Paternidad

Por Gabriel Santiago Suede

Fatherhood
EE.UU., 2021, 109′
Dirigida por Paul Weitz
Con Kevin Hart, Anthony Carrigan, Alfre Woodard, Paul Reiser, DeWanda Wise, Lil Rel Howery, Deborah Ayorinde, Holly G. Frankel, Ellen David, Arthur Holden, Melody Hurd, Cassidy Neal, Christopher Hayes, Stephanie Costa, Luis Oliva, Teneisha Collins, Adrian M. Mompoint, Julie Trépanier, Rodney Alexandre, Ryan S. Hill, Christine Lan, Letitia Brookes, Thedra Porter, Christopher Tyson, Marco Ledezma, Ines Feghouli Bozon, Achilles Montes-Vamvas, John Iziomon, Leisa Reid, Bineyam Girma, Paul Alexander Désiré, Julian Casey.

La vida en rosa

Allá lejos y hace tiempo, luego de la andanada de American Pie (que también les sirvió de escuela), los hermanos Chris y Paul Weitz concibieron el milagro de esa maravilla con un corazón grande como una casa llamada About a boy. No solo se trató del punto más alto de ambas filmografías (con el tiempo dirigieron algunas cosas más juntos pero luego los caminos fueron divergentes, entregando carreras más bien mediocres), sino que, en el caso que nos compete, esa película funciona como faro para Paternidad.

En aquella película de 2004 Hugh Grant jugaba en las ligas del Coming of middle age. Pero no jugaba a ser Adam Sandler, quien le había impreso un toque personal y efectivo a cierto cine de grandotes boludos incapaces de crecer. En Paternidad Kevin Hart juega a ser un poquito Sandler, un poquito Grant pero muy poco de si mismo (afortunadamente). El problema es la evolución. Por qué? Bueno, sencillamente porque el discurso de los grandulones que deben sentar cabeza supo ser pregnante a inicios de los 2000s (Judd Apatow habría logrado tener una carrera de no haberse instalado ese canon?). El problema es que hoy no lo es. Se trata de un discurso que no tiene anclaje en el presente. Ojo, no es malo esto. Indica que claramente no hay una agenda de esas que marcan la hora minutos y segundos. Más bien por el contrario, el anacronismo bondadoso de Paternidad se siente bien, se siente cómodo, pero no podemos pedirle algo distinto a lo que promueve a primera vista.

O me equivoco?

Hagamos un ejercicio. Y demos vuelta a la película como una media. Se trata de una narrativa sobre un hombre que debe lograr sobreponerse a su viudez, asumir la paternidad y aprender a reconstruir su vida? Si en efecto fuera eso solo, no está mal. Pero no tiene nada distinto para ofrecernos más que una relectura liviana de lo que hace casi dos décadas se había hecho mucho mejor. Pero se me ocurre que haciendo el ejercicio que surgió en un momento, hacia el segundo punto de giro de la película, el asunto cambia. Y si en realidad fuera una película sobre la pesadilla luminosa (y apastelada, ojo) de no poder reconstruir la vida si no es bajo el estricto cuidado de no apartarse de los parámetros presupuestos para llevar adelante un duelo? Un elemento me llamó la atención de el modo de planificar los planos y la escenografía: en el mundo de la paternidad (y de la abuelitud, peor) no hay desorden. La película omite, sistemáticamente, cualquier tentativa de depresión, de desorden vital, de desarreglo. En algún punto, si lo pensamos bien, inclusive, Paternidad es una película de fantasmas, es un gótico apastelado en donde todo lo que brilla, lo que está atravesado por el orden o por la paz debe ser leído a la inversa. En este sentido, cuando hacemos el ejercicio, la película emerge como lo que verdaderamente es: una pesadilla obsesionada con la regulación de la vida y el dolor.

Hacia el bendito segundo unto de giro (el que altera todos los planes), el protagonista hace lo que Paternidad casi nunca nos muestra: se relaja, se entrega al sexo y al desorden, se permite salir de la pesadilla del mandato de los muertos, de las obligaciones de los vivos y de las obligaciones sociales. Es curioso porque ese momento no se registra con atención, pero es el momento de disonancia en donde la película muestra sus cartas (voluntaria o involuntariamente). De ese modo, como segunda cuestión, pone en el centro las demandas y expectativas que tenemos sobre esta clase de películas, pero también sobre los prejuicios que formulamos detrás del discurso de la familia como entidad de protección.

Con su elegante desconfianza del orden y el progreso, con su acertada decisión de elidir el placer, el dolor, la angustia y el duelo si no es por medio de la estructura edulcorada de lo edificante, Paternidad construye, acaso sin saberlo, acaso sin sospecharlo, su perfecta contracara, como en el cine de Danny Boyle. Siempre estuvo ahí, solo era cuestión de mirar con atención.

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