Coppola, el representante 

Por Mariano Bizzio

Coppola, el representante
Argentina, 2024, 6 episodios de 35′ aprox.
Creada por Ariel Winograd.
Con Juan Minujín, Mónica Antonópulos, Mayte Rodriguez, Joaquín Ferreira, Santiago Bande, Alan Sabbagh, Yayo Guridi, Anna Favella, Teté Coustarot, María del Cerro, Federico Barón, María Campos, Agustín Sullivan, Adabel Guerrero, Nicolás Mateo, María Marull, Fabián Arenillas, Roxana Randón, Azul Fernández y Gerardo Romano.

Marca su nivel

Winograd haciendo cosas de Winograd. Hay una marca autoral, acaso si eso fuera posible de encontrar, en el cine y las series de Ariel Winograd. Y ese aspecto pasa por un componente pop. Es, en todo caso, probablemente, el director más pop que hoy pueda ostentar el mundo cinematográfico argentino. Sin que esto suponga un hecho favorable o desfavorable, es importante decir que el pop local no es igual que el pop cosmopolita. Dicho de otra manera: no solo la cultura popular local es diferente a la cosmopolita sino que sus velocidades son distintas. No es lo mismo pensar a la cultura popular local ahora que hace 30 o 40 años. En ese sentido, los contrastes con la cultura popular cosmopolita son distintos (hace 30 años Los Simpson nos resultaban lejanos, hoy están plenamente integrados a la cutura local).

Pero concentrémonos en esto último: la cultura popular netamente local se manifiesta radicalmente distinta en la actualidad que 30 o 40 años atrás, período en el que se concentra la serie. Esa obsesión con una época y una sensibilidad es, eventualmente, un problema de verosímil al que la serie busca adaptarnos forzosamente. Ese pop comprimido, esa nostalgia forzada solo puede dialogar con un espectador que haya congelado su experiencia y memoria en aquellos años (algo parecido a lo realizado por la serie El amor después del amor, pero con la salvedad de que en esta última la operación pop está ausente de esa nostalgia forzada).

En Coppola, el representante lo que mejor funciona no es el aparato pop sustituidor de importaciones que caracteriza al bueno de Winograd, sino la confianza en sus personajes, algo que aquí sucede a cuentagotas, muy parcialmente. De hecho el título de la serie no podría ser más adecuado: la narrativa de esta serie gana cuando nos quedamos en el carácter teatral del hombre canoso. Ahí, en la posible empatía con el tipo que siempre tiene que representar, que tiene que pretender ser lo que no es, es cuando la serie se articula con velocidad. Pero, claro, el problema es que Winograd no puede correrse del centro. Ni tampoco puede correr del centro a su operación pop, su marca de autor. De ahí que nada de lo que vemos en Coppola, el representante pueda superar la medianía, porque la decisión de autorestringirse le pertenece y le pone un límite, un nivel máximo a sus ambiciones. No es otra cosa que el problema de la autoría cuando lo mejor debería ser apuntar a ser un artesano competente.

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