Tower of evil (Jim O’Connolly, 1972)

Por Santiago Gonzalez

Esta sección nació para morir mil veces. O quizás en vez de Lost and found debió haberse llamado Quémese después de verse. Acaso porque al tratarse de links abiertos para películas raras, extrañas o difíciles de ver, esos links en cuestión no duran mucho en la red. O en algunos casos, suerte mediante, quizás hasta podemos tenerlos ahí donde están durante un tiempo prolongado. La realidad es que esta sección flamígera vuelve este mes por más material. Lo que no podemos asegurar es que ese material esté disponible siempre.

Llama la atención que cuando se trata de estudios sobre el género de terror en los setenta haya tan poco material sobre lo que se producía en Inglaterra. Esto no significa, desde ya, que no hubiera películas valiosas o que no hubiera una producción numerosa, en todo caso da la sensación que fueron eclipsadas por aquello que hacían sus vecinos. Tengamos en cuenta que la famosa renovación del fantástico y el terror no solo fue en Estados Unidos, Italia y España, sino que fue en todos los países que abordaron al género ya sea central como periféricamente. Sin ir más lejos, hay numerosos libros analizando el fenómeno del fantástico en el marco de lo que se conoce como el terror europeo de tradición latina, pero de las formas anglosajonas como en Inglaterra durante el postclasicismo, es decir, entre mediados de los 60s y los 80s, poco y nada. Si los hay sobre la anterior década, que va de mediados de los 50s a fines de los 60s, particularmente referidos a la productora Hammer y sus ramificaciones.

El porqué de esto es más bien simple. No solo se trata del legado que dejo dicha productora -que al fin y al cabo renovó a los mounstros clásicos y proporcionó al género nuevas estrellas, aunque no nuevos íconos ni nueva mitología-, sino que era algo propiamente inglés, de su propia identidad. La Hammer -y también sus imitadores- supieron traer a pantalla a todo aquello que hiciera identificable y volviera visible a la cultura fantástica inglesa. Para ser más explícitos la Hammer fue igual de inglesa aunque no tan popular como los Beatles, de ahí su reconocimiento por sus logros en el cine. Hablamos de la productora que construyó los mayores éxitos del cine inglés hacia el resto del mundo. Por otro lado a principios de los sesenta Inglaterra encontró un espacio virgen para el resurgir del género, todo esto en el marco de la cultura pop. El optimismo económico y político que desbordaba la época -fundamentalmente la primera mitad- hizo de la producción cinematográfica una de sus grandes industrias culturales. 

Ahora bien, en los setenta el panorama era distinto. La crisis tanto política como económica se hizo palpable y las dos productoras más famosas (la mencionada Hammer y su rival Amicus) empezaron a morir lentamente, por lo que la densidad de producciones (asi como la calidad de muchas de ellas) tendió a la baja. Lo extraño es que aun así siguieron saliendo cantidad enorme de películas de terror y sobre todo -quizás esto sea lo más importante- este contexto de transición dio pie a la aparición de directores independientes que se metieron de lleno en un género que previamente no habían abordado. Pero otra vez ocurre algo raro: miles de directores de otros países son recordados pero una niebla londinense nos tapa el submundo de los ingleses, del cual apenas asoma Pete Walker.

Tower of evil es de 1972, el mismo año en que Walker filma su primera película de género, The flesh and blood show. El dato no es menor ya que esta película y el cine de Walker tienen varias cosas en común. Tower of evil fue dirigida por Jim O’Connolly, un tipo que dirigió poco -entre cuyos títulos se destaca Berserk (1967) con Joan Crawford- pero que en general no hizo casi nada destacable y seguramente sea recordado más que nada por esta película. Los elencos de la película de Walker y la de O’Connolly incluso coinciden. Esta película junto otras de Walker van a entrar en la lista de video nasties de Gran Bretaña por su exceso de violencia. Frightmare (Pete Walker, 1973) va ser, por ejemplo, la contraparte de películas americanas como The Texas chainsaw Massacre (Tobe Hooper, 1974) y The hill have eyes (Wes Craven, 1977).

El problema es que las películas de Walker comienzan a mirar el proceso desde el lado de la renovación, O’Connolly, en cambio, va a ser responsable de una obra de transición entre dos períodos. Tower of evil es considerada un proto-slasher y curiosamente -a pesar de que dudo que sus responsables la hayan visto- una influencia directa de Hell night (1981). Pero lo que más en común que tienen ambas películas es esa atmosfera de putrefacción y perversión. La sensación que tenemos es que algo huele feo y muy mal en estas películas. El terror de esta etapa de transición ya no viene desde Transilvania ni de los lugares que estipulaban los mitos clásicos, desde ya, sino que es algo más cercano y más material. En ese sentido ambas películas son hijas de su época pero creo que Walker fue más consciente de eso, a pesar de que lo niegue en varias entrevistas.

