100 años de André Bazin: una antinecrológica

Por Hernán Schell

El padre que no fue

Por Hernán Schell

Hace unas semanas se cumplió un siglo del nacimiento de André Bazin. Para ser más precisos: se cumplió un siglo del nacimiento de quien suele ser considerado el mejor crítico de cine de todos los tiempos y el fundador de la crítica moderna. Por supuesto, ambos calificativos son discutibles: primero porque lo de “mejor crítico” dependerá de los gustos particulares -en lo personal, me gustan un poco más Manny Farber y Serge Daney, ¿pero por qué puede importarle eso a alguien?-, segundo, porque esa clase de afirmaciones panegíricas terminan siendo más funcionales a resaltar la estatura de alguien o de algo que para aportar ideas o pensar críticamente. Es como cuando se dice que Roma, ciudad abierta fundó la modernidad en el cine o que Sergio Leone fue el primer cineasta posmoderno. Categorías tan complejas, discutibles y llenas de matices como “modernidad” son más difusas y relativas de lo que uno quiere llegar a admitir, y sus aplicaciones son siempre contrastables. Pero bueno, incluso si uno deja estos calificativos de lado, aún así puede concluirse que André Bazin fue un crítico brillante, genial incluso, esencial para el desarrollo de esta disciplina y cuyo nombre produce en la crítica de cine una suerte de inmediata reverencia.

Así y todo, su importancia no parece verse reflejada, por ejemplo, en su entrada de Wikipedia. Tanto la versión en inglés como la española (la francesa es una poco más generosa, pero no mucho) de esa base de datos le dedican a Bazin una biografía de unos pocos párrafos en donde se enumera algún que otro hecho profesional, sin ahondar nada en ninguno de sus ensayos. Peor aún, en ambos casos se dice que Bazin fue un firme defensor y precursor del autorismo -disparate mayúsculo: si había algo a lo que Bazin miraba con desconfianza era a la política de los autores- que muestra que los redactores que hicieron la entrada ni se gastaron en leer sus ensayos.

Bazin Et La Camera

Que el más importante y respetado representante de la crítica de cine tenga una entrada tan miserable en la más popular de las enciclopedias habla de algo quizás inevitable: la crítica de cine será siempre un ejercicio minoritario, muy interesado en una disciplina demasiado específica como para llegar a un reconocimiento general. Nada que lamentarse, no recuerdo quién dijo que nunca habrá un monumento de un crítico, pero quien lo hizo -aunque lo haya hecho para ningunear un oficio que a mí me parece de lo más noble- describió con precisión y síntesis la inevitable impopularidad de esta disciplina. En todo caso, lo que me asombra más de Bazin es que a esta persona a quien llamamos padre de la crítica moderna la idea del autor no sólo le resultaba menos determinante que otros problemas sino que, además, terminaba expresando conceptos distintos sobre la misma, conceptos distintos a los que vulgarizaron en torno a su obra. Basta con leer un párrafo del que quizás sea su artículo más famoso: el de Ontología de la imagen fotográfica. Allí Bazin dice lo siguiente.

“La originalidad de la fotografía respecto a la pintura reside por tanto en su esencial objetividad. Tanto es así que el conjunto de lentes que en la cámara sustituye el ojo humano recibe precisamente el nombre de “objetivo”. Por vez primera, entre el objeto inicial y su representación no se interpone más que otro objeto. Por vez primera una imagen del mundo exterior se forma automáticamente sin intervención creadora por parte del hombre, según un determinismo riguroso. La personalidad del fotógrafo sólo entra en juego en lo que se refiere a la elección, orientación y pedagogía del fenómeno; por muy patente que aparezca al término de la obra, no lo hace con el mismo título que el pintor. Todas las artes están fundadas en la presencia del hombre; tan sólo en la fotografía gozamos de su ausencia”.

