Dossier Comedia para el fin de los tiempos (VII)

Por Varios Autores

De a poco iremos subiendo las elecciones de los integrantes de la redacción. El juego del dossier consistirá en lo siguiente: cada redactor eligió 10 comedias fundamentales en su vida, 10 comedias que lo transporten inmediatamente a la felicidad (sin ningún orden de prioridad). A su vez, mas allá de esa lista (o incluyendo películas de esa misma), les pedimos que eligieran tres películas sobre las cuales pudieran explayarse. Pero solo pedimos una condición a cumplirse: que una película fuera una comedia canónica, conocida, celebrada; que otra fuera una comedia más bien relegada, olvidada o desconocida, de ser posible; y que la última fuera una comedia contemporánea, de los últimos 10 años. Con esas pautas la redacción fue pensando sus elegidas. Y de a poco las iremos compartiendo. Aquí les dejamos la séptima entrega.

Fernando Luis Pujato

El circo (Charles Chaplin, 1928)
Historia de las hierbas errantes (Yasujiro Ozu, 1934)
Los desconocidos de siempre (Mario Monicelli, 1958)
Uno, dos, tres (Billy Wilder, 1961)
Playtime (Jacques Tati, 1967)
Lunes por la mañana (Otar Iosseliani, 2002)
Looking for Comedy in the Muslim World (Albert Brooks, 2006)
12:08, al este de Bucarest (Corneliu Porumboiu, 2006)
Mal ejemplo (David Wain, 2008)

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Clásica: Playtime (Jacques Tati, 1967)
¿No es suficiente el sentido elogio de Daney de que “todos, siempre, le deberán todo”? ¿No alcanza con mencionar su magistral trabajo sobre el sonido, su terca laboriosidad en el guion técnico, su anticipación futurista? ¿No es ya demasiado señalar su genial comicidad, y su impronta ética y estética con respecto a la sociedad que visualizó, imaginativamente, mejor que nadie? Sí, es suficiente. Tan sólo resta ver sus películas, ver Playtime.
El romanticismo provincial amenazado por el atisbo de la americanización en Día de fiesta, el desentrañamiento del tiempo en Las vacaciones del Sr. Hulot, la anticipación futurista barriendo con la nostalgia del pasado en Mi tío; todo en Tati es un prolegómeno, una creciente preocupación por la puesta en escena y por las consecuencias de una modernidad que terminará, finalmente, con aquello que obstaculiza su inexorable marcha hacia otras formas de vida, hacia otras formas de hacer y pensar el cine. Allí está Playtime.
Hay una historia -una anécdota sería la palabra correcta- en el film, pero ésta funciona más bien como excusa, como un delgado hilo no conductor, para que Tati nos informe que el París de las postales sólo es un reflejo en los vidrios de una realidad construida, literalmente, a sus expensas, y de que ya no es posible tomar una despojada foto de aquellos románticos puestos de flores. No hay nada que fotografiar, pero sí por mostrar. Al punto de que es difícil decidir qué ver, hacia qué lugar del plano debemos dirigir la mirada y qué es realmente lo significativo de cada escena. No hay refugio posible para la mirada, y tal vez por ello, Hulot se multiplica, como si Tati advirtiera que su entrañable personaje ya no alcanza para alterar el orden constituido de las cosas, que su presencia ya no es necesaria -pero sí paradigmática- para desatar el aquelarre en una fiesta, el equívoco de un encuentro de negocios, o la entrega de un regalo de despedida. Algo parece haberse perdido, inexorablemente, en la apoteosis carnavalesca de este nuevo orden relacional, porque ahora es el espacio el que construye la comunicación interpersonal, el que configura la alteridad, y no al revés. Los autómatas provincianos -las nacionalidades ya no cuentan aquí- circulan por este caos ordenado sin preguntarse el porqué de la inutilidad de sus acciones, de aquello que lo rodea, que los conforma, y que permite la absurda funcionalidad de todo lo que parece habitar en este chato y previsible universo. Y si hay algo que Playtime puede brindarnos, es el acceso privilegiado a la visión de un espacio cinematográfico elaborado a partir de una profunda, inteligente y nítida observación de una sociedad determinada, en un lugar determinado, en una época determinada. Esto – irónica pero no paradójicamente- es lo que lo convierte en un film universal situado al margen de las fronteras, las modas y los cánones. Encapsular su belleza, encriptar su inteligencia y asentarlo en una lista, puede ser funcionalmente cómodo para dar cuenta de la obra de Tati -y algo mezquino también. Pero no alcanza para disimular el hecho de que sus películas situaron buena parte de las coordenadas visuales del mundo moderno, entregándonos un precioso legado: el poder reírnos del fútil ordenamiento de ese (nuestro) mundo.

