La vendedora de fósforos
La vendedora de fósforos tiene un comienzo luminoso, que por un lado recuerda al Matías Piñeiro de Viola pero también al mismo Moguillansky, en su costado más juguetón, en su rol cinético-fílico a la vez. Como en Castro (su película más veloz, ágil, cinematográfica y a la vez una obra injustamente castigada) la última película de Alejo Moguillansky ama el movimiento por sobre todas las cosas, pero también el baile con las palabras, a las que hace intercambiar como si el asunto se tratara de un juego del lenguaje de los hermanos Marx.