Dossier Estudio Ghibli (III): Porco Rosso

Por Rodolfo Weisskirch

Porco Rosso (Kurenai no buta) 
Japón, 1992, 94′
Dirigida por Hayao Miyazaki

La aventura alla italiana

Por Rodolfo Weisskirch

El cielo es el límite de Hayao Miyazaki. En el cine del cineasta japonés es frecuente que veamos personajes solitarios que deciden enfrentar o escaparse del mundo en grandes máquinas voladoras, castillos flotantes y vagabundos o que simplemente usan poderes especiales para transportarse por los cielos, alejados de la civilización. La pasión voladora, según se puede verificar en diversas biografías, proviene del hecho que el padre y el tío de Hayao trabajaron construyendo aviones. Y las discusiones sobre turbinas, diseños y motores eran comunes en su casa. Dedicados a ellos, seguramente, se remiten al menos dos obras: Se levanta el viento, suerte de biopic poética y romántica del pionero Hiro Korikoshi, último trabajo estrenado comercialmente, y Porco Rosso, obra de 1992 que narra las aventuras de un piloto free lance italiano, en el periodo de entre guerras.

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Aun con un componente fantástico -firma distintiva y autoral de HM– esta vez, es muy poco el condicionamiento que Miyazaki le da a la fantasía como mecanismo de acción. Que el personaje tenga rostro de cerdo, únicamente justifica su comportamiento casi ermitaño y antisocial, que no lo condicionan del todo a la hora de tener carácter mujeriego y playboy. En Porco Rosso, Miyazaki construye una suerte de alter ego, un héroe de antaño, influenciado por el cine negro estadounidense, y las comedias italianas de los años 60 y 70. De hecho, el film, es posiblemente el que más se acerca a una comedia de aventuras tradicional, que a un melodrama trágico-espiritual como suele relatar el cineasta. 

Del cine negro toma al ícono del mercenario solitario que lucha contra piratas del aire, solamente por la recompensa, pero también el perfil más romántico, el hombre deseado, que se debate entre un viejo amor, el deber y ser el tutor de una posible discípula. No sería alejado indicar que el protagonista es una mezcla entre el Barón Rojo, emblemática figura de la aviación germana de la Primera Guerra, con el Rick, de Bogart, de Casablanca. Del cine italiano, en cambio, es el tono, entre la comedia y la aventura, el retrato de un universo dominado por exponentes masculinos, pero también tradiciones e iconografía lo que rescata. La brutalidad de los villanos, inclusive, rememora a personajes que podrían haber sido concebidos por Monicelli.

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El realizador no se limita solamente a exponer el duelo entre el protagonista y un aviador aspirante a galán de Hollywood, sino que también desnuda un periodo que a priori parecería ajeno, pero que bien podría simbolizar contextualmente los hechos que atravesaba Japón en la década del 30. HM se propone construir un fresco de la Italia fascista de Mussolini, pre Segunda Guerra. La creciente evolución de la industria de la aviación y la fascinación del público por los “ases del aire” también formaba parte del mundo que Miyazaki expone. Las batallas aéreas, incluso, rememoran planos Los ángeles del infierno, el mítico film de Howard Hughes.

Miyazaki rompe las barreras sexistas todavía presentes a inicios de los 90 presentando a una joven ingeniera, si, pero también a las típicas madres y abuelas italianas aportando su colaboración –como en el periodo que las mujeres tenían que salir a trabajar, mientras los hombres luchaban en el frente- y mejorando el transporte del héroe. En ese sentido, la presencia femenina es esencial para el relato, porque no solamente, protagonista y antagonista luchan por la mano de una de las dos damas –aunque, en realidad, Porco lucha para que el villano no se la lleve- sino que son el motor que mueve la narración. Además de Fío, la adolescente ingeniera que narra la historia, un personaje fundamental es Gina, la cantante de un cabaret, que emula a la Marlene Dietrich de Von Sternberg, tanto en su independencia económica como en su libertad sexual. Aún así, no deja de ser inusual en la filmografía de Miyazaki que el eje central de la narración sea un hombre. Recordemos que la mayoría de las obras de Hayao están protagonizadas por mujeres, ya sean sirenas, niñas, adolescentes o ancianas. El punto de vista femenino, entonces, es fundamental en esta historia. Miyazaki lo subraya a medida que avanza la narración, aunque va revelando pistas progresivamente sobre la fortaleza y curiosidad por la aventura.

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Y esta forma de quebrar clisés y lugares comunes son el punto de partida del humor constante del film. El director decide dejar a un lado los conflictos más dramáticos de la historia, evitando caer en la solemnidad o la melancolía. Le basta con un flashback en forma de sueño, para exponer el perfil más sentimental del protagonista, sin caer en redundancias discursivas o explicaciones que no aportan información necesaria al relato. 

Visualmente, el realizador hace una leve analogía entre el pasado de Porco y la Odisea. Pero no tanto como una relectura contemporánea, sino como una fuente de inspiración. Y si bien es menos imaginativa y mágica que otras de sus obras, el ritmo de la narración tiene el dinamismo que caracteriza a toda su filmografía, con sus diversas cadencias, tanto en las escenas de acción como en los momentos más dialogados o poéticos, apoyada por la banda sonora de Joe Hisaishi, habitual colaborador de Miyazaki, que acá le aporta un tono jazzero a la historia. 

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Porco Rosso tiene el espíritu de las comedias familiares de super acción italianas, sin dejar de lado la combinación de fantasía, cinefilia –incluso hay un homenaje al cine de monstruos- y romance histórico que son marca autoral del fundador de los Estudios Ghibli –prestar atención a la marca del motor de Porco-. También hay algo de John Ford, en el honor de los personajes, y el duelo final que trae reminiscencias a El hombre quieto. Cinefilia expansiva todoterreno. Incluso revisando insistentemente, no se puede encontrar en el resto de la filmografía de Miyazaki, una obra con un espíritu lúdico y autoconciencia semejante, una película que evidencia que fue filmada para satisfacer al niño-adolescente que siempre soñó con las formas del clasicismo, que soñaba con aventureros del aire, recios y malditos. Dejando de lado la mitología y poesía natal, y concentrándose más en aquel típico mercenario de las novelas de Stevenson, Verne o Salgari, que por dinero o mujeres, puede hacer cualquier cosa, menos alinearse con el gobierno. Porque en palabras de Rosso: “es preferible ser cerdo antes que fascista”. 

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