Una ciudad de provincia

Por Miguel Peirotti

Una ciudad de provincia
Argentina, 2017, 88′
Dirigida por Rodrigo Moreno.

Mientras la ciudad no duerme

Por Miguel Peirotti

“El concepto ‘documental observacional’ me parece siempre ofensivo”, afirma en la entrevista el director Rodrigo Moreno. Y expone los fundamentos de su exageración: “Supone una actitud de mera observación de las cosas, como si uno operara una cámara de seguridad que lo ve todo y dispusiera de esas imágenes una detrás de la otra sin mayor orden que el cronológico. Es una idea que suprime el arte más hermoso que tiene el cine y que es el montaje. Entiendo que la idea de observación que se desprende de ese concepto surgió en contraposición al documental narrado en off. En todo caso, ambas categorías me parecen propias de una problemática que puede afrontar la BBC, no el cine. Además son categorías caducas. En cuanto a Una ciudad de provincia, prefiero que la sigan llamando simplemente “película”.

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Moreno se pone a la defensiva con demasiado énfasis, pero hay que darle la razón en un punto clave: la caducidad. El formateo de los géneros y, dentro de ellos, los subgéneros (este sustantivo parecería ir yendo inexorablemente a su propia extinción también), opera a favor de una estructuración estanca que se licúa a sí misma ante la fuerza de la dinámica consustancial del arte cinematográfico. La mención de la BBC tampoco es desatinada, al contrario: la televisión atraviesa uno de sus momentos de apogeo en cuanto a productividad, por supuesto, debido a las nuevas plataformas de exposición de los productos audiovisuales, para llamar generalizadamente a todo lo que provenga de un lenguaje en imágenes en movimiento y todo el etcétera que podamos imaginar. Pero en lo referente a la apertura a nuevas formas de relatar, la televisión es el medio más conservador que existe, razón por la cual los contenidos en internet, de menor o mayor duración, cotizan en bolsa de manera creciente y la TV manotea como ahogada con los bracitos cortos de un Tiranosaurio ante la aparición súbita del homo videns.

Una ciudad de provincia es otra manifestación de lo revolucionaria que puede ser la sencillez sin la necesidad de negociar con formalismos técnicos o narrativos, cuando la cristalización de las imágenes y las ideas que se pretenden capturar se concreta en las coordenadas de la intuición y la búsqueda consciente conjugadas en esa alquimia creativa llamada cine, fórmula aplicable a cualquier acto creativo artístico.

Estamos, lisa y llanamente, frente a un gran documental, frente a un trabajo que se contempla con el mismo interés aún en sus intersecciones diametrales de ficción, que Moreno distribuye con imperceptibilidad, logrando un corpus descriptivo con metabolismo propio y predominantemente con unicidad sintáctica. Lo imperceptible, en el contexto de este género – y en el de la era de los mestizajes confusos entre ficción y realidad – constituye una habilidad no menor. De nuevo: la película de Rodrigo Moreno, como en el caso de un ejemplo más reciente, Córdoba, sinfonía urbana, la creación colectiva coordinada por Germán Scelso, expande los límites de su autoconsciencia para trascender las fronteras no tanto de lo que se supone que deba ser un documental como de lo que suponemos los espectadores que debe serlo.

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Piezas del rompecabezas descriptivo de Una ciudad de provincia: locales comerciales que abren, locales que cierran; pibes en la calle, pibes en los boliches, pibes puerteando la suerte de su ingreso; un campamento nocturno de conversación idiosincrática; la tonada regional, un condimento federal que el cine no aborda usualmente, dejando pasar un elemento que puede aportar una singularidad costumbrista valiosa conducida desde la fonética; comerciantes que limpian los vidrios de sus negocios; perros callejeros, canes amigables y canes amadores (la escena final del rugbier jugando con su perro y su guinda es una pincelada emotiva inesperada); jugadores del Colón Rugby Club empujando en formación de scrum, los avatares de un entrenamiento forzudo, trabajo forzado con honra; timba de pueblo, naipes y fichas entre adultos con picardía criolla típica del interior federal; motociclistas mujeres charlando sobre desvinculaciones afectivas con total naturalidad en movimiento, porque la cámara de Moreno, más que acompañar a los protagonistas casuales, estructura este trabajo documental con sutileza suficiente para que la presencia de su ojo se proclame visualmente como un ciudadano más.

Es muy vulgar la presunción de que uno puede, desde la escritura, relevar lo que se ve en este tipo de películas, que dependen del timing narrativo tanto como de los enlaces del montaje. Cómo describir, sino, el instante en que ese lugareño toca la guitarracriolla sobre la vera del río, en compañía de la columna acuosa y vertebral de un pueblo hermanado por la idiosincrasia geográfica. ¿Las copas de los árboles pueden describirse? El cine opera ese prodigio.

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