, la repetición de situaciones de manera idéntica con la intención de asemejar vida y cine) se suma una veta más introspectiva. En varias escenas en las cuales Toby se enfrenta a sus propias irresponsabilidades y su carácter de vendedor de humo: fue su insistencia en convertir en actor a un hombre que no lo era lo que enloqueció al zapatero; sus falsas promesas de estrellato perjudicaron la vida de Angélica, propinándole decepciones varias. En complemento del relato ligero de aventuras que propone,The Man Who Killed Don Quixote es una película sobre el daño colateral que el cine (y los cineastas), provocan en lo que los rodea; a veces evitable, a veces propio de una obsesión que puede convertirse en locura. El sugerente final desliza que abrazar esa obsesión quizás sea la única forma de entender al Quijote y perpetuar su legado, su inmortalidad; el legado de los que están dispuesto a todo en pos de la aventura, más allá de toda razón. 

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