Un sueño hermoso

Por Carla Leonardi

Un sueño hermoso 
Argentina, 2019, 74′
Dirigida por Tomás De Leone
Con Lita Stantic,  Alejandro Maci

La luz que se apaga

Por Carla Leonardi

La vida conlleva sinsabores difíciles de soportar y es preciso, sin renegar de ellos, poder inventarse una ficción poética para sostenerse en pie. Es sobre la importancia de las ficciones como soporte de vida sobre aquello que indaga Un sueño hermoso (2020), segundo largometraje del realizador argentino Tomás De Leone. 

La de María Luisa Bemberg, sin lugar a dudas, es una filmografía más que interesante. Las marcas de su mirada lúcida y de vanguardia no sólo son legibles en el rasgo temático de la liberación de la mujer (que abordó en todos sus matices, variaciones y complejidades), sino también a nivel estético en un recorrido que va desde lo autobiográfico (Señora de nadie, 1982), lo histórico-biográfico (Camila, 1984 , Yo la peor de todas, 1990) anclado en el realismo costumbrista para alcanzar su culminación en De eso no se habla (1993), donde claramente se emancipa del realismo para abrazar destellos de irrealidad y extrañeza en una suerte de cuento de hadas de gran fuerza poética. Su obra es al día de hoy el testimonio vivo y anticipado a muchas de las demandas y conquistas presentes del anudamiento entre arte, vida y feminismo. Generalmente poco recordada y valorada en tanto precursora de toda una generación de directoras que vendrían después (Martel, Carri, Puenzo, por mencionar algunas) y a quienes les abrió la puerta en una industria manejada principalmente por hombres, su nombre ha vuelto a resonar (por suerte) en los últimos tiempos a la luz de los nuevos movimientos de mujeres que en el presente han adquirido un peso político sustancial.

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En este contexto irrumpe el documental Un sueño hermoso, film que toma como personaje a la actriz Alejandra Podestá, que interpretó a la memorable enana Charlotte de quien se enamora Ludovico D’Andrea (un hombre mayor y de orígenes misteriosos), que fue interpretado por Marcello Mastroianni en la que fue la última película de María Luisa Bemberg. 

En De eso no se habla, Bemberg, fiel a su ética de rehuir del aburguesamiento, arriesga una vez más al tomar como protagonista a una joven con enanismo y al optar por un tono más lírico y fantástico, que podía llegar a ser malinterpretado o incomprendido por el público. En esta película, la directora no sólo visualiza a aquellos que normalmente son escondidos por las familias a causa del prejuicio y la angustia que produce la alteridad, sino que plantea un amor fuera de los cánones tradicionales y muestra a una mujer con capacidades diferentes como sujeto deseante, que elije el nomadismo femenino del circo respecto a la comodidad claustrofóbica de los lugares de hija y esposa que la sociedad ha destinado para ella. 

Bemberg conserva el espíritu literario de la obra en la que se basa al apoyarse en un narrador en tercera persona que se manifiesta en voz en off y del que se sirve también para evocar el clásico “Había una vez…” de los cuentos de hadas. Al mismo tiempo, emplea ciertos recursos estéticos (como la noche americana) asumir una plena artificialidad y dotar a la ficción que transcurre en el pueblo de provincia de San José de los Altares de la atmósfera de encantamiento propia del ensueño. De esta manera, consigue elevar su ficción al estatuto de una alegoría metafórica que vehiculiza su ética de la libertad y la diferencia. 

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El documental de De Leone bucea a través de una ardua labor de investigación a partir de material de archivo televisivo, de la prensa gráfica, de fotografías, de fragmentos de películas y del formato de entrevistas a diversos participantes de De eso no se habla (el asistente de dirección Alejandro Maci, la entrenadora actoral Berta Goldemberg, el co-guionista Jorge Goldemberg, la productora Lita Stantic, la vestuarista Graciela Galán y los actores enanos Beatriz Colavita y Juan Carlos Ramírez) para acercar al espectador a la vida de Alejandra Podestá, para que podamos conocerla no sólo en su faz de actriz, sino también en tanto persona recuperando sus sufrimientos y sus sueños más íntimos. A su vez, narrativamente, la película se construye en cinco capítulos: La directora, La actriz, La película, El después y Alejandra, donde el último tiene la virtud de hacer resonar en el aire la voz luminosa que evoca su presencia.

Frente a un final trágico como el que tuvo Alejandra, que inscribió su nombre en las crónicas policiales del año 2011 -cuando su cuerpo inerte fue hallado en su vivienda brutalmente asesinado- el mérito de De Leone radica en evitar el morbo amarillista y el golpe bajo. En cambio construye a Alejandra como un personaje emblemático con resonancias simbólicas y humanas que trascienden el hecho mediático, visibilizando la actualidad de un estado de ensañamiento y odio frente a toda existencia divergente, contra toda disidencia .

En una primera arista, la película es un homenaje a María Luisa Bemberg, a cuya mirada adelantada a su tiempo, mostrando mujeres fuertes que ambicionan liberarse de la norma patriarcal, se dedica el primer apartado. Allí ella misma muestra su posición política y ética al ponderar al feminismo en tanto anti-fascista respecto del machismo, específicamente en cuanto apunta a modificar la estructura de relaciones de poder de tipo vertical que instala el patriarcado. Se destaca así a una Bemberg que sostiene su militancia, no desde una bajada de línea moral o el desprecio por el hombre, sino desde la interrogación como acto en su propia vida.

