Ema

Por Amilcar Boetto

Ema 
Chile, 2019, 107′
Dirigida por Pablo Larraín
Con Mariana Di Girolamo,  Gael García Bernal,  Santiago Cabrera,  Giannina Fruttero, Catalina Saavedra,  Eduardo Paxeco,  Mariana Loyola,  Paola Giannini, Antonia Giesen,  Josefina Fiebelkorn,  Susana Hidalgo

Elogio del enojo

Por Amilcar Boetto

Plena Mostra de Venecia. Larraín se defiende en una entrevista: dice que su flamante película, Ema, habla de una generación a la que no pertenece, pero que mira con respeto y trata de aprender de ellos. Interrumpe a la actriz y a la periodista para marcar la cancha: es el mecanismo de empatía del cine, se acerca al espectador para luego alejarse. Se apasiona el chileno, porque la comunicación con la periodista dio en el clavo: todos empatizan con Ema. 

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El reggaetón es el link empático con la nueva generación, hay que tratar de entenderlo, parece querer decirnos Larraín. Pone unos reggaetones, mujeres bailan en una cancha de basquet vacía como antes bailaban en un set artificial la música ambient de Nicolas Jaar. No hay variabilidad. Pero ¿qué es el reggaeton? Una basura para estúpidos nos dice Gael García Bernal, pero Larraín, lo hace quedar como idiota a él, le da voz a una chica (aparente representante de nuestra generación -centenialls-) que dice que el Reggaetón es un ritual carnal, donde uno coje mientras baila. Es un ritual de calentura, ¡Como el de Ema! ¿O en realidad el de Ema es un juego cerebral disfrazado de sexualidad libre? No se quemen el cerebro: Larraín se encarga de decirnos que es así. Pero…entonces…el reggaetón, así como la sexualidad sería una excusa para ocultar un macabro entramado cerebral? Entonces eso del mambo generacional sexual es…un chamuyo. 

Larraín no escuchó ni a Don Omar ni a Tego Calderón, mucho menos a Bad Bunny o a J Balvin, y ni hablar de Jowell & Randy o Arcángel, al chileno no le interesa (si le interesase quizás no pondría esa bazofia de la Perra del Futuro). Sí le interesa el gesto, le interesa que los jóvenes pensemos en que se quiso acercar a nosotros. O quizás solo las personas que votan en Venecia piensen eso. Quiere generarnos empatía con una maniática que forma un grupo, un grupo de outsiders, un grupo que parece impulsado por un nihilismo sexual que poco tiene que ver con el Reggaetón. 

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Los juegos de nihilismo sexual y de búsqueda sensorial a través del baile y su estética tan nicolasrefnstyle, tiene mucho de Clímax, de Gaspar Noé, un film de personajes descerebrados que hacen estupideces que resultan mortales. La frialdad con la que ambas películas reproduce la performance del baile y la sexualidad, más bien genera un juego conservador. Y quizás eso sea, en definitiva, porque la juventud los redirige a una otredad y a un gesto cool hace que sus criaturas se congelen bailes que son significantes vacíos provistos de un nihilismo (espero se me perdone la redundancia) que no existe ni en la ficción. Y si no existe ni en la ficción es porque esta no puede respirar, porque está asfixiada, porque su montaje esta signado por la superficialidad de acariciar las escenas y nunca comprometerse con ninguna. Lo que me recordó a una profesora, quien me dijo alguna vez que el cine de Cassavettes perdía en definición, pero ganaba en tacto, Ema es exactamente todo lo contrario. 

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La altanería de Larraín, sin embargo, no pasa solamente por vendernos gato por liebre. Su postura moral no exenta de soberbia, es incompatible con la representación de un outsider (Ema pretendidamente lo es, ya que se trata de una persona por fuera del sistema que quiere burlarlo). En una de sus peores películas, Fight Club, David Fincher adquiría una postura parecida, una mirada enajenada del revolucionario anarquista (¿la película no enuncia en definitiva que el anarquismo es algo de dementes y que en definitiva hay que mantener el status quo?). Porque, al final del camino, la persona que salga de ver Ema y no piense que su personaje principal es un psicopata, por como está filmada e interpretada, no sé qué película vio. Desde lo que le dice al marido, hasta lo que le hace al propio hijo y la inmutabilidad de la cara de Mariana Di Girolamo, todo esto compone una miserable caracterización de la supuesta heroína con la que Larraín quería acercarse a las nuevas generaciones.

Larraín no es la Albertina Carri de Las Hijas del Fuego, donde su directora compone a un grupo de rechazadas por la sociedad que fundan una nueva familia. Sin ir mas lejos, fíjese cómo el chileno filma el sexo y cómo lo hace Carri. Textura y definición: diferencias entre alguien que siente la piel de sus personajes y alguien que los congela en los bordes del encuadre.

Lo de Larrraín es falsa contemporaneidad. Oscilando entre la desidia y el desdén, Ema se vuelve miserabilista y confunde consumos populares con populismo y demagogia. La ofensa (soy un sub-23) ante este tipo de crueldades no es exagerada. El enojo no es un escape para el ejercicio crítico, sino un motor necesario.

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