Cuando Bazin hablaba de “gozar” de la ausencia de un artista sintetizaba, con hermosa economía de palabras, lo poco que le importaba a él revindicar la idea de un “auteur” atrás de una obra y lo mucho que, por el contrario, adoraba la idea de una fotografía y un cine que tuvieran la belleza de lo azaroso. Y a su vez la posibilidad de pensar una imagen grandiosa que no haya sido siquiera calculada. Cosa curiosa, cuando Bazin co-fundó Cahiers du cinema y apadrinó una cantidad importante de críticos jóvenes, lo primero que hicieron ellos fue polemizar contra su propio maestro y entablar lo que luego se conoció como la política de los autores. Allí, en mayor o menor medida, se privilegió la idea de planeamiento y la mirada personal por sobre cualquier tipo de regodeo en el azar e impredictibilidad. A su vez, se acompañó esa teoría pensando en directores de Hollywood que, dentro de una industria y trabajando con restricciones, lograban poner su identidad en cada uno de los largometrajes que hacían. Esos jovencísimos Godard, Truffaut, Chabrol, Rohmer y Rivette, a los que Bazin cariñosamente llamaba los hitchcock-hawkskianos, gustaron pensar las películas que más les gustaban como un cine con una voz personal. Bazin decía que esto era un pensamiento propio de un chico joven, regodeado en la idea de la rebeldía contra el sistema y la ruptura de un orden tan férreo como el del sistema de estudios del Hollywood clásico.

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Los jóvenes, si uno lo piensa bien, ganaron la batalla dentro de Cahiers du cinema. Y son quizás ellos -y no Bazin- los verdaderos iniciadores de toda una nueva etapa en la crítica. La política de los autores (más concentrada en la forma, en la idea de una puesta en escena creativa que en la idea de un universo personal), luego devenida en la aún más esquemática teoría de autor de Andrew Sarris, se impuso como la más claramente influyente de todas las teorías críticas jamás esgrimidas.

¿Por qué finalmente fue más fácil abrazar la herencia hitchcock-hawkskiana antes que la baziniana ?

Creo que sobre esto hay dos versiones posibles: una benevolente y otra mas dura para con la crítica actual.

1. La hipótesis benevolente  dice que la razón por la que los hitchcock-hawkskianos triunfaron es porque, básicamente, esgrimieron una idea más convincente, más fácilmente aplicable. Más allá de las objeciones que ha tenido (que no cuenta con el hecho de que el cine es un arte colectivo, que puede volverse simplificadora y contenidista hasta lo obsceno), lo cierto es que la política de los autores primero (y la teoría después) sirvió y sigue sirviendo para reivindicar en su justa medida a enormes directores del cine americano clásico. Pero también fue funcional a la hora de aportar lecturas ingeniosas sobre constantes de muchos directores que, trabajen con guiones ajenos o propios, en el cine independiente o en superproducciones millonarias, conservan efectivamente sellos genuinos y logran mantener un diálogo entre sus películas.

Que esto haya derivado y siga derivando en mecanismos perezosos que puede tener un crítico (y sí, quien escribe estas líneas se confiesa culpable de haber caído en estas faltas) para hablar menos de la película particular que enumerar cosas más o menos sabidas de las constantes de un realizador. Que el autorismo haya hecho estragos en directores que, obsesionados con conservar su marca autoral, hayan entregado película a película menos de lo mismo es otro tema. Lo cierto es que, guste o no, el autorismo hoy persiste en el cine y se sigue articulando con mucha presencia, tanto en el Hollywood industrial como en el cine más rabiosamente independiente de cualquier parte del mundo.

¿Y qué hay con las teorías del realismo baziniano?

Por supuesto, están presentes. Se pueden aplicar a ciertas ficciones, y aún más a varios documentales. Pero así y todo quizás el tema con el realismo baziniano es que con el correr de las décadas terminó siendo más aplicable a la televisión (y después a cualquier imagen tomada por multiplicidad de cámaras) que al cine en sí. En buena parte porque son la televisión y el mundo de las cámaras los que se ajustan mucho más a la idea baziniana de un arte que se libera de su artista, de imágenes que surgen a pesar de quien está filmando la propia escena. Bazin estaba fascinado con la idea de un cine capaz de registrar, por ejemplo, momentos de peligro. En uno de sus escritos más célebres, escribía admirado como unos tripulantes de la expedición Kon Tiki habían logrado registrar un pedazo de aleta de un tiburón que podía matarlos. Bazin podía decir que la imagen se veía borrosa y que claramente a esa gente no le interesaba filmar bien, pero que ese momento podía ser inolvidable porque registraba el peligro.

Es una reflexión genial y hermosa, pero hoy aplica menos al cine que a filmaciones caseras de You Tube de gente que filma animales salvajes, o a canales de televisión que, obligados a filmar 24 horas, pueden de pronto registrar cosas terribles sin que la persona que sostiene la cámara sepa de qué estaba hablando.

