Barry – Cuarta temporada

Por Rodrigo Martín Seijas

Barry – Season 4
Estados Unidos, 2023, 8 episodios de 30′
Creada por Bill Hader y Alec Berg.
Con Bill Hader, Stephen Root, Sarah Goldberg, Henry Winkler y Anthony Carrigan.

El mundo es de los locos

Atención: spoilers

Muchas series quedan en el recuerdo, entre otras razones, por cómo resuelven sus conflictos en sus capítulos finales, y debo admitir que mi primera sensación con respecto al cierre de Barry fue de decepción, porque no terminaba de entender cuál era la apuesta conclusiva de Bill Hader. Todos los últimos minutos, con un salto temporal que presentaba al hijo del protagonista, ya adolescente, viendo una película bastante pedorra que idealizaba la historia de su padre con un montón de mentiras y que colocaba a Gene Cousineau en el lugar de villano sin matices, me resultaba un tanto apresurado y, principalmente, banal.

Pero claro, luego me di cuenta de que la clave de las decisiones de Hader para con su personaje, que recibe una muerte violenta y a la vez salvadora, pasaba por lo banal, o más bien, por cómo la maldad y la locura pueden ser banalizadas al extremo en la producción cultural actual. El universo de Barry es uno de locos, pero quizás es más realista de lo que podría parecer a simple vista, porque a lo sumo es una versión más hiperbólica de lo que nos toca vivir a diario. Al fin y al cabo, el mundo en el que vivimos es uno donde un megalómano como Donald Trump puede llegar a ser Presidente y luego ser derrotado por un viejo senil como Joe Biden; en el que una vicepresidente puede destruir a su propio gobierno desde adentro y que eso tenga justificaciones “racionales”; en el que un rumor o denuncia alcanza para destruir cualquier tipo de reputación; en el que la psicosis de alguien como Milei es avalada porque expresa una especie de sentimiento colectivo; y en el que demasiados están muy deseosos de ejercer de policías del pensamiento ajeno. Todo está cada vez más desquiciado y cada vez más personas que hasta hace poco parecían mínimamente coherentes se comportan como si estuvieran dentro de una secta y tuvieran una verdad revelada de antemano, mientras niegan cualquier posible evidencia que vaya contra sus sesgos predeterminados.

Y un poco así es Barry, con Hader interpretándolo a la perfección en su locura irrevocable, en su vocación desequilibrada por ordenar todo de acuerdo a su punto de vista y accionar, incluso cuando todo va encaminado en otra dirección. Su demencia, apenas sutil, se fue comportando a lo largo de cada una de las temporadas, como una especie de virus contagioso, que se expande en todas direcciones y que encuentra distintos medios para reproducirse. Por eso supo hallar otras contrapartes en personajes como NoHo Hank -quizás el mafioso más inclasificable de toda la historia, una reversión más exótica y frágil del Tommy DeVito de Buenos muchachos– o su mentor Monroe Fuches, pero también arrastrar a otros como su novia Sally o su maestro Cousineau. O quizás los dos últimos también estaban locos ya previamente, solo aguardando ese dispositivo que hiciera estallar sus máscaras funcionales por los aires. Ese dispositivo explosivo es, claro, Barry, con su pasado traumático, su violencia casi automática, que se expone por completo en esta cuarta temporada, que arranca con él encerrado, para luego dar lugar a una fuga lunática, un salto temporal de casi una década y un ajuste de cuentas final que va contra cualquier expectativa que el espectador podría tener a priori.

Es que, al fin y al cabo, gran parte del atractivo de Barry -personaje y serie- estuvo en su carácter impredecible, en su pulsión de disrupción constante, donde cada giro redobla la anarquía, no solo desde lo narrativo, sino también desde la puesta en escena. O más bien, consiguiendo que la puesta en escena se convierta en el gran factor narrativo: Hader es, posiblemente, el mejor director que tiene la televisión en la actualidad, porque nadie ha conseguido que los planos generales, la profundidad de campo o los paneos de cámara cobren tanta expresividad como él. Secuencias como la del recuerdo violento y vívido que ataca a la mente de Sally en The wizard; o el ataque fallido de NoHo Hank a la guarida de Fuches en A nice meal prueban que la serie puede pasar por todos los géneros posibles con una fluidez notable, gracias a la seguridad e inventiva constante de Hader, que nunca se refugia en lo obvio y siempre va por la opción más ambiciosa posible.Lo impredecible deriva en lo inestable, siempre al borde del descarrilamiento. En Barry, en apenas segundos, la comedia se transforma en drama, de ahí a la tragedia e incluso el horror, para luego volver a la comedia, como si fuera un dispositivo circular o directamente caótico. Quizás, por eso, el rumbo que emprende en su capítulo final, titulado Wow -que es toda una declaración de principios sobre la mirada de su protagonista-, se revela, después del desconcierto inicial, paradójicamente lógico. La locura, con sus desvaríos, delirios, exageraciones y tergiversaciones, se impone y triunfa, arrasando con toda posible cordura, hasta convertirse en un producto tan superficial como digerible para ese público que, como el hijo de Barry, solo puede aceptar una mentira convertida en verdad tolerable. El mundo está loco, loco, loco, y Barry lo expuso en todas sus dimensiones posibles, como una mueca funesta e hilarante a la vez.

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