Tortugas Ninja: Caos mutante

Por Ariel Esteban Ramos

Teenage Mutant Ninja Turtles: Mutant Mayhem
EE.UU., 2023, 99′
Dirigida por Jeff Rowe y Kyler Spears.
Con voces de Micah Abbey, Shamon Brown Jr., Hannibal Buress, Rose Byrne, Nicolas Cantu, John Cena, Jackie Chan, Ice Cube, Natasia Demetriou, Ayo Edebiri, Giancarlo Esposito, Post Malone, Brady Noon, Seth Rogen, Paul Rudd y Maya Rudolph.

Volver a empezar

Cine poblado de adolescentes y preadolescentes. Bah, poblado… somos 50 personas en esta primera función del día, llamativamente poco. El editor me dijo que no necesitaba ser un experto en la historia de los cuatro quelonios para entender. De todas formas, llevé a mi hijo, que anda bien en matemáticas y gustos retro. Bastión y bastón cultural. 

Y era así, nomás: un universo a prueba de virgos donde todo vuelve a empezar. Notable que la tira se resista a caer en UNA historia de origen, y así trazar un único punto de fuga para la franquicia, haciéndola definitiva, cerrada, limitada. No, la saga crece como en la famosa paradoja de otra tortuga famosa, una que corría con Aquiles: expandiéndose hacia un infinito espacio narrativo interior. Mi socio adolescente me soplaba: “esto es como el hombre araña, donde todo vuelve a empezar cada vez”. Ruego que no aparezca luego un multiverso de las tortugas, una metahistoria de origen que coloque cada pieza en su lugar, digamos. Ya lo hizo Marvel, estuvo bien y ya quiero que deje de hacerlo. El universo desordenado, dispar y sin por qué es más humano, más real y hasta más clásico: pienso en la Ilíada consagrada, por un lado, y luego en ese caballo de Troya que corre por fuera, en las pistas de otro poema. Si la realidad tiene muchos puntos de vista, ¿por qué insistir en encontrar uno solo? 

Demasiado prólogo. La película es extraordinaria, y como me piden una cantidad mínima de palabras, voy a tratar de transmitir por qué.

¿Por qué contar la historia siempre desde cero? Además de absorber a una audiencia lo más amplia posible, está el cambio de énfasis. Aquí, el centro de gravedad es la fragilidad de la adolescencia. No al estilo de los jóvenes de cristal. Las cuatro tortugas están criadas bien a la antigua por un padre rata que, a pesar de tener la voz de Jackie Chan, es una Yiddische mame hecha y derecha. “Quédense con papá en casa”, mandato que obedecen y desobedecen con culpa en la medida justa. A pesar de ese punto retro de las artes marciales, es una adolescencia actualizada: mucha pantalla, música, les gustan las chicas, leen manga. Todo muy tradicional, sin bajadas de línea inclusiva hasta que aparece April O’Neal, que ha cambiado su tono de piel. La pelirroja es ahora afroamericana. Pero el cambio no resulta forzado para el barrio The Foot, un constructo hecho de Bronx, Brooklyn y algo más. Y me pregunto, señores progresistas: ¿les pareció mejor una April negra porque es un barrio más lumpen? Ser woke es un oficio de riesgo, nunca sabés si no te estás pegando un tiro en el pie. Pero estamos en muy otro universo que los Bridgerton, y aquí la nueva April funciona bien. Tengo que revisar mis privilegios…

Los adolescentes se sienten monstruos (como padre de uno, confirmo que es una época de caos mutante, gran título), son de repente grandotes, a veces fuleros, y se diferencian… integrándose.  Se alejan de sus familias y toman los códigos de su nuevo grupo, tan lleno de granos como ellos. Una dialéctica extraña entre destacarse y pasar desapercibidos. En el caso de las tortugas, no sólo tienen que lidiar con su aspecto mutante, sino con su sobreprotector padre adoptivo, que encabeza una familia autosegregada. 

Estoy buscando las fotos de los artistas de voz y veo que son adolescentes reales, chicos: me saco el sombrero dos veces porque la performance es superlativa. Pero los villanos están aún mejor y no sólo por las voces (con acentos reconocibles de todo tipo), sino porque desde el guion y la realización de imagen, la caracterización es eficientísima. Con dos pinceladas, dejan de ser muñecos con texto y percibimos personalidades, incluso ya antes de que aparezca el relato de su historia familiar, de una ternura conmovedora. Y que conste que estoy en contra de historizar villanos para el público infantil, de explicarlos, justificarlos. Para los más chiquitos, la bruja es mala porque es mala y basta. No les jodamos la cabeza con sutilezas si después les tenemos que explicar que no acepten caramelos de extraños. Pero aquí tratamos con adolescentes, y es otro planeta. Empiezan a descubrir los matices y contradicciones que pueblan el mundo adulto. Incluso los de sus padres, ¡insolentes! Esta familia de villanos liderados por Superfly también busca asimilación, pero quiere lograrla por el camino inverso de la violencia y la dominación: si somos mutantes, que muten todos los demás. Que el mundo se asimile a nosotros, o muera. Nadie lo dice, pero la filosofía que justifica a los adolescentes de cristal queda claramente de este lado, aunque sus violencias no sean abiertamente físicas.

Y es por este ángulo que se aborda el bullying: la familia villana sigue desde recién nacida a su líder, el hermano mayor tiránico, con su mandato de asimilación forzada. Un poco como el cancherito agresivo del colegio. Cuando llega el anticlímax, uno a uno, sus adláteres se rebelan, y nos parece estar en una terapia familiar, en un momento de insight. No se recurre aquí (agradecido) a gestos forzados de empatía o de comprensión superior del bien y del mal. Para el público objetivo de esta saga, los adolescentes, la decisión es más que acertada: sentido común. Hacelo simple. Necesito citar ahora un manual de psiquiatría que tengo por aquí: “La persistencia de patrones infantiles de organización mental en la vida adulta implica que el pasado se está repitiendo a sí mismo en el presente”. La escena de la rebelión familiar de los villanos opera justamente como un corte de esa repetición, que es una reelaboración de la identidad. Así, el filme puede leerse como una historia de la adolescencia en cámara rápida: rechazo-integración-diferenciación. En el plano dramático, esto equivale a un cambio de género. Del cómic más o menos clásico, pasamos a una versión light del Bildungsroman pero en tono de family soap opera

Decíamos que es una narración convocante, abierta al no iniciado, pero tampoco faltan escenas de referencia y homenaje. De hecho, los guionistas lo asumen y lo transforman en un recurso de identificación de las tortugas adolescentes, que citan referencias de todo tipo. Las escenas de lucha son extraordinarias y originales, con un hermoso homenaje a aquella toma continua de Old Boy contra el mundo. Para la forma de abordar el aspecto físico de un mafioso, un tema espinoso hoy, se encontró una salida elegante: luchan sucesivamente contra cuatro pandillas mafiosas de características culturales y raciales muy diferentes, pero en una sucesión de planos como si se tratara de la misma pelea. Una forma simpática de decir, como todo padre ha dicho o debería decir alguna vez, que gente buena y mala la hay de todos los colores. Una incógnita deja el apellido de la máxima villana, Utrom, cabeza de la empresa que creó el Mutágeno, que podría ser apenas un guiño, o el aviso de la participación futura de Krang o de los Utrom.

Definitivamente, es una película para ver. Si la animación puede leerse en dos niveles, uno para los niños y otro para los adultos, ambos niveles están actualizados y enriquecidos para que los temas tratados no resulten complejos, triviales, ni demasiado explicados. El secreto: todo está en clave de diversión. Se puede reír, y con ganas. No puedo pedir más. ¡Cowabunga!

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