Tigre
Argentina, 2017, 92′
Dirigida por Silvina Schnicer y Ulises Porra Guardiola.
Con Marilú Marini, María Ucedo, Agustín Rittano, Lorena Vega, Melina Toscano, Magalí Fernández, Tomás Raimondi y Ornella D’ Elía.
Atrapadas
Por Marcos Rodriguez
Un filo inestable y un tanto incómodo atraviesa Tigre. Es una frontera que produce roces entre dos formas estéticas que pueden parecer opuestas.
Por un lado, la película trabaja con ciertas ideas de minimalismo y sutileza: personajes que entran y salen sin que los veamos llegar, una historia a medias, un presente riguroso. Pero entre planos delicados de vegetación exuberante y planos detalles de rincones oxidados, cada tanto Tigre de pronto estalla en un despliegue de diálogos y lágrimas y primeros planos y confrontaciones que la acercan a lo melodramático, con todo lo que el melodrama tiene de potente pero también de frontal y evidente. Y artificioso.
Es así como en una misma escena podemos ver a Marilú Marini contemplar a través de la ventana bellamente encuadrada y en seguida escuchar una frase como: “No sé cómo te soportás”, dicho con un desprecio evidente y casi teatral, como gran diva en casa destartalada.
La convivencia de esos dos principios genera islas dentro de la película. Bellas secuencias como, por ejemplo, aquella en la que los adolescentes se dejan llevar por las aguas del río, con colchonetas inflables y cachondéz evidente, pero también con el simple placer de recorrer arroyos y meter las manos en el barro. También, momentos que tocan lo burdo, como aquel en que la madre siempre escotada y un poco borracha se le lanza encima al amigo de su hija, que al parecer perdió su remera al llegar a la casa y no la encontró más.
Por otro lado, ocurre en momentos que la mezcla de lo mínimo y lo melo termina por decantar hacia el costumbrismo, que sale un poco tieso (como en la gran cena con pavo, traumas infantiles y lágrimas con tormenta), como era inevitable que pasara cuando los personajes tienen tantas cosas importantes para decirnos.
En esta deriva hacia uno y otro costado, encontramos una tercera opción, enigmática y casi secreta. Los personajes hablan una y otra vez sobre una chica que se escapó de la casa, que si se sabe algo de ella, que me preocupa con esta lluvia, que ustedes no se metan con las cosas de mi familia, que no es la primera vez que lo hace. Pero antes de que los diálogos vinieran a encastrar esa pieza cuidadosamente en las tramas familiares del Delta, la vimos a ella, echada entre las cañas, joven, vibrante, callada. Ella, enigmática y sexual encarnación de un misterio, rondada por chicos calenturientos que se comunican con aullidos, es la llave de un secreto señalado pero no por eso menos intrigante.
Dos cosas son finalmente las que rescatan a Tigre de lo que podría haber resultado en un naufragio. Por un lado, está el amor que la cámara demuestra por lo que le ponen enfrente: el verde, unos cuantos chicos, caras, detalles, esquirlas de belleza que quedaron capturadas en la película y la abren y le permiten un aire que viene a ventilar tanto conflicto familiar. Por otro, hay un factor dramático que no es menor: a pesar de todo el empeño que pone la película por construir y retratar estas tensas relaciones interpersonales, que se presentan, se muestran, se explican y se comentan, a fin de cuentas, lo que parece interesarle a Tigre es la tensión misma, y no tanto su resolución. Eso la aleja de los sentidos cerrados, de las líneas demasiado simples. Todos parecen tener problemas con todos pero siempre es así.
La gran secuencia final, con disfraces y catarsis, funciona como cierre de todo lo que se fue construyendo: nada quedará de todo esto, nada se resolvió, las chicas (de diferentes edades) siguen todas más o menos frustradas, lo que se quería impedir finalmente pasó (el avance de los barrios), no cambió nada pero al menos durante un rato podemos jugar y reír y vivir un momento de cine.
