Estás ahí Dios? Soy yo, Margaret

Por Marcos Ojea

Are you there God? It’s me, Margaret
EE.UU., 2023, 105′
Dirigida por Kelly Fremon
Con Abby Ryder Fortson, Rachel McAdams, Hermanos Safdie, Kathy Bates, Echo Kellum, Benny Safdie

Aquellos años felices

Basada en el best-seller homónimo de Judy Blume, Are you there God? It’s me, Margaret es un ejemplo arquetípico de coming of age: un relato de crecimiento que va tachando casillero por casillero todos los lugares comunes del género. Y esto no es algo malo, al contrario; a pesar de transitar un camino visto mil veces, la película dirigida por Kelly Fremon Craig rezuma frescura. Mucho se debe a su protagonistas, pero también a la universalidad inherente que suelen tener los retratos de la niñez y la adolescencia cuando están planteados desde adentro, con la mirada asombrada de la juventud como eje.
La historia es la de Margaret Simon (una notable Abby Ryder Forston), de 12 años, que luego de volver del campamento de verano, se entera de que la familia se muda de Nueva York a Nueva Jersey. Las razones -un mejor trabajo para el padre- y las “ventajas” – una casa más grande, un mejor vecindario- no son suficientes para Margaret, que siente que su mundo se derrumba. Por suerte para la niña, el drama no dura mucho, porque apenas se instala en su nuevo hogar, es reclutada por Nancy, una vecina, para formar parte de un selecto club de chicas. Además, comienza a fijarse en Moose, uno de los chicos del barrio. Las amistades y la pubertad comienzan a darle relieve a la existencia de Margaret, hasta que, por supuesto, las cosas se complican.
Desde una perspectiva adulta, podríamos pensar que, en realidad, las cosas nunca se complican tanto para Margaret. Sus conflictos no son distintos a los de cualquier niña de su edad y su contexto socioeconómico, pero es justamente ahí dónde la película explota una épica de lo cotidiano. Con sabiduría, dota de emoción y trascendencia a los días de la protagonista, que se debate entre el deseo por crecer y la certeza (padres mediante) de que el mundo de los adultos parece bastante terrible. De hecho, son los adultos en el film los que complican todo de verdad, sobre todo en cuánto a la religión, el ítem distintivo de la historia de Margaret, que ya se anuncia desde el título.
La religión en la película es un concepto que se presenta casi desde el principio, con las conversaciones que Margaret mantiene con “Dios”, no a modo de rezo si no como figura que, según dicen, está más arriba que todos, y que quizás pueda dar una mano torciendo algunos destinos. La mudanza primero, la menstruación después. A medida que conocemos a los padres de Margaret, lo religioso se va complejizando. A saber: la madre, Barbara (Rachel McAdams), es católica pero no practicante; sus padres cortaron relación cuando decidió casarse con un judío, Herb (Benny Safdie). Para evitar esa carga, ambos acuerdan que Margaret decidirá, cuando lo crea necesario, si va a ser judía o católica. Para desbalancear un poco la ecuación, la abuela paterna, Sylvia (una Kathy Bates entrañable y de taquito), mantiene un vínculo de cariño y protección con la niña, mientras que sus abuelos maternos están, claro, ausentes.
El acierto de la directora y guionista (supongo que del libro también, aunque no lo leí) es el de trabajar lo religioso de manera paulatina, sin darle mayor entidad que la que le daría, justamente, una niña de 12 años criada de manera no ortodoxa. Aparece como algo misterioso y prometedor, pero también molesto y capaz de hacer pelear a la gente. Y nunca como algo más importante que, por ejemplo, la adrenalina del primer beso. De esta manera, con el punto de vista desplegado desde la infancia hacia el mundo circundante, Are you there God? It´s me, Margaret resulta una película una película honesta y sencilla (pero no por eso simple), emotiva en la medida justa, capaz de bajar algunas líneas sin volverse sentenciosa. Que esté ambientada en 1970 completa la experiencia desde lo estético, otorgándole una pátina melancólica y finalmente agridulce a las vivencias de la niña Margaret, porque, después de todo, no queda otra más que crecer.

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