Las noches son de los monstruos

Por Amilcar Boetto

Argentina, 2021, 96′
Dirigida por Sebastian Perillo
Con Luciana Grasso, Esteban Lamothe, Jazmín Stuart, Gustavo Garzon, Agustín Daulte, Macarena Suárez, Majo Chicar, Laura Grandinetti, Nico García, Gervacio Usaj, Dario Ramos Maldonado

Una atmósfera vacía

Las Noches son de los Monstruos mira (y nos obliga a mirar) hacia un puñado de lugares comunes harto conocidos de cierto coming of age que nos vuelve como eco desde los 80s: una atmósfera de pueblo apartado y misterioso que rechaza a un nuevo integrante, que además es adolescente y cursa el último año de la secundaria, y para finalizar, se trata de una persona que recorre el pueblo con introspección y miedo (sin lugar entre ese exterior que la expulsa y su propio deseo de abandonar la casa en la que vive). En Las Noches son de los Monstruos podemos reconocer, sin demasiado esfuerzo, que el pueblo figura todos sus temores adolescentes juntos: el descubrimiento de su propia sexualidad, las ansiedades por conocer gente desconocida y demás tropos que ya conocemos del coming of age, pero además suma algunos elementos de las novelas de Stephen King. Uno de los elementos que utiliza el guión para marcar esta figuración es la misteriosa aparición de un puma que despierta el miedo y la intriga del pueblo. Paralelamente, la película intenta construir una relación telepática entre la protagonista y una perra que se  comporta agresivamente con los que la maltratan.  

Pero resulta particularmente curiosa la idea que la película construye en torno a las figuraciones del abuso. Para eso describe un paralelismo: por un lado una tensión padrastro-hijastra que nos plantea una relación indirecta con un posible abuso (a medida que el personaje de Lamothe se intenta acercar a ella, la puesta de cámara queda a la entera disposición para mostrar pequeños gestos físicos que indican un peligro inminente  -planos detalles de la mano de Lamothe sosteniendo la de ella, primeros planos cerrados de la cara de Lamothe con ella de referencia-), por otro, casi en paralelo, se nos muestra un abuso deliberado por parte de sus compañeras de colegio, y un ataque de un perro callejero (que más tarde será la otra parte de la relación telepática). Sostengo que esto es curioso porque durante la primer mitad de la película el personaje de Luciana Grasso (que solo tiene respiro en la película cuando sale a  pasear de noche con su nueva atracción romántica) parece no reaccionar a todo esto que le pasa, tratándose de un personaje deliberadamente pasivo y encerrado en un mundo que nos es desconocido. No obstante, de forma imprevista, su actitud la vuelve rebelde de manera risible, a tal punto que se la muestra capaz de apuntar a un policía con un arma con tal de liberar a su perra. 

La transición de la pasividad a la acción en la película no es un mero detalle inesperado, inorgánico, como si lo puede ser la transición del realismo a lo fantástico en la película. Recordemos que en Carrie (Brian De Palma, 1977), luego del bullying y los abusos recibidos por parte de su madre, el personaje interpretado por Sissy Spacek comienza a descubrir su poder, la de telekinesis. Pero aquello que inicia como irrupción sorpresiva deriva progresivamente en una tensión persistente que, hacia el final de la película explota (ahora estamos viendo ser maltratado a un personaje que tiene un poder particular que puede dañar a mucha gente, al mismo tiempo que no  queremos que lastimen a Carrie, no queremos que Carrie lastime a nadie, porque ahora estas dos posibilidades son sinónimos). En cambio, en Las Noches son de los Monstruos lo que vemos es una secuencia alucinatoria mientras la protagonista se masturba, algo que no nos puede hacer entender bajo ningún punto de vista que estamos en presencia de una conexión telepática sino más bien de un misterio que esperamos se vaya desvelando capa a capa. Por eso  resulta tan sorprendente, manejando una arbitrariedad propia de un deus ex machina cuando el  perro aparece y ataca a las chicas bullys en la fiesta. No solo no se intenta construir tensión, sino  que las tensiones que estaban dentro de todo bien construidas (la ya mencionada tensión por un  potencial abuso del padrastro -hay un buen momento relativo a esto que es cuando ella escucha  acostada en su cama que un amigo de él le pregunta ¿está buena la pendeja?-), nos damos  cuenta, pretendían estar en función de otra cosa, es decir, de un pasaje de la pasividad a la  actividad del personaje de Luciana Grasso, de un empoderamiento al rededor de las cosas que le hacían daño…ahora figurado en un perro que ataca.  

Curiosidad final, entonces: Las Noches son de los monstruos, que jugaba a ser una coming of age con elementos de terror termina teniendo una estructura mucho más elemental, que es la que le brindan las película de venganza (aquí no hay ningún rape, propio del rape and revenge de las películas de venganza, pero si hay abuso o tentativa), aunque estrictamente no lo sea (el objetivo principal de ella termina siendo defenderse). Y frente a las acumulaciones de un personaje siendo hostigado lo que vemos es una reacción casi mecánica: los personajes que hostigaron sufren un castigo al respecto (el ataque de un perro). De ahí que entre ambas partes de la estructura no identifiquemos una transición sino más bien un quiebre que modifica la personalidad del personaje a la vez que cambia la percepción del ambiente que la rodea. Las escenas, entonces, empiezan a perder el sentido de su correlación porque la película parecería haber traicionado la construcción del mundo que encaró  durante su primer mitad. Construcción de mundo que parecía necesitar de mucho más desarrollo del que en efecto exhibe a lo largo de sus 96′.

Un último comentario para el espacio: apenas podemos vislumbrar una estación de servicio y una plaza como locaciones dentro del pueblo, en la fiesta no se explora absolutamente nada de lo que rodea al  personaje, y muchos personajes parecerían solamente cumplir funciones sin ningún tipo de  intención de que el imaginario de la película se expanda. No hay posibilidad de creer y empatizar con los personajes porque ni siquiera el espacio parece entregado a que creamos en esa persona. De ahí que todos los elementos que conforman la estructura visual y dramática de Las Noches son de los Monstruos se perciban como funciones vacías que llenan una cadena de representaciones y figuraciones. Y aquello que pudo ser inquietante termina siendo una  película sobre una tensión sobrenatural que no percibimos, que intenta metaforizar un desarrollo  adolescente que se ve muy limitado por la hostilidad de un pueblo que la película no se encarga que conozcamos, si acaso le interesa.

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