Ahora bien, esta es la versión benevolente. Bazin entonces no influyó tanto porque al fin y al cabo el mundo de la imagen derivó hacia un lugar que él no planificaba.

2. La hipótesis más dura podría decir otra cosa, y es que no tomamos el camino de Bazin en parte porque hacerlo era demasiado difícil, requería demasiada imaginación, demasiado esfuerzo. Y porque quizás en ese entonces (y no sé tampoco ahora) no había un contexto capaz de pensar en esos términos de riesgo, honestidad y aventura intelectual que a veces sólo logran unos pocos.
Intentaré explicarme mejor: el autorismo le permite a uno no ser un crítico de cine sino un crítico de películas. Hablar de un largometraje y relacionarlo con otros, encerrarse en el mundo de los largometrajes particulares con sus reglas establecidas y se acabó. No es necesariamente fácil, no quiere decir que no pueda sacarse de esto cosas geniales, pero sospecho que es un camino menos arduo que haberse transformado, como Bazin, en un crítico de cine en el sentido más literal de la palabra.

En muchos de los escritos plasmados en ese libro esencial que es ¿Qué es el cine? se muestra que a Bazin no le interesaba sólo hablar de las películas sino también del fenómeno cinematográfico en sí. Su búsqueda no fue la de la película perfecta, y sus textos críticos estaban lejos de interesarse en enumerar defectos y virtudes de película X. A este crítico (en toda la polisemia de la palabra aplicable al caso) le interesaba más que nada lo que esa película podía develar del cine y lo que ese cine podía develar de su relación con la realidad, con la literatura, con el teatro, con la naturaleza, con sus evoluciones técnicas. Incluso cuando podía centrarse en una película en particular, podía hacer de esa película en particular toda una reflexión sobre un nuevo fenómeno que tenía el cine y sobre sus potencialidades.

Eso es lo que permite que los escritos de Bazin tengan al menos dos características sublimes. La primera es que puedan verse textos trascendentes de películas que no lo son. De este modo, largometrajes como Crin Blanca, El globo rojo o el cine de un director hoy groseramente fechado como Vittorio De Sica pueden dar lugar a escritos bazinianos memorables, cuyas ideas son mucho más interesantes y han envejecido muchísimo mejor que las películas mismas.

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A diferencia de otros críticos, Bazin no necesitó descubrir obras maestras para alcanzar una importancia extraordinaria. Que haya valorado más a ciertos cineastas neorrealistas hoy imposibles por sobre Hitchcock, que haya desconfiado del cine americano clásico y elevado ciertos westerns intrascendentes de los 30 por los mucho más interesantes de los 50, no interesa francamente demasiado. Más riesgo aún: en algunos casos, pudo haberse hasta equivocado en lo que veía y aún así decir algo interesante independientemente de lo que pasaba en la película.

Un ejemplo claro es lo que sucede en su comentario sobre Nanook, el esquimal. Allí Bazin describe las bondades de la escena de la caza de una foca por estar filmada en un solo plano general en el que pueda apreciarse la acción en tiempo y espacio real. Su conclusión es brillante, aún cuando en ese plano hay cortes que Bazin no percibió y que anulan por completo su argumento, como si su idea crítica fuera, en realidad, mucho más importante que aquella película que está criticando.

Siguiendo esa misma línea, su amigo y discípulo Eric Rohmer dijo alguna vez que ninguno de sus gustos fue interesante, pero que todas sus teorías lo fueron. No sé cuántos críticos en la historia han podido darse ese lujo de trascender más allá de las películas que elevaban, incluso más allá de sus falsas percepciones y la dudosa aplicación de ciertas ideas. La de Bazin fue una prosa refinada al mismo tiempo que amena, erudita sin ser pedante, y de un pensamiento rabiosamente original, que más de una vez tuvo la habilidad de hacerse pasar por puro sentido común. Así y todo, no creo que haya sido en verdad padre de nada, o de mucho. En el mejor de los casos, padre de un pensamiento crítico y una ambición crítica que muy pocos han podido o querido seguir. Bazin, en el fondo, es más bien un caso aislado que nos gustaría que hubiera hecho más escuela. Un genio de la crítica, no porque haya dado tantas veces en el blanco, sino porque incluso sus errores son mucho más interesantes que la mayoría de nuestros aciertos.

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