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Desconocida/Olvidada: Looking for Comedy in the Muslim World (Albert Brooks, 2006)
Durante la segunda guerra mundial, Ruth Benedict comenzó a gestar El crisantemo y la espada; publicado finalmente en 1946, el libro era un estudio sobre el Japón, o un tanto más exactamente, sobre el carácter de los japoneses, el enemigo más “extraño” con el que habían tenido que enfrentarse los EE.UU. hasta el momento. El estudio se originó desde el lugar de trabajo de Benedict en ese momento: el Departamento de Inteligencia y Propaganda del ejército; pero el resultado final, lo que se puede leer en El crisantemo y la espada es ¡voilá! que los japoneses resultan un pueblo tan o más comprensibles que los norteamericanos, que sus prácticas culturales y sus ideas acerca del mundo son asequibles y familiares, si se las mira y examina más de cerca, y de que, finalmente “el Japón empieza a manifestársenos cada vez menos errático y arbitrario, mientras que Estados Unidos lo parece cada vez más” (C. Geertz, El antropólogo como autor).
Hay, por supuesto, notorias diferencias entre El crisantemo y la espada y Buscando la comedia en el mundo musulmán: Benedict era antropóloga, no viajó al Japón (el libro se basaba en informes de prisioneros de guerra, películas, revistas especializadas, estudios anteriores y demás fuentes diversas) debido a la guerra, y termina su estudio; Brooks es comediante, viaja a la India y Paquistán y no termina su informe,  pero ambos intentan develar un aspecto desconocido -la cultura y la risa, lo cual, en cierto punto, viene a ser más o menos lo mismo- de lugares distantes, exóticos y vastamente inaprensibles.
La ironía presente en el libro de Benedict también se encuentra en el film de Brooks porque: ¿de qué nos reímos en las dos escenas en las que Brooks toma contacto, finalmente, con su público, el que le va a proporcionar las claves para su investigación? Ante la audiencia hindú, su rutina fracasa; no es sólo que nadie se ríe, a pesar de que la amplia mayoría del público entiende inglés, sino que salen molestos de la función porque el cómico parece no haber respetado sus intervenciones. Para el público paquistaní, “el mejor que he tenido” confiesa Brooks al volver de su encuentro, la misma rutina provoca carcajadas. Ya sea por los efectos del hachís consumido, porque el intérprete que traduce los chistes actúa mejor que Brooks, porque en una situación conflictiva la comicidad tiene algo que decir a su favor, o por la conjunción de todo esto, lo cierto es que la distinción entre algo más o menos elaborado, y algo totalmente improvisado es notoria. India y Paquistán pueden ser lugares extraños, pero uno parece serlo más que el otro; y no es, precisamente, el más extraño. La ironía reside aquí, no sólo en los resultados que Brooks esperaba de su perfomance y lo que efectivamente ocurre, sino en creer que una rutina cómica profundamente local puede funcionar en cualquier contexto cultural. Brooks sabe esto y por eso, a lo largo de todo el film, hace como que no sabe: un provinciano en el medio de un torbellino multiétnico, provocando los malos entendidos habituales, acaso inocentemente.
Invertir el nosotros/los otros es la clave. Las imágenes costumbristas y las postales folclóricas no producen reflexión alguna; apuntalan aquello que ya sabemos y ocultan lo que no nos atrevemos a ver. La comodidad está en otro lado.

