Dossier Estudio Ghibli (XI): Mis vecinos los Yamada

Por Ludmila Ferreri

Mis vecinos los Yamada (Hôhokekyo Tonari no Yamada-kun) 
Japón, 1999, 104′  
Dirigida por Isao Takahata

El olvido

Por Ludmila Ferreri

Cuando nos propusimos armar el dossier del Estudio Ghibli toda la redacción tuvo a su alcance un cronograma de estreno online de las 21 películas del estudio en cuestión. Pero por algún motivo, dado que en la primer horneada había sido de las personas que primero eligió, me di cuenta que todos elegían películas más o menos conocidas, más o menos notables visualmente, pero que casi todo el mundo le huía a una en particular, que se encontraba en el fondo de la caja, como un cachorrito con un ojo mocho o algo similar. El patito feo de la elección tenía nombre y apellido. Y yo me lo llevé gustosa, porque se trataba de una película que no había visto en mi vida. Me dediqué a investigar sobre ella y entendí por qué había sido dejada de lado (no solo por mis compañeros de redacción, a quienes adoro y respeto), sino por las diversas coberturas que le fueron dedicadas a las películas del estudio a lo largo de su historia. Mis vecinos los Yamada son el patito feo porque, en buena medida, rompen con el tamiz autoral-marca de estudio que Ghibli supo darle a casi todas sus películas. A tal punto esto es asi que esta película fue la directa responsable del mayor fracaso en la historia del estudio, a la vez que generadora de reevaluaciones de parte de sus directores a la hora de pensar la continuidad. Tal y tamaño fue el fracaso que todo lo que vino luego de ella no fue sino una profunda y profusa reafirmación de todas y cada una de las marcas de las Ghibli movies.

Pero la historia fue muy injusta con Mis vecinos los Yamada, porque nada de lo que hay en ella es merecedor de tanto desprecio, de tanto señalamiento, de tanta molestia. Sencillamente no lo merece porque ya sea que se trate de una película de autor o no (yo creo que lo es: las marcas del cine de Takahata y su realismo apegado a la cotidianidad es reconocible), estamos ante un proyecto cuando menos extraño. Por un lado es una película que intenta llevar al cine a personajes populares del mundo de las tiras diarias en formato periódico. Pero al mismo tiempo, esa popularidad no se condice con las formas que el cine y en particular la pantalla grande, pueden ofrecer. En alguna medida se trata de un proyecto popular y experimental a la vez. Popular por sus personajes, por su intento de retratar un contexto de época, con un código costumbrista y con una perspectiva anclada en un reconocimiento inmediato de las formas habituales de la vida de una familia de clase media. Pero al mismo tiempo, con una serie de elecciones formales (respetar los trazos elementales, simples, planos, sin matices cromáticos) y narrativas (toda la película se sostiene en base a un sistema de viñetas simples que se van acumulando pero que no progresan