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Mientras buscaba a la protagonista de De eso no se habla, María Luisa Bemberg llega a la vida de Alejandra Podestá de manera fortuita: una amiga discapacitada, hija de una amiga de su mamá le comenta a Alejandra que buscaban a alguien como ella para una película. Sin formación actoral alguna, la energía y la voluntad decidida de Alejandra para interpretar el papel de Charlotte, calaron hondo en la directora quien decidió aceptarla como protagonista y se convirtió así en una suerte de hada madrina para la joven. 

Lo que llama poderosamente la atención, a poco que nos adentramos en la vida de Alejandra Podestá, son las similitudes entre la realidad y la ficción. Abandonada por su padre al momento de conocer su nacimiento, Alejandra mantenía una relación simbiótica y asfixiante con su madre, al igual que el personaje de Charlotte respecto de doña Leonor, quien viuda, se desvivía dedicada devotamente al cuidado de su hija. Ambas se bastan a sí mismas en una diada ideal, que subsiste en mutua soledad y apartada de lazos con el mundo exterior. En medio de la realidad de la discriminación social, con una madre que al no poder elaborar la herida narcisista de tener una hija diferente, la aparta para protegerla en esa burbuja de a dos, resignando a Charlotte a una vida cercenada a los limites de esa jaula materna. Para Alejandra pasar a protagonizar una película de proyección internacional, y nada menos que con Mastroianni como pareja romántica, significó la experiencia (como bien expresan sus propias palabras) de vivir “un hermoso sueño”.  

En medio de los recuerdos que brotan del arcón que abre De Leone, Alejandra vuelve no sólo a través de las reminiscencias de quienes la conocieron o compartieron fragmentos de su vida sino a través de su propia voz, sencilla y directa. Ronda entonces a lo largo del film como un espectro que regresa del más allá, a través de grabaciones de voz y recreaciones. Pero De Leone no la muestra en un aspecto siniestro o vengativo, sino que la revela con tierno cuidado como una mujer deseante que incluso llegó más lejos que muchos de nosotros al vivir una experiencia actoral única y  transformadora y que tenía sueños que la sostenían en la vida. ¿Pero cómo se hace cuando el sueño fue tan intenso y maravilloso para afrontar la realidad en el después y no caer en la pesadilla?

Tras el resonante éxito de la película, Alejandra tuvo varias ofertas para continuar su carrera como actriz, pero tuvo que rechazarlas para someterse a una cirugía de alargamiento de extremidades que la tuvo postrada durante bastante tiempo. Como una flor que va languideciendo, se la volvió a ver circunstancialmente en una propuesta más extravagante como fue La dama regresa (1996) de Jorge Polaco, donde se fue desluciendo como una eflorescencia olvidada. 

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Alejandra, como Charlotte, también pregonaba por su derecho a ser reconocida y vivir sus sueños. Su voz vuelve del olvido para contar que quería que María Luisa filmara la segunda parte de la película, la vida de Charlotte cuando elige una nueva vida (y que nunca se animó a decirle a la directora). Pero  a contrapelo del personaje de Charlotte que parece que lo tendría todo -una madre abnegada, un esposo que la ama, un buen pasar como alcaldesa y que renuncia al lugar en tanto objeto de pertenencia o determinado por otros, para vivir según sus deseos-, Alejandra no tenía a nadie para continuar. Cuando falleció su mamá, se quedó sola. Acomplejada por su condición de enana, carecía de una red social de contención que le insuflara fuerzas para salir de la protección que siempre le brindó la caja de cristal donde la mantuvo su carcelera madre. De frente a eso la realidad de un afuera cruelmente hostil porque como bien mencionaba ella: “A nosotros en el fondo nos desprecian”.

Cuando encuentran su cadáver portando marcas de una violencia despiadada, las habladurías de los vecinos la nombran como “enana maldita” (en referencia a su agresividad) o como “la vecina que solía llevar hombres desconocidos a su casa” (en referencia a la citas ocasionales que mantenía con hombres a quienes conocía por internet). Al escuchar estos calificativos, el personaje de Alejandra me evoca la película de Herzog También los enanos empezaron pequeños (1971). Es que no se trata de juzgar, sino de entender. Y es a ello a lo que apunta De Leone en su película. Como en la parábola de los enanos del film de alemán, si hay violencia desatada en ellos y entre ellos, es porque se produce una posible respuesta a una familia y una sociedad que primero los excluyó, los cosificó y los humilló. 

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Alejandra tenía que abrirse paso sola en un mundo indolente, egoísta y hostil, portando una doble condición de horror y rechazo: enana y mujer. Como buscaba transmitir Bemberg en su parábola de hadas, no alcanza solamente con la fuerza del deseo individual. Inevitablemente es preciso que la comunidad tienda la mano y acerque las herramientas para que ese deseo florezca, se abra paso y circule en sociedad. Sin alicientes, el deseo de Alejandra desfalleció en las oscuridades mortíferas de la depresión, encerrándola trágicamente en los lugares socialmente determinados de “la enana”, “la hija”, “la actriz que actuó con Mastroianni”, “el fetiche sexual” contra los que tanto alertó y gritó Bemberg a través de los personajes de cada una de sus películas. 

Un sueño hermoso es entonces el doble y sentido homenaje que el director Tomás De Leone dedica tanto a la directora María Luisa Bemberg como a la actriz Alejandra Podestá, para que las marcas de sus valientes deseos no queden el olvido y breguemos por una sociedad más igualitaria donde cada uno pueda hacer valer su diferencia y encuentre el lugar para continuar sus sueños.

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