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Contemporánea: Role Models (David Wain, 2008)
Un mujeriego empedernido al que no le importa demasiado lo que ocurre con su vida y un fracasado intolerante que no puede cambiar el curso de la suya. Una mujer ex de todo -alcohol, drogas, depresión y algo de rock- que dirige un centro de acompañamiento para niños. Un preadolescente vestido diariamente con una capa símil Harry Potter y un pequeño niño de color, al decir de las buenas conciencias, que dispara todos los clichés de la negritud oprimida. Y una condena. Con este se podrían haber hecho cualquiera de las comedias horrendas que la Industria deposita en el mercado visual todos los años. Y si se le agrega que esos dos adultos, para no terminar en la cárcel por destrozar el camión de la compañía en la que trabajan, deben realizar tareas comunitarias custodiando a los dos engendros un par de horas al día…bueno, podríamos estar ante cualquiera de las abominaciones con las cuales Hollywood inunda el mercado fílmico todas las semanas.

Pero lo que en un principio aparece como un obtuso film de los típicos treintañeros que van a encauzar sus vidas a partir del encuentro iniciático con aquello para lo que no están preparados en absoluto se convierte, poco a poco e irrecusablemente en su tramo final, en una sutil comedia acerca no tanto de lo difícil sino más bien de lo revelador que puede resultar relacionarse genuinamente con alguien distinto. Y aquí no se trata de historias de vida, de un pasado que se debe recusar para avizorar un futuro esperanzador, de un juego de espejos donde unos y otros se ven reflejados cegadoramente pese a las diferencias de clase y de edad, o de un dificultoso camino que se debe desandar para arribar a un pletórico estado de autoconciencia. Nada semejante a una suerte de educación esclarecedora o a una prístina revelación. Nada parecido a un mensaje o una variante un tanto menos pretenciosa del american dream como horizonte posible. Y mucho menos gruesas o sutiles ironías con respecto a todo esto; aunque sí un paralelo.

Hay algo en este gran film de Wain que está dialogando con Tres hijos del diablo (3 Godfathers, 1948), una de las obras maestras de Ford, sólo que aquí los padrinos no son tres sino dos, nadie muere «realmente» y no hay milagros terrenales a la vista. Y ese algo no es sólo la idea de la amistad como un valor irrenunciable ante cualquier circunstancia o un principio ético y moral según el cual hay cosas que se deben hacer sencillamente porque hay que hacerlas, es también instalarse efectivamente en un espacio físico absolutamente ajeno a la cotidianidad habitual ya no para salvar una preciosa vida aún a costa de perder la propia sino para afianzar nuevos y no tan nuevos afectos aún a costa de hacer el ridículo; por decir lo menos. Un inhóspito desierto y un parque informado simbólicamente por elfos y caballeros medievales no son, ciertamente, lo mismo, aunque la noción de extrañeza ante ambos probablemente sí lo sea. Hay que hacer algo con esa extrañeza: superarla. Este es el mundo real de Role Models, un lugar en el cual a muchos nos gustaría vivir.

