La banalidad que campea en El Atelier nos sale al cruce desde su primera imagen. Apenas arranca la película lo primero que vemos es un plano de un videojuego, en el que un personaje vagamente fantástico camina por la cima de una montaña nevada, al parecer sin rumbo, y en algún momento, sin razón aparente, sacude su arma (una espada) en el aire y sigue caminando. Videojuego. Los jóvenes juegan videojuegos. Más adelante vamos a escuchar al protagonista de la película, Antoine, decir que su actividad más frecuente durante el día es simplemente salir a caminar por el pueblo, sin rumbo, solo. Antoine, suponemos, era quien jugaba aquel videojuego inicial; lo vemos en otro momento jugar en plano, aunque también vemos a varios de sus amigos enfrascados en videojuegos, porque, se sabe, eso es lo que hacen los jóvenes. Y así, lo que parecía una imagen banal puesta en la puerta de entrada por un “hombre mayor/inteligente” que lo mejor y primero que tiene para mostrar de su personaje es que juega videojuegos, por obra y gracia de una operación cinematográfica se vuelve también metáfora.