Cannes 2018 – Diario de festival (4)

Por Fernando Juan Lima

Crònicas Canninas (IV)

Por Fernando E. Juan Lima

Cubro el festival de Cannes desde 2010 de manera ininterrumpida. Y creo que esta ha sido la mejor edición, en lo que a la Competencia Oficial se refiere. Ya seguiremos con eso, pero lo que aquí me interesa es destacar la amplia y sólida representación argentina en la muestra. Es que, en lo que a ello respecta, este también ha sido un muy buen año.

El Angel B Photo Copyright Pablo Franco

Para comenzar, retomo algunas ideas en relación con El ángel, de Luis Ortega (esas que intenté plasmar en otro medio y los misterios de la edición, la informática o la falta de sueño hicieron que quedaran un poco desordenadas). Esta película forma parte de la sección Un certain regard, de la cual no puede decirse lo mismo que de la Competencia Oficial, ya que en ella la selección ha sido ciertamente despareja.

Luis Ortega, en el cine, siempre ha sabido acercarse a seres que se mueven en los márgenes, desclasados, cuando no freaks. Es por ello que no extraña la fascinación que le genera el personaje de nuestro serial killer más famoso, Carlos Robledo Puch. Este es, sin dudas, su film más mainstream, mas no por ello el director abandona su mirada, sus intereses, sus temas y formas. Uno de esos raros casos en los que una película que puede conectar perfectamente con el gran público, sabe hacerlo sin renunciar a las ideas que acompañaron al realizador durante toda su independiente carrera. Lejos del biopic tradicional, hay una estilización y extrañamiento que tienen que ver con el morbo que despierta un ser inquietantemente libre, cargado de un erotismo y una animalidad que desconciertan tanto como atraen. Nada hay aquí de moralina o juzgamiento, la mirada (sin ser estrictamente subjetiva) es la del personaje que interpreta a la perfección Lorenzo Ferro (que no se queda en la intención estúpida de la mera mímesis) y eso explica la naturalidad con la que se suceden eventos aberrantes. Daniel Fanego, Chino Darín, Mercedes Morán, Cecilia Roth se ponen en la piel de sus criaturas  pero también se nota que están disfrutando el viaje, jugando con el punto justo de inmersión, distancia e ironía. Así, cada uno de los intérpretes sabe asumir con gracia y compromiso un guión inteligente, que no sólo cuenta la historia, sino que puntúa modos y cadencias, tiempos y modas, complejos atávicos y relaciones familiares y políticas. El ángel dialoga con El clan, pero también se encuentra atravesada por la experiencia vital de Luis Ortega. La música es protagonista y, contra lo que sucede habitualmente, su omnipresencia no molesta sino que añade capas de interpretación y dispara distintas oportunidades de placer. Una de esas películas que nos llevan a desconfiar de los mojigatos que dicen que es sólo buena; estamos ante una verdadera (y moderna, original y disruptiva) obra mayor; además (¡milagro!), popular.

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Como guionista (Leonera, Carancho, Elefante blanco) y director (Los salvajes), Alejandro Fadel es muy conocido por estas tierras francesas. Además, ya el título de su nueva obra seleccionada en la sección Un certain regard, Muere monstruo, muere, despertaba un interés adicional en la Croisette: es que, en tanto en una selección siempre superpoblada de películas “de autor” (en una interpretación que, erróneamente, suele dejar afuera a los géneros) o de denuncia política o social, la posibilidad de ver una de terror (lo mismo pasa con las comedias), es siempre bienvenida. Con esa expectativa creada, fue divertido percibir las distintas reacciones provocadas en la audiencia por este acercamiento que si bien responde a muchos de los mandatos genéricos, los desarma y ensambla de una manera cercana al pastiche, pero que también repiensa el propio género (y el cine en general). Como veníamos advirtiendo, basta que un iluminado dispare una idea para que pronto se difunda, sin demasiado beneficio de inventario. La pretendida vinculación con La región salvaje, la mejor película del mexicano Amat Escalante (estrenada por estos días en nuestro país), es tan pertinente como parcial y superficial. Es cierto que la división que se genera en la narración entre representación y realidad es un rasgo en común, pero también lo es que también se planteaba, entre tantas otras, en Una mujer poseída, de Andrzej Zulawski. Y, de alguna manera, en mucho del cine de posesiones o vampiros. Otra vez la supuesta prioridad de la primicia mete la cola y pareciera que, para cierta crítica, el sólo hecho de que alguna idea hubiera estado en otra película ya desmerece una obra, como si la novedad fuera el único mérito (¿?). Como si la forma, el cómo no fuera lo más importante en el cine. Además, ni siquiera esa ligazón es tan clara y evidente (ya habrá más tiempo para abundar en ello). La grandeza de Fadel radica, justamente, en la forma en que las distintas vertientes se relacionan, se inter-penetran (para utilizar un término más acorde a la película), dialogan y se piensan; se ríen unas de otras, además. Personajes inolvidables, una inquietante mirada de género, un monstruo bien construido y mucho para seguir meditando y charlando tras la proyección. (Continuará).

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Por último, en la Quincena de los realizadores se proyectó la primera película en solitario del tucumano Agustín Toscano (que junto a Ezequiel Radusky había triunfado en la Semana de la crítica en 2013 con Los dueños). El motoarrebatador parte de un robo, filmado con pulso y tensión, para sumergirse en la construcción de una trama en la que se forjan el cariño y la empatía entre seres que escapan de la mirada unidimensional y que buscan algún modo de escapar de la soledad. Las casas tomadas y la generación -de algún modo- de familias ciertamente extrañas parecen ser temas que interesan al realizador. Acercarse a mundos que en principio podrían pensarse como sórdidos, manteniendo la distancia justa para no caer en el panegírico pero tampoco en la condescendencia es una habilidad a destacar. Habilidad que difícilmente se aprenda en las escuelas de cine y que seguramente tiene que ver con una sensibilidad, con una cosmovisión, un humanismo que se aleja tanto de la explotación como de la demagogia.

Lo decía al inicio: buen año para el cine argentino en el Festival Internacional de Cine de Cannes.

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