El Duro

Por Marcos Ojea

Road House
Estados Unidos, 2024, 114′
Dirigida por Doug Liman.
Con Jake Gyllenhaal, Daniela Melchior, Billy Magnussen, Jessica Williams, Joaquim de Almeida, Conor McGregor, Lukas Gage, Arturo Castro, B.K. Cannon, Beau Knapp y Darren Barnet.

Estilo y sustancia

Poco después de que Dalton (Jake Gyllenhaal) baja del colectivo en Glass Key, una joven librera le hace notar el parecido de su arribo con la trama clásica de un western: un forastero llega a un pueblo, contratado para hacerse cargo de un grupo de maleantes que aterrorizan el bar local. La nueva versión de El Duro, dirigida por Doug Liman, se hace cargo de esa autoconciencia, poniendo de relieve que todo lo que va a suceder será exagerado, inverosímil, un juego aspiracionalmente épico. Tachando a rajatabla muchos de los casilleros de la original, la película intenta ser un divertimento salvaje, pero carece de un núcleo emocional que justifique las acciones absurdas y descerebradas que nos devuelve la pantalla. Para peor, carece de un duro auténtico (chistes sobre cocainómanos, abstenerse), un tipo cuya presencia y carisma nos cobijen. Y Gyllenhaal podría serlo; de hecho, es un actor querible y talentoso, pero a los efectos de El Duro, su figura se desvanece. No es Patrick Swayze, y ya no estamos en 1989.
En la película dirigida por Rowdy Herrington, Dalton era una leyenda, y su imagen acrecentaba las historias: un galán carilindo, de dimensiones discretas, pero a la vez, alguien capaz de matar a un hombre arrancándole la garganta con las manos. Cuando es contratado para poner orden en el Double Deuce, hace exactamente eso. Echa a empleados problemáticos, entrena al equipo restante, impone su autoridad pero también una filosofía de trabajo, que es la misma que practica para su vida. Respeto primero, piñas después. Sabe que la violencia por la violencia misma no lleva a ningún lado, o sí: lleva a lugares realmente oscuros. Dalton, con su esforzada visión zen respecto de su profesión, mantiene a la bestia, esa oscuridad, enjaulada. “Nadie gana una pelea”, dirá por ahí, justo antes de recibir puntos sin anestesia. Un duro de verdad, un mito viviente, el antecesor perfecto del Bodhi de Punto Límite, un personaje en el que Swayze repitió algunos rasgos, pero de un modo más radical y extremo.

El Dalton de Jake Gyllenhaal, por más ganas que le ponga el actor, casi nunca consigue ser interesante. También viene precedido por historias sobre su pasado violento (en este caso, por un incidente en sus años como luchador en la UFC), y su figura despierta la exaltación de varios lugareños. Sus servicios son requeridos para “limpiar” un bar, que ya no se llama Double Deuce (aunque hay un guiño a eso al principio), sino que se llama “El bar”. Un chiste estúpido, que en inglés juega con el título original, Road House, sobre el que se insiste un par de veces, incluso extendiendolo a un barco llamado “El barco”. Graciosísimo. Esto, que en verdad es menor, exhibe una característica de la película, que es la de creerse irreverente, alocada, canchera. Entre el guión, que dispone que Dalton va a convertirse en el respetado jefe de seguridad del local y va a enfrentarse a la mafia local, y la puesta en escena sobreestimulada y filtrada por el videoclip, queda un vacío. Algo en el medio no termina de cuajar; quizás sea ese Dalton anabolizado pero medio depresivo, quizás las instancias disparatadas de la historia, que son las mismas que en 1989, pero que por entonces funcionaban a tono con la época y la propuesta. Tal vez sea la imposibilidad actoral de Conor McGregor en el papel del antagonista, Knox, con su molesta voz irlandesa desentendida de su cuerpo.

El Duro versión 2024 no es un desastre, y si somos justos, toda la secuencia que arranca con una persecución por el agua y deriva en el enfrentamiento final, tiene el nervio y la fisicidad necesarias para impactar y entretener. Pero detrás de las peleas cuerpo a cuerpo pasadas de rosca, que en su estilización son divertidas, no hay un elemento humano con el que se pueda establecer algún tipo de comunión. Un atisbo, apenas, aparece en la chica del principio, la adolescente que atiende una librería con su padre. Por lo demás, un poco da lo mismo que Dalton salga vivo de todo el infierno montado en la playa. Los habitantes del pueblo, que en la original terminaban uniéndose para expulsar al villano de sus vidas, acá no son más un contexto, los testigos apáticos de una retahíla de destrozos. Allí donde el personaje de Patrick Swayze conquistaba y se establecía para poder construir su futuro, el Dalton versión Jake Gyllenhaal no puede hacer más que vencer (apenas) e irse. No es un héroe, tampoco un villano, es simplemente olvidable.

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