Cazador de tormentas

Por Marcos Ojea

Supercell
EE.UU., 2023, 100′
Dirigida por Herbert James Winterstern
Con Skeet Ulrich, Anne Heche, Daniel Diemer, Jordan Kristine Seamón, Alec Baldwin, Anjul Nigam, Michael Klingher, Jane Lind, Richard Gunn, Praya Lundberg.

Persiguiendo nubes

Es inevitable enfrentarse a Cazador de tormentas y no pensar en Twister, película de referencia sobre tornados, además de blockbuster de culto, dirigida en 1996 por Jan de Bont. El link es claro y consciente (en una escena en la que el protagonista busca a su padre en Google, aparece el nombre de Bill Paxton, uno de los héroes de Twister), y a partir de esa filiación, Cazador de tormentas intenta un entretenimiento conocido pero también, con las herramientas correctas, efectivo. Si decimos que lo intenta es porque desde el principio puede entenderse la voluntad por hacer un cine lúdico e incluso nostálgico, que nos recuerde todo el tiempo cómo eran las cosas antes, en aquellos años más felices y despreocupados. El problema, ya lo habrán adivinado, es que no lo consigue; se queda en las intenciones primero, y se ahoga en la pereza después.
La historia es la de William (Daniel Diemer), el hijo del legendario Bill Brody (Richard Gunn), un cazador de tormentas que murió, obviamente, cazando una tormenta. La tosquedad de la puesta en escena para mostrar las secuelas del accidente (el celular incrustado en el vidrio, la mano del padre con el reloj) hacen dudar, pero uno sigue más no sea por curiosidad, más no sea por el compromiso asumido de cubrir la película. Ya adolescente, Willian busca continuar el legado de su padre, un poco para intentar comprenderlo, y otro poco con la esperanza de ayudar económicamente a su madre (Anne Heche, en la que sería su última actuación), también cazadora de tormentas, retirada luego del accidente. Armado con el diario de su padre y un artefacto en el que estaba trabajando antes de morir, William va al encuentro de Roy Cameron (Skeet Ulrich), antiguo amigo y colaborador de Bill Brody, que aún se dedica al negocio de las tempestades, pero en plan guía turístico. Y tras los pasos de William sale su madre, que reniega de la vocación de su hijo, acompañada por Harper (Jordan Kristine Seamón), una amiga/novia del muchacho.
Los lugares comunes y la simplicidad de la trama no deberían importar si la atención está puesta en combinar desastres naturales y supervivencia como fórmula para el espectáculo. Nadie espera profundidad psicológica, sino todo lo contrario; con el foco puesto en la aventura, a veces alcanza con cierto espesor en los personajes, algo que construya empatía con el espectador, pero no mucho más. Lo que sí se espera es que todo, valga la expresión, vuele por los aires, y aunque en Cazador de tormentas hay, sí, cosas que vuelan por el aire, el impacto nunca llega. A excepción de una escena en la que Willian y Roy observan los rayos que serpentean en el cielo nocturno, todo lo majestuoso e increíble de los fenómenos climáticos se queda en las palabras de los personajes. “No lo puedo creer, nunca vi algo así” y la cámara pasa de un rostro asombrado a una nube. Podríamos perdonar al director Herbert James Winterstern alegando que es su primera película, y sensibilizarnos con el hecho de que se la dedicó a su madre, pero lo cierto es que en casi todas las secuencias donde debería primar la adrenalina y el movimiento, se impone la indiferencia.
Podríamos detenernos en que todo lo relativo al viaje de la madre y Harper pareciera estar de más, o en cómo el personaje de Alec Baldwin (Zane, el jefe déspota de Roy) pasa de ser un tipo horrible a un héroe sin solución de continuidad, o incluso en lo grande que le queda el papel (y no es un gran papel) a Daniel Diemer. Pero hay un componente que sobresale, buscando manipularnos todo el tiempo, y es la banda sonora. Estridente, constante, invasiva, remite a los clásicos de otra época que Cazador de tormentas intenta emular, con Twister y Jurassic Park a la cabeza. En algún momento el espectador puede caer en su influjo y sentirse interpelado, pero si nos corremos apenas, queda a la vista como la música está puesta para crear la ilusión de emoción dónde no la hay. Como esa manito de pintura para zafar cuando se termina el contrato y hay que entregar el departamento. A mí me salió mal, porque se notaba que no sabía pintar e igual tuve que pagar, y a Cazador de tormentas le sale aún peor.

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