Arnold

Por Federico Karstulovich

EE.UU., 2023, 3 episodios de 60′
Creada y dirigida por Lesley Chilcott
Con intervenciones de Arnold Schwarzenegger

Mentiras verdaderas

Leo tonterías estériles sobre Arnold. Le piden a un documental-panegírico (que no hagiográfico) convertirse en un E! True Hollywood Story en vez de dejarlo hablar y ser lo que es: una mentira suculenta, excedida en grasas capitales, pero, fundamentalmente, un testimonio de la autopercepción vomitado como documento. Arnold, en sus tres episodios tan espartanamente diferenciados, hace todo lo necesario como para que testimoniemos la mentira (presunta) de la ficción bajo el formato de la verdad (presunta) del documental. Porque como lo hiciera la magnífica Jim and Andy (aquí y aquí pueden leer dos magníficas notas sobre esa película abismal), Arnold es tan exageradamente condescendiente con la figura de Arnie que no podemos sino sospechar de todas y cada una de las cosas que vemos: de los logros (incluso en la vida pública) y de los fracasos (incluso en la vida privada).

Arnold es una miniserie que bullshitea, que miente descaradamente. “Cuando te dije lo que te dije anteriormente te estaba mintiendo” dice Arnold con una caripela socarrona, como quien sabe que está jugando un juego de cartas con los espectadores. Y como en todo juego de cartas gana quien miente mejor, quien ostenta tener una mano que no tiene o quien dice estar perdido y cuenta con una carta sorpresiva. O digámoslo mejor: no podría importarme menos saber si el padre de AS fue un nazi retirado e hiperviolento que golpeaba a sus hijos y esposa, como tampoco saber si AS perdió a su hermano por una competencia de egos personal de la cual el segundo no pudo salir con vida. Tampoco me importa si AS abusó de tal o de cual persona o si en el fondo más recóndito de su corazón es una admirador inconfeso de Adolf Hitler. O en todo caso: lo que tiene documentación fehaciente me interesará para problematizar a la persona. El problema es que esta serie no toma esos puntos oscuros para problematizar a la persona pero tampoco juega al amarillismo de E!. Su juego es otro: construye para nosotros un personaje fascinante, mentiroso y tan superficial como la información que podríamos terminar sabiendo sobre un tal Charles Foster Kane.

Arnold, por lo tanto, está mucho más cerca del vacío de las invenciones que fabulan vidas antes que del pleno sentido de los documentos que pretenden agotar el conocimiento de una vida y persona. Pero para peor, el mismo AS configura siempre a su persona como un personaje inaccesible. No porque no sea simpático, carismático, capaz de arremolinar al mundo a su alrededor. En todo caso porque, precisamente gracias a sus talentos, construye una coraza de amianto (un amianto amable, esponjoso, autoconsciente) que no permite acceder a las capas de dolor, oscuridad, contradicciones, agachadas, bajezas e incluso delitos que pudieran atribuirse al mismo AS como sujeto (en todo caso ese documental será posible con AS muerto, quien sabe, pero difícilmente en vida). En Arnold todo es superficie, festejo, bildungsroman cinematográfica y bullshiteo puro y duro.

Curiosamente, dentro de su condescendencia, esta miniserie no propone una psicopateada del estilo “venimos a reivindicar a un hombre honorable”, sino, bien por el contrario, por su mismo procedimiento hiperbólico, parece funcionar como relevo de pruebas: “Esto que están viendo no puede sino ser una persona lo más alejada de lo que yo soy. A esa persona nunca la van a conocer. Pero lo que están viendo es la invención pública/privada que les puedo dar”. Esa suerte de demagogia autocondescendiente es, curiosamente, una expresión melancólica de un tipo que se ha quedado solo, en su castillo, jugando entre animales, repasando su propio pasado, hasta que la muerte lo alcance y el tiempo lo olvide. 

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