Beastie Boys Story

Por Sergio Monsalve

Beastie Boys Story 
EE.UU., 2020, 119′
Dirigida por Spike Jonze

El último baile

Por Sergio Monsalve

Stop Making Sense presentaba un escenario vacío en un concierto de la banda Talking Heads. Munido de siete cámaras Jonathan Demme filmó el toque de la banda de  David Byrne, siendo fiel a la propuesta minimalista del grupo a principios de los años ochenta. El despojamiento era, naturalmente, una declaración de principios contra el mainstream y la tendencia derrochadora de los tiempos reaccionarios de Reagan, antes del colapso de Wall Street. De a poco, los integrantes de la formación iban sumándose en el proscenio, durante el metraje del filme, elaborando un agudo ejercicio performativo de artes mixtas. 

De aquella época, de genuina experimentación, data el origen de Beastie Boys, fundado en Brooklyn por unos chicos blancos de clase media, quienes primero lo intentaron con el punk, después asumieron el hip hop y finalmente conquistaron el mundo, fusionando cada uno de sus estilos contraculturales. 

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El tiempo los haría íconos de MTV en la globalización de la estética pop, estelarizando algunos de los videos más emblemáticos de la señal, como (You Gotta )Fight four your right (to party), Sure Shot y Sabotage, siendo los últimos dos dirigidos por el aliado creativo del ensamble, un tal Spike Jonze, cuya colaboración se extiende hasta el día de hoy, cuando sale a la luz la película testamentaria del trío dadaísta. Beastie Boys Story debe ser leída también en clave de tributo a la partida física de Adam Yauch, una suerte de Lennon rapero con una genialidad realmente inclasificable por la cantidad de identidades que adoptó, como MC, compositor, militante y director de cine transfigurado en la imagen de Nathanial Hörnblowér, una parodia de un realizador de Suiza. 

La película puede verse a través de la plataforma de Apple TV, elevando la curva del VOD en la cuarentena. Lo hemos visto por caminos verdes de la web, apreciando su contenido de master class para el confinamiento. Es un aporte maravilloso que dialoga con el lenguaje de las aplicaciones móviles, al enseñarle a los chicos el valor de la esencia artística por sobre la materia y lo materialista. 

En la tarima, como en la obra maestra citada al inicio de la nota, solo distinguimos a los sobrevivientes del equipo extremo, Michael Diamond y Adam Horovitz. Los dos serán los conductores de una ceremonia que no es un funeral por el humor y el ánimo de resurrección que plantea el montaje. 

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La nueva comedia americana, ahora madura y ostensiblemente encanecida, protagoniza la narrativa del relato oral desde la voz de los cantantes y sus secuaces de la audiencia, incluyendo las maravillosas intervenciones de Adam Sandler y Steve Buscemi, cómplices en la comparsa de desmitificación, burlándose del accidentado álbum Paul’s Boutique, una pieza de culto de coleccionistas. 

He leído por ahí unas críticas que señalan la flojera mental de elaborar una especie de charla TED, al servicio de las viudas de Hello Nasty. Cuestionan la autoindulgencia de un trabajo plano, escasamente virtuoso e improvisado en su viñetas. Es obvio que Spike Jonze pudo rodar lo quisiera con Michael Diamond y Adam Horovitz, pero prefirieron optar por una resolución honesta y coherente con la estrategia mediática de los Beastie Boys. 

La fidelidad a la Love Mark se expresa, en consecuencia, haciendo justicia a la memoria, a las derivas, a las problemáticas, a las superficies líquidas y a las hibridaciones posmodernas que marcaron la evolución de la banda. 

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A pesar de mi condición de fanático, puedo establecer una distancia frente a dos cuestiones: el forzado complejo de culpa ante los errores del pasado y el llenado de la cuota del empoderamiento femenino. Advierto humo y corrección política en la necesidad de dar explicaciones, de ofrecer excusas por los pecados cometidos en la adolescencia. Los artistas no deben pretender ser hombres impolutos que golpean su pecho por fallar en el pretérito.

De manera inconsciente, el documental revela el clima de pánico y contención moral que impera en la Norteamérica blanca y multicultural, por las diferencias de género. Por suerte, el archivo, las bromas y las disrupciones logran compensar los llamados de responsabilidad social del guión. 

Asistimos a uno de los sepelios del 2020, tras la huella de The Last Dance. Hora de recordar que fuimos grandes y que el documental es un instrumento sencillo y formidable, para revisarnos en el encapsulamiento de la existencia. 

La magia de las pequeñas cosas, de la vida simple. Tres amigos y un destino, como un western de Howard Hawks contado por Zoom. 

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