Ignacio Balbuena

  1. El despertar de los muertos (Edgar Wright, 2004)
  2. La Pistola Desnuda 2 ½ (David Zucker, 1991)
  3. Ligeramente Embarazada (Judd Appatow, 2007)
  4. Team America: World Police (Trey Parker – Matt Stone, 2004)
  5. Dracula: muerto pero feliz (Mel Brooks, 1995)
  6. Enredos de oficina (Mike Judge, 1999)
  7. Wet Hot American Summer (David Wain, 2001)
  8. Supercool (Greg Mottola, 2007)
  9. Casa Vampiro (Taika Waititi, 2014)
  10. Popstar: Never Stop Never Stopping (Jorma Taccome-Akiva Schaffer, 2016)
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Canónica: La pistola desnuda 2 ½ (David Zucker, 1991)
Quizás sea difícil pensar la saga del teniente Frank Drebin como una trilogía de películas ‘canónicas’. Pero sin dudas es una película archi-conocida y seguramente fue una parte esencial de la vida de muchos. Al menos así fue para mí. Durante prácticamente toda mi infancia, Leslie Nielsen fue mi principal referente en comedia. No solo por esta película sino por la también mencionada en la lista Drácula Muerto Pero Feliz o incluso por Duro Para Espiar (que es medio mala, pero hizo descostillar de risa en su momento). En todas su maravilloso estilo de actuación mezcla de deadpan y despiste se combinaba a la perfección con gags físicos y una oleada constante de chistes visuales y absurdos en todos los lugares posibles del encuadre, lejanos de la improvisación y las dick jokes que instaló Judd Apatow durante buena parte de la década del 2000 como modus operandi en la comedia. Destaco la secuela pero quizás es un poco arbitrario: en realidad tengo un recuerdo borroso de las tres películas mezcladas, y en todas hay secuencias hermosas. En la 2da hay para elegir: desde el comienzo con Frank Drebin haciendo desmadres en un evento protocolar, hasta el tiroteo en el techo con el arma gigante de OJ Simpson, el interrogatorio a los criminales moribundos, o Leslie Nielsen vestido de mariachi pasándole una moladora eléctrica en el culo a un personaje después de sacarlo de su silla de ruedas. El cine de Zucker, Abrahams y Zucker se caracterizó siempre por personajes tomándose en serio un mundo lleno de ridiculez y absurdo, y ojalá hubiera hoy más películas así.

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Subvalorada/Desconocida/Olvidada: Wet Hot American Summer (David Wain, 2001)
Wet Hot American Summer es un caso raro de la comedia americana. Una película del 2001 llena de estrellas de la comedia (algunas del momento, algunas que lo fueron después), pero no demasiado conocida y hecha por acaso el director menos conocido de la comedia americana del siglo XXI, David Wain. Un director que en sus puntos altos no tiene nada que envidiarle al mejor Adam McKay o al mejor Judd Apatow. Esta película, que volvió hace poco en plan nostálgico mediante un revival por partida doble en forma de dos series de Netflix, es una especie de who’s who de la comedia moderna. Paul Rudd, Amy Poehler, Elizabeth Banks, Michael Showalter, Jeanine Garofalo, Ken Marino, Joe LoTruglio, Molly Shannon, y más, se unieron para realizar un homenaje a las clásicas comedias americanas de campamentos de verano, en forma de una comedia irreverente, efervescente y calentaona y que tiene dos de las mejores secuencias musicales de la comedia contemporánea: la introducción, llena de freeze frames con Jane de Jefferson Starship sonando de fondo, y el montaje de las compras en el pueblo, que empieza inocentemente con porro en la esquina y unas birras, y termina con los personajes principales adictos a las drogas duras en una casa llena de lumpenes en la que terminan después de comprar drogas en la calle y asaltar una anciana. Acto seguido vuelven al campamento y dicen ‘Que lindo es salir del campamento aunque sea por una hora’.

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Contemporánea: Popstar: Never Stop Never Stopping (Jorma Taccome-Akiva Schaffer, 2016)
Mi primer recuerdo de los Lonely Island, la crew de comedia y musica liderada por Andy Samberg, es del corto de Saturday Night Live Dick In a Box. Un tema que si, era un sketch cómico que exploraba las posibilidades de darle como regalo a tu chica, bueno, el título de la canción, pero que también era un hermoso track de R’n’B moderno con la colaboración de Justin Timberlake. Popstar: Never Stop Never Stopping podría funcionar de alguna forma como una continuación espiritual de este sketch: es la historia de Conner4Real, un cantante que encuentra el éxito como solista después de separarse de su mega-cheesy grupo de hip hop de los ‘90s. Utilizando el formato de falso documental como setup para una serie de setpieces cómicos sobre un personaje Justinbieberesco, Andy Samberg aprovecha para, en medio de los pases de comedia, hacer un gran disco de pop. La síntesis perfecta entre humor y pop mainstream? No busques más, es el tema Finest Girl (Bin Laden Song). Para bailar y cagarse de risa al mismo tiempo.


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