38MarDelPlataFF – Diario de festival: Night walk, El auge del humano 3, Partió de mi un barco llevándome, The Georgian Chronicle of the 19th Century

Por Marcos Rodríguez

1.

Hay algo fácil, casi diría tentador, en la idea de dejarse atrapar por una premisa tan fuerte como la que propone Night Walk, el (apenas) largometraje coreano que formó parte de la competencia Estados Alterados en este último festival de Mar del Plata. La sinopsis prometía poesía y un paseo nocturno por Seúl: ambos aspectos son, en rigor, ciertos, pero lo que le falta a la película es, en cambio, todo el encanto que podría sostener una propuesta que se juega exclusivamente por su propuesta. Compuesta por planos fijos, largos, nocturnos de un espacio que podría ser Seúl como también podría ser cualquier otro lado, plenos de arbolitos y arroyos, Night Walk juega al juego del extrañamiento: la luz es tan poca que en algunos planos apenas si se distingue lo que compone el plano y, sobre todo, el director decide sobreimprimir en estos planos algunos trazos y bocetos (no llegaría a llamarlos dibujos) y frases poéticas que vienen a repetir sobre la idea de lo que se está filmando: que la noche, el rocío, el pasto, la luz, la luna. Incluso si esos textos hubieran sido más interesantes de lo que son (redundan sobre lo evidente y después vuelven a redundar, sin extrapolar sentidos o ahondar en nada), incluso si su trabajo sobre el aspecto visual del texto sobreimpreso en el plano hubiera sido más atrevido o estimulante (lo cual, para un espectador que lee subtítulos, de todas formas resultaba difícil), había algo muy chato en su propuesta: una idea (ponele) radical que se repite una y otra vez en planos más o menos parecidos durante una hora, sin sacar tampoco sentidos de esa extensión de tiempo que parece volverse infinita. El aspecto más interesante de Night Walk, por otro lado, pasaba por su banda sonora: la ausencia absoluta de una banda sonora. Ni música ni ruidos ni nada, como para imponer el más absoluto rigor y una buena dosis de incomodidad para el espectador, que no podía toser, bostezar o levantarse sin quedar en evidencia. La experiencia de una película que exige un silencio tan plano es, por lo menos, diferente, pero pasa con eso como con todo en Night Walk: a los diez minutos la idea ya quedó clara y lo que queda, entonces, es soportar la repetición sin sentido o desarrollo.

2.

Al rigor de una propuesta como Night Walk se le opone otra película que participó de la misma competencia de Estados Alterados, pero que jugaba el juego opuesto: para entrar en El auge del humano 3 es necesario aceptar su premisa. Pero su premisa es libertad. ¿De qué se trata El auge del humano 3? Difícil decirlo. ¿Por qué no existió un El auge del humano 2 antes de esta tercera parte? Tal vez haya una explicación pero se me escapa. Hay en la película una vaga idea de seguir el rastro de una serie de jóvenes que viven sus vidas (más bien, sus ocios) en diferentes puntos del planeta (de Perú a Sri Lanka, Brasil o Taiwán), pero si había una historia no supe encontrarla y sus diálogos, que por momentos fluyen con algún sentido, encuentran su justificación más en el entretejido musical de idiomas inconexos que en una idea o conversación. Sin embargo, la vitalidad de ese intercambio joven, que estalla incluso en el sinsentido, incluso atravesando el planeta, empuja esta experiencia cinematográfica como un torrente que no se cansa nunca de probar cosas nuevas. A esta idea de libertad y cruce se corresponde el juego que Eduardo Williams hace con la cámara: la experimentación con una cámara de 360 grados, que permite el registro absoluto y la deformación absoluta, y nos invita a descubrir permanentemente la percepción como algo nuevo, más allá de los límites que impone la repetición. Con quiebres, fragmentaciones en plano, con aperturas del angular que permiten ver al mismo tiempo el frente y el reverso, con rupturas y sin prejuicios, El auge del humano 3 se permite explorar algo nuevo, usar la tecnología y el cine y la magia de su cruce para encontrar.

3.

En un comienzo, Partió de mí un barco llevándome, la nueva película de Cecilia Kang que formó parte de la Competencia Internacional y que ganó el Premio Especial del Jurado, pareciera que va a jugar al cruce entre ficción y documental: vemos una serie de pruebas de cámara, en las que chicas argentinas de ascendencia coreana se presentan brevemente y leen testimonios de mujeres que fueron víctimas de esclavitud sexual a manos de los japoneses durante la Segunda Guerra Mundial. La historia es muy específica y muy terrible, y la película la encara de frente, con las palabras de sus víctimas, como quien convoca a los muertos. Ese juego documental (que remite, en parte, hacia la obra anterior de Kang), decanta rápido hacia la ficción, en la que seguimos a una de estas jóvenes, que estudia actuación y trabaja en la tienda de ropa de su madre. El contacto inicial con la historia de estas mujeres, que se da a través de un requerimiento laboral, se va convirtiendo con la convivencia con el texto, con el ensayo y la repetición, en una obsesión que arrastra a su protagonista hacia exploraciones del dolor. Se suman separaciones, ausencias, violencia familiar, hasta un viaje de reencuentro a Corea. Sin embargo, ahí donde la indagación del dolor y la denuncia más explícita podrían inducir hacia un cine duro, áspero o chato, Partió de mí un barco llevándome es, por el contrario, una película llena de vida, de meandros, de risa y lágrima sincera. La mirada de Kang es precisa y sabe poblar su historia de detalles que le dan peso a la materia de estos días, a los dolores y las dudas, una materia muy concreta hecha de persianas de un negocio, del sabor de un Marroc, de carne cortada con tijeras, de flores. Temas enormes conviven con la intimidad más efímera, en un entramado complejo.

Continuará…

¿Te gustó lo que leíste? Ayudanos con un Cafecito.

Invitame un café en cafecito.app

Comparte este artículo

Otros ArtÍculos Recientes

Enterate de todo...

Recibí gratis todas las novedades en tu correo a través de nuestro Newsletter