You were never really here

Por Rodrigo Martín Seijas

You Were Never Really Here
Reino Unido, 2017, 95′
Dirigida por Lynne Ramsay
Con Joaquin Phoenix, Alessandro Nivola, John Doman, Judith Anna Roberts, Alex Manette, Ekaterina Samsonov, Kate Easton, Jason Babinsky, Frank Pando, Ryan Martin Brown, Scott Price, Dante Pereira-Olson, Jonathan Wilde, Leigh Dunham, Vinicius Damasceno

Las expectativas, sus problemas

Por Rodrigo Martín Seijas

Las expectativas juegan siempre un rol. Y más si están alimentadas por factores temporales de alto calibre. Eso se puede ver con los nuevos films de realizadores con obras espaciadas en el tiempo: ahí tenemos los casos de Quentin Tarantino, Terrence Malick o Lucrecia Martel, donde cada nueva película que entregan nos expone ante terrenos fértiles para las reacciones extremas. Pareciera ser que es a todo o nada: de la euforia que puede rozar lo irreflexivo a la decepción que coquetea con lo furibundo sin solución de continuidad. Algo similar a ese fenómeno, acaso reservado para unos pocos, empieza a suceder con Lynne Ramsay, que arrancó su carrera con las estimulantes Ratcatcher(1999) y El viaje de Morvern(2002), para luego llamarse a silencio durante casi una década, volviendo luego con la magnífica -e inquietante- Tenemos que hablar de Kevin (2011). Luego vino otro parate significativo, que incluyó su abrupta salida de Jane got a gun(2015), justo a un día de empezar el rodaje, presuntamente por desacuerdos con la producción. Seis años depués del retorno triunfal y a tres del proyecto abortado, Ramsay vuelve.

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El retorno con You were never really here significó para Ramsay casi una reivindicación, que incluyó los premios al mejor guión (compartido con El sacrificio de un ciervo sagrado) y al mejor actor para Joaquin Phoenix en el Festival de Cannes de 2017. En mi opinión, una exageración absoluta, aunque vale la pena preguntarse si el que no está exagerando soy yo, esperando demasiado de la realizadora y castigándola en base a mi desilusión. Por qué? Quizás la decepción se deba a una presión, una demanda injusta, un conjunto de expectativas muy altas: con un puñado de films, Ramsay trazó rápidamente un estilo propio, distintivo, donde prevalece la inestabilidad y los protagonistas quedan relegados a los márgenes, apartados de un mundo que no los comprende y al que ellos tampoco logran descifrar. Su cine es uno donde predomina la extrañeza y hasta el desconcierto, con una puesta en escena que recorta los cuerpos y los contextos que habitan, poniendo a interactuar los espíritus desestabilizados de los personajes con espacios y tiempos que los rechazan, creando así marcos de conflictividad. Ese posicionamiento es el que le permite establecer relecturas genéricas sustanciales, donde las imágenes y sonidos dicen mucho más que las palabras a la hora de coquetear con los géneros que merodean sus películas. Por eso el salto al policial que representaba YWNRH era un enigma, a priori, apasionante.Pero también una vara subida un metro mas arriba.

Asi y todo, la respuesta al dilema que terminó siendo YWNRH es mucho menos estimulante de lo esperado, porque Ramsay se mantiene coherente en su visión, aunque esa coherencia la lleva a terrenos de repetición y previsibilidad que rozan la pose vacía. El relato, basado en un libro de Jonathan Ames (creador de las series Blunt talky Bored to death), se centra en un veterano de guerra (Phoenix), traumado por sus recuerdos y a la vez siempre predispuesto a la violencia, que se dedica a rastrear chicas perdidas y que se ve metido en un caso muy complicado que termina llevándolo al borde del precipicio de su propia existencia. Es decir, otra vez un personaje desclasado, quebrado, refugiado en su propia consciencia alterada, recorriendo un mundo líquido, inasible; y la sucesión de atmósferas inestables, donde la ciudad se convierte en un espacio entre vacío y hostil, en el que los cuerpos son anomalías permanentemente recortados por el punto de vista de la cámara y que rara vez pueden expresarse de otra forma que no sea violenta. El inconveniente no pasa tanto por construir un protagonista nuevamente marcado por lo marginal (al fin y al cabo, es una marca autoral que indica un punto de interés determinado y que no está ni bien ni mal: es una marca que existe y que brinda identidad por otros medios a los estrictamente formales) sino por la impostación de esa construcción, en la que termina importando más la operación estética (o incluso esteticista) que el delineamiento de personajes con volumen, personajes con los que se pueda empatizar aún desde la distancia (otro rasgo ramsayniano).

You Were Never Really Here

De hecho, YWNRH es una película que se ve y escucha realmente muy bien –hay un magnífico trabajo con la luz, un uso preciso del sonido y una composición sumamente inteligente a partir del fuera de campo y el posicionamiento de la cámara-, pero rara vez logra saltar por encima de los formalismos audiovisuales. Incluso hay una sensación que recorre el film en casi todo su metraje, y que es que Ramsay pareciera no terminar de valorar en su justa medida al género policial, como sí lo hacía con el terror –hasta derivar en el horror- en Tenemos que hablar de Kevin. De ahí que pareciera querer construir un policial para el circuito artie e indie, en una mecanización que guarda unas cuantas similitudes con lo que hacía Nicolas Winding Refn en Drive (no casualmente hay algo de la pose del afiche que muestra a Phoenix que reproduce el gesto adusto del protagonista de la película de Refn). Por eso tenemos a un Phoenix con una actuación tan introspectiva que, aunque parezca una ironía, se pasa de rosca. No por nada la directora busca anticiparnos a los estallidos a partir de estar atentos a las micro reacciones del cuerpo antes de la reacción violenta.

Quizás la mayor virtud del cine de Ramsay, al menos durante años, pasaba por cómo era capaz de crear humanidad y empatía indagando en las circunstancias donde esas nociones eran puestas en duda, en crisis casi irremediables. La expectativa (al menos la mía) estaba puesta ahí, y posiblemente por eso You were never really here queda marcada por la frialdad de su propuesta, por el goce del giro en el vacío, por el estéril enlace formal. A veces, el hiato entre lo que se espera (o se desea) y la realidad puede ser un gran abismo que ya no estamos en condiciones de saltar.

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