Un lugar en silencio: Parte II

Por Rodrigo Martín Seijas

A Quiet Place: Part II
EE.UU., 2021, 97′
Dirigida por John Krasinski
Con Emily Blunt, Cillian Murphy, Millicent Simmonds, Noah Jupe, Djimon Hounsou, Wayne Duvall, John Krasinski, Lauren-Ashley Cristiano, Okieriete Onaodowan, Blake DeLong, Silas Pereira-Olson, Liz Cameron, Robert A. Coldicott, Scott Matheny, Michael Alan Collette, Joe Cappelli, Mick O’Keefe, Tim Saracki, Barbara Singer, Andy Rich, David Lundy, HasnainRaza, Jesse Huntz, Adrienne Welsby, Ashley Dyke

Fragmentos de un mundo

Dentro de esa maquinaria de gigantescas repeticiones en el que suele convertirse en el sistema de franquicias hollywoodenses, el caso de Un lugar en silencio 2 no deja de ser llamativo. Estamos ante una segunda parte que, más que secuela, es una continuación que expande y potencia un mundo, en el que conviven el retrato general con la focalización en conflictos particulares. Y que encima sobresale positivamente en ambos frentes, a partir de su inteligencia y economía de recursos.

El arranque de Un lugar en silencio 2 es sencillamente fenomenal: una vuelta atrás, a los orígenes de esa invasión alienígena y la primera huida de la familia Abbott -cuando todavía estaba el padre, Lee (John Krasinski)-, que lleva su apuesta formal al extremo. Un juego perfectamente sincronizado entre la presencia y la ausencia del sonido, que va de la mano con una cámara en constante movimiento y un montaje de enorme fluidez. La secuencia no solo tiene una tensión inusitada y permite capturar inmediatamente la atención del espectador para lo que viene: también logra, con apenas un par de trazos, introducir un nuevo personaje, Emmett (Cillian Murphy), con su propio conflicto íntimo, a la vez que insinuar los renovados dilemas que afrontan Evelyn (Emily Blunt) y sus hijos Regan y Marcus.

Esa conflictividad interna con la que cargan los personajes, donde asoman las repercusiones de las pérdidas, los recuerdos, temores y legados morales implícitos, se expresan desde la fisicidad. Un lugar en silencio 2 es un film donde la gente corre o aguarda en tensión, con cada instante al borde del colapso o el estallido, con el sonido -o la ausencia de él- como indicador de la acción, pero en el que, al mismo tiempo, cada movimiento va en función de lidiar con los dilemas personales. Por eso el recorrido de los protagonistas está enmarcado tanto en el thriller como en el drama, con ambas vertientes retroalimentándose. Los cuerpos son los que cuentan la historia, que en cierto modo no deja de ser un recorte espacio-temporal de un mundo mucho más grande y complejo. Sin embargo, Krasinski, como realizador y guionista, aún contando con el éxito de la primera entrega como aval, elige seguir por una senda minimalista, casi introspectiva. Algo raro, teniendo en cuenta que el megalómano Michael Bay es uno de los productores. Pero por algo el título original de la película es A quiet place Part II: lo que se privilegia son las partes para hablar del todo.

Si Krasinski se aleja del cine gigantesco y confuso de Bay, al mismo tiempo se acerca al de Spielberg, ese que sabe configurar universos plagados de heterogeneidades a partir de la confluencia (o choque) entre lo extraordinario y lo cotidiano. Ese de films como ET-El extraterrestre, Encuentros cercanos del tercer tipo y Guerra de los mundos. Y además asoman, sutilmente, conexiones con la filmografía de M. Night Shyamalan: si el vínculo más obvio que se puede establecer es con Señales, lo cierto es que también hay lazos con Sexto sentido, El protegido y La dama en el agua. Pero no con las tramas -por más que podamos ver a los monstruos de Un lugar en silencio 2 como fantasmas acechando o a Regan como una heroína con dones distintivos- sino con los temas de fondo. Es que el cine de Shyamalan no es tanto sobre lo fantástico y lo sobrenatural, o la dicotomía entre creer o no creer en lo que se ve o percibe, sino sobre los aprendizajes que acarrean las pérdidas, los miedos y la conflictividad con las personas queridas. Y Krasinski va por el mismo camino: Un lugar en silencio 2 es un relato sobre gente tratando de adaptarse al dolor por lo que se perdió o lo que ya no es. Es una película centrada en personas que evocan y anhelan, pero que deben soltar y seguir adelante. Seres que se hacen cargo de que hay una existencia rutinaria que se disolvió y que el nuevo mundo que habitan va a ser definitivamente hostil, pero que aún así puede ser habitado y modificado. Con un reducido pero coherente despliegue de herramientas, Krasinski expande ese universo y que los espectadores participen, confiando en la imagen y las emociones. 

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