Ahsoka

Por Ariel Esteban Ramos

EE.UU., 2023, 8 episodios de 50′
Creada por Dave Filoni 
Con Rosario Dawson, Natasha Liu Bordizzo, Mary Elizabeth Winstead, Ray Stevenson, Ivanna Sakhno, Diana Lee Inosanto, David Tennant, Eman Esfandi, Evan Whitten, Genevieve O’Reilly,
Hayden Christensen, Ariana Greenblatt, Lars Mikkelsen, Anthony Daniels

Una galaxia cada vez más lejana

Sabemos, nos han dicho y lo creemos, que el universo está en expansión. Todo se aleja de todo lo demás. La misma sensación tengo al contemplar la deriva de Star Wars. Como si Stephen Hawking y Philip Kotler se dieran la mano, todos esos intersticios estelares que aparecen se van llenando de spinoffs. Temo que el mapa termine siendo tan grande como el territorio, y las últimas historias de la franquicia sean sobre C3PO bebé, sin que haya tema mejor para alimentar el anaquel galáctico de Disney+. Con una excelente Mandalorian, una mediocre Boba Fett, una olvidable Kenobi y una soporífera Andor, se entenderá que la llegada de Ahsoka despertara el miedo de una nueva decepción.

Y no es una; son varias. La más importante es el requisito de ampliar nuestra inversión de horas a las intrascendentes series animadas, de donde vienen la mayoría de los personajes que dan vida a esta nueva tira. Ahsoka se inicia con un homenaje a los héroes de Rebels, para conectar ambos hilos. Los homenajeados aparecen en un mural… representados como dibujitos. El mensaje es claro: esto no es para vos, viejito, es para tu hijo. Quiero contarles a los ejecutivos de Disney que mi hijo opina que Rebels es una bosta, y por eso al segundo capítulo de Ahsoka me dejó solo. Pero pasemos del registro de las decepciones, tan subjetivas, a las razones. Estas son las mías, ustedes vean.

1. La calidad de las actuaciones. Si supimos tener a Alec Guinness, Harrison Ford, Carrie Fisher y una lista de enormes grandes… explíquenme cómo terminamos con Natasha Liu Bordizzo. Con el nivel dramático de un dibujito, es el peor estereotipo de la modelo devenida actriz. Una Echarri en Star Wars. Cuando se enfrenta al Almirante Thrawn, vemos dos universos dramáticos: un Lars Mikkelsen que realmente da miedo puesto frente a una adolescente que tomó dos clases con Alezzo sólo para ponerlo en el CV. No sería una decisión suicida del casting si no fuera coprotagonista. Rosario Dawson, otra presencia escénica interesante, con tanto maquillaje, toga e inexpresividad monacal, no puede hacer funcionar sus mejores armas actorales. Justo lo contrario de lo que sucedió con Pedro Pascal, que pudo crear un buen personaje con una máscara de metal.

2. La calidad de los diálogos. Cháchara, cháchara y más cháchara, con lentas miradas, pausas, silencios… nada queda librado a la inteligencia del espectador. Está todo ahí masticado, resuelto, moroso, como en el peor culebrón de aquel Hallmark Channel. Me cansé de escucharme adelantar respuestas, rogando que traicionaran mi expectativa, cosa que ocurrió muy rara vez. Nadie tiene una voz disruptiva. No hay un K-2SO para ponerle pimienta a un guiso aburrido. Apenas un modelo R2 rezongón. Desde la escritura y la dirección de actuación, es un producto para niños pequeños sobreprotegidos.

3. El agotamiento y sobreexplotación de la otrora fresca inspiración japo-western. Sí, ya entendimos que hay una estética samurai y que los duelos son en el desierto con arbustos que ruedan, que hay bandidos kurosawa extraterrestres, etc. Pero para seguir trayendo lo mismo a la mesa, hay que construir algo más, y no estaría sucediendo. 

4. Los homenajes ya indeseados. El inquisidor Marrok lleno de gas que además de su vaga referencia shakesperiana recuerda tanto al Karl Ruprecht Kronen de Hellboy; la técnica “Zatochi” (para qué sacarle sólo una “i”) de esgrima ciega; la máscara dorada de Enoch, entre persa salido de 300, sus reparaciones Kintsugi y las resonancias bíblicas (¡socorro!); la lucha sobre monturas lobunas que en ese pasaje hacen pensar (lo mismo que el gran plano de las montañas del último episodio, con sus luces y esculturas) en el Señor de los Anillos. La referencia innecesaria y tonta de los nombres Baylan Skol y Shin Hati al mito de los hijos de Fenrir. Más que el mito de referencia aludido, el plan del maestro Skol hace pensar en un nuevo Thanos. O las brujas madres, ni más ni menos que las tres nornas nórdicas con un hilo devenido hi-tech y vestidas de carmesí. Todo pesado, obvio, aburrido.

5. Quinta razón, y la más grave de todas: el saqueo desvergonzado de la creatividad estética ajena. La concepción audiovisual de Ahsoka es un robo a cuatro manos a la tradición jodorowskyana mediada por la nueva Dune y lo último de la saga Alien. Si en Rogue One la estética aerospacial había empezado a virar hacia Moebius, el viraje es ahora más claro y completo. Los mismos planos gigantescos de Denis Villeneuve, los mismos falsos silencios abismales con sonidos profundos de la madre tierra, estilo digeridoo o canto mongol. ¿Estamos en Arrakis? ¿Aparecerá el Incal? ¿Hasta dónde puede o debería estirarse una sola idea?

La suerte con que Disney y Star Wars juegan al crecimiento sin poder crecer del todo es muy irregular. La crisis de identidad amenaza con volver casi intrascendente el origen. O incognoscible, como el big bang antes de la gran expansión. No sé. Este ya no es mi barrio. Y esta ya no es mi galaxia.

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