Cow

Por Marcos Rodríguez

Reino Unido, 2021, 94′
Dirigida por Andrea Arnold

Pasto

Hay algo opaco, impenetrable en la mirada de una vaca: no es tan fácil entenderla o proyectar sentimientos sobre ella, en parte porque su comportamiento no nos resulta tan claramente comunicativo (como, digamos, podría pasar con un perro o un caballo) y en parte porque de forma más o menos consciente buscamos esconderlas; a pesar de lo íntimamente ligadas que están nuestras vidas a ellas, no generamos un nexo cultural con las vacas: hay historias, películas, canciones y libros sobre caballos, ovejas y hasta chanchos. De la vaca, en cambio, poco: como si fuera un recurso natural que simplemente está ahí, la vaca permanece impermeable al relato que podría hacérnosla más cercana. Quienes viven en el campo o trabajan con ellas tendrán sus relaciones con las vacas (como pasa con los empleados de Cow), pero a los demás nos resulta definitivamente extraño mirar con atención y cercanía a una vaca, más todavía compartir su tiempo y siquiera identificar a una. Esa es la decisión fundamental de Cow: acompañar a una vaca. Es un paso enorme y bastante radical, que estructura y justifica esta película. La decisión es mirar: todo lo demás no importa.

La vida de la vaca Luma (protagonista del documental) transcurre en buena medida dentro de una serie de galpones ingleses, fundamentalmente sobre el barro y la mierda, ocasionalmente sobre un poco de pasto. La cámara de Cow se pega a su protagonista: la sigue por corrales, pasillos, cubículos de ordeñe. Ya es un mérito no menor que la camarógrafa no haya sido aplastada o pisoteada por vacas: Cow nos mete adentro, entre las moles, caderas y pezuñas de las vacas. No son pocos los planos en los que vemos que las vacas golpean la cámara, que se sacude y vuelve para tratar de seguir a su protagonista. Ese barro, esa desprolijidad son el espíritu de esta película: casi no hay planos bellos y, cuando aparecen (algunos atardeceres, algunas noches), son apenas como transiciones que se vuelven, por supuesto, lo más banal de la película. El resto es vaca, mugidos, rutina y caños de hierro.

Cow no intenta ser hospitalaria para el espectador: no hay líneas claras de narración, no hay lugares cómodos desde donde mirar, no hay ni siquiera un narrador que nos ofrezca una perspectiva desde donde abordar las imágenes que se nos muestran. Este documental no busca ser educativo, ni en sentido enciclopédico ni tampoco en un claro sentido militante: no hay denuncia, solo hay la vida de una vaca. Claro que existen ciertos trucos evidentes: la película empieza con el parto de uno de los terneros de Luma y su inmediata separación por parte de los cuidadores. ¿Cuánto tiempo se le permite compartir con su recién nacido, algunos minutos, quizás un par de horas? Como sea, y entendiendo por la rutinariedad con la que manejan todo los cuidadores que este es el procedimiento normal, cualquier espectador no puede menos de compadecerse de esta vaca que recién está conociendo (ahí sí es fácil proyectar: Luma es una madre) y la película lo muestra en detalle: Luma que se acerca a los bordes del corral para mugir en dirección a su recién nacido, Luma que avanza por sus rutinas de ordeñe mientras todavía le cuelga un pedazo de placenta del cuerpo, Luma “deprimida” con la mirada perdida mientras todas sus compañeras comen. Pero incluso entonces la película mantiene su distancia: lo que busca es el efecto de realidad, no el efecto sentimental. No hay música, no hay planos contemplativos. Al “trauma” de la separación lo siguen días y días de vida de vaca y al espectador se le propone acompañar a Luma, sin que sepamos del todo qué hace (ni hablar de qué piensa) o siquiera cuál es el objetivo exacto de las operaciones de granja que se llevan a cabo alrededor de ella. Más allá de las opiniones que tenga o no formadas el espectador sobre las vacas, su vida y su utilización, Cow no es una película cómoda, pero tampoco es escandalosa ni ofrece la manija fácil de la denuncia para que podamos abordarla.

En algún punto es posible que el espectador (como me pasó a mí) se encuentre pensando: “¿Qué hago mirando una vaca?”, pero es justamente ese elemento desconcertante el que justifica la película: no es mucho (no es tanto) lo que vamos a aprender sobre la vida de una vaca, la explotación de los animales o la vida rural en un mundo globalizado e industrializado. En cambio, sí es mucho lo que la película ofrece como experiencia: nunca seré una vaca (creo), probablemente nunca pise un tambo, pero el cine ofrece una perspectiva (limitada, mentirosa, pero perspectiva al fin) sobre un elemento de la existencia que nos es ajeno. Lo que el cine ofrece como cine: una forma de mirar, una decisión de entregarse a algo.Un ejemplo: creo que nunca había visto con tanto detalle y tanta atención un pedazo de pasto. Claro, para una vaca el pasto es importante y para nosotros como espectadores también se vuelve importante porque la primera vez que aparece el pasto en Cow es después de un largo trecho de película en el que solo vimos barro y más barro. El pasto, además, curiosamente aparece en la película envuelto en algunos de los planos más bonitos, atravesado de atardecer. La combinación de todo esto hace que de pronto el pasto vibre: lo vemos, casi podemos sentirlo y lo que pasa ahí es algo diferente. Y es pasto, no es que ninguno de nosotros no lo conozca, era cuestión de bajar un poco la cámara.

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