No esperes demasiado del fin del mundo

Por David Obarrio

Do Not Expect Too Much From the End of the World / Nu aștepta prea mult de la sfârșitul lumii
Rumania-Luxemburgo-Francia-Croacia, 2023, 163′
Dirigida por Radu Jude.
Con Ilinca Manolache, Nina Hoss, Ovidiu Pîrșan, Dorina Lazăr, László Miske y Katia Pascariu.

La ciudad de los fantasmas

Veo comparaciones entre esta película y Triángulo de tristeza, por ejemplo, u otras de la misma liga. Es decir, piezas manifiestas del desprecio y la chapucería, de esas que cada tanto se imponen con prepotencia en el universo global del cine a fuerza de detalles de producción lujosos, actores caros e ideas ramplonas, que circulan con más facilidad y se degluten rápido, como sus imágenes y su arquitectura retórica. Pero mientras la película mencionada  era un rosario chillón de desgracia, iniquidad y estupidez programadas, con aderezo de menudencias fisiológicas y un dictamen soberano acerca de un horror que se exhibe con delectación mercantil (todo más viejo que los arrebatos de misantropía con la que buena parte del cine contemporáneo trama sus redes: según el malestar de la época, explotado hasta la náusea) esto de Radu Jude es definitivamente otra cosa. No capto la relación, francamente, con esta comedia amarga acerca del trabajo y su precariedad, con una chica que es un verdadero portento de protagonista, con los fantasmas del comunismo velando por un país en ruinas, con el humor bilioso de los desheredados y la resignación de los auténticos sobrevivientes. El “diálogo” con una película del año 81 –cuyas escenas vemos, como fantasmas, sueños perdidos, entelequias de una Atlántida largamente desaparecida-  no es más que un titubeo manierista, o más bien barroco, con la que esta película no termina de asumir su condición de remake. Pero todo no se puede.

Jude maniobra en un tiempo presente, que es el preferido del cine, pero también de la protagonista. La chica maneja un auto, hace “mandados”, lleva gente. El mundo no es particularmente hospitalario, pero ella lo carga todo en sus espaldas –dolor, incertidumbre, insatisfacción, desesperanza- como si pudiera con eso y con mucho más, como si el mundo, bueno o malo, le perteneciera. Como si tuviera la ciega convicción –secreta manifestación del espíritu: irrefutable, refulgente- de que nada podrá con ella. La película de Jude es eso: es la lucha de una mujer no sumisa ni modosa por encontrarse a sí misma. En esta película poco amiga de las componendas o las verdades de consenso la existencia es dura, pero nunca un valle de lágrimas acorde al emblema del evangelio. La mujer no se dejará doblegar; la mujer persistirá en sus trece, con todo y contra todos. La mujer despliega sus raptos de odio en sus ratos de ocio: el desprecio es verdadero y es delirante; es decir, se sale del surco, salpica a todos, choca con los bordes. Es border. Ajena siempre al soborno cívico de las buenas costumbres, de la piedad y la sensatez, la película puede ser vista como un dictamen acerca de la imposibilidad cierta de la adaptación plena o la reconciliación cuando la sociedad es un miasma de corrupción y fetidez rampantes, con ganchos, con garras como las de una fiera. 

Sin embargo, la protagonista, esa mujer herida, pero no vencida, atraviesa también escenas de comedia, en las que todo está dado vuelta menos su obstinación por hacer de su vida una instancia digna. El director no asume los procedimientos de otros rumanos cineastas célebres, pero sí su sentido del absurdo, como si en el mismo impulso de la rumanidad viniera el sinsentido. Su personaje es parte de la comicidad feroz que Jude despliega sin mayor rigurosidad, pero con convicción. ¿Una comedia rumana? La tradición tiene la palabra y no somos quiénes para desautorizarla. La película cuida a su personaje –que tiene pese a todo una moral, un comportamiento, aunque sea en sus propios términos- , pero le permite también arranques lúdicos en sus presentaciones en tikok, con la cara camuflada, en las que carga contra todo lo que se le cruce por la cabeza. Son momentos escandalosos para las buenas conciencias actuales, acostumbradas a las “zonas seguras” y la potestad día y noche de los ofendidos para hacer reclamos. La película manifiesta la potencia de una zona profunda que sale a la superficie con la fuerza de una llamarada, pero tampoco es que representa algo particularmente atendible de la trama. Con la elegancia proletaria de la protagonista, heroína improbable de una Rumania invernal, de cielos plomizos y ansiedad constante alcanza. La película es el retrato de una sobreviviente entre las ruinas, una mujer para la que el trabajo duro es lo único incuestionable, la única cosa que no se puede negociar. Fuera de eso, no hay mundo, ni hay vida, salvo viejos cuentos del socialismo impenitente para entretener a los niños.

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