En Tower of evil dos marineros llegan a una isla supuestamente vacía que tiene un faro que a la vez sirve como casa. Ahí encuentran varios cadáveres y a una joven sobreviviente que asesina a uno de ellos. Tiempo después será interrogada mediante hipnosis para averiguar que ocurrió en ese lugar. Mientras esto pasa, un grupo de arqueólogos y un investigador privado llegan a la isla para comenzar una investigación.  A partir de este punto dos tramas van transcurriendo al mismo tiempo: una que juega al misterio e intriga y otra que se acerca al cine slasher. Las dos funcionan, a pesar de sus evidentes errores. La intriga va perdiendo espacio, al igual que la sobreviviente, a quien en un principio creemos es la protagonista. Quiero detenerme en esto porque mientras la veía pensaba que sería una película mucho más redonda si no existiera la otra sub-trama, si solo fuera la reconstrucción de los hechos que ocurrieron. Esto se debe a que esa intriga se mantiene durante lo que dura y es mucho más atractiva que lo que está ocurriendo en la isla.

El ejercicio de imaginar otra película a partir de un material ya existente logra que retengamos los mejores momentos y descartemos lo innecesario. En Tower of evil hay muchos de ambos. La culpa es de O‘Connolly que no puede ver más allá del material, lo contrario a Walker. Para cuando llega la revelación, que es obvia y hasta graciosa, la parte slasher ya acaparó todo. Y no es que esté mal, ya que de hecho entrega todo lo que el sub-genero promete pero deja una extraña sensación. Es una película que funciona y a la vez no. Que a veces es shockeante y otras veces sutil, que busca generar intriga cuando ya no la hay.

A su vez Tower of evil funciona como doble función con otras películas de la época. Pero vale la pensa pensar contrastes y similitudes para entender su carácter de transición. Comparte cosas, por ejemplo, con Raw Meat (Gary Sherman, 1972). Ambas son sucias, grotescas, parten de la explotación más escabrosa, de hecho uno se siente sucio viéndolas, como si viera algo clandestino, a s vez ambas juegan con el cine de intriga clásico. También -y acá incluyo a la primera incursión de Walker en el género- pareciera que todavía están encadenadas al cine de la década pasada. En Raw meat esto se traduce en que actúe Donald Pleasence y que haya una breve aparición Christopher Lee, obviamente como gancho publicitario para vender calidad en una historia que transcurre bajo tierra y con trabajadores que acometen una venganza contra la clase alta. Pero los protagonistas son otros, una pareja de jóvenes que parecieran vivir en otro mundo.

Dudo que las implicancias políticas/sociales estén presentes en Tower of evil, pero de seguro hay un mundo abajo. De hecho ese pasado bajo tierra se puede ver como ese cine que ya no se podía hacer en el presente. ¿Y no retrotrae ese faro, la torre del mal de título, a la guarida del doctor Frankenstein? Hay un poco de aventura clásica, inclusive, con esos personajes yendo en velero a una isla remota. Asimismo el descubrimiento de un tesoro convoca a otras tradiciones cinematográficas. Hasta esa parte de intriga policiaca pareciera más bien anclada en lo que estaba haciendo en este entonces la televisión inglesa, esa que mezclaba la ciencia ficción, el cine de espías y el fantástico. 

Pero ahí está la violencia y la sangre para diferenciarla. El público de la década del setenta ya estaba cansado de los vampiros, de los piratas, de los mounstros clásicos. La necesidad de renovación se respiraba a ambos lados del Atlánticántico y era compartida por distintos países. Algo que llama la atención es que mientras los títulos antes mencionados trascurren en el presente la acción de Tower of evil ocurre en lugares cerrados. Un laboratorio, una isla -que se nota que es un estudio- y a lo sumo en un bar. No hay prácticamente alusiones al presente. La película vive en una nebulosa del tiempo.

Por otro lado es una película cargada de una violencia enorme. Es asquerosamente sangrienta, aunque la palabra que mejor la define sea la de chancha, algo que está en la suciedad y se revuelca con disfrute. De hecho, no se me ocurren ejemplos en cuanto a lo sangriento en el cine inglés de esa época, ni siquiera la mencionada Raw meat y o The blood and torture show (Pete Walker, 1974) se le acercan. No significa que no hubiera películas violentas pero no las había tan chanchas y lo más cercano que se me ocurre es esa salvajada alemana llamada Mark of the devil (Michael Armstrong- Adrian Hoven, 1970)

A fin de cuentas, Tower of evil es otro claro ejemplo de película de explotación misógina, plagada de desnudos femeninos y violencia salvaje contra sus cuerpos. Las mujeres no son otra cosa más que víctimas en la película. Capaz sea esa sensación de despojo la que termina chocando. En todo caso Tower of evil es una película malsana, una anomalía, algo que quedó atrapado entre dos tiempos y que se abrió camino a hachazo limpio, justo en una época que pedía a gritos un cine más anclado en el presente, algo que solo un puñado de directores pudieron dar.

Pueden ver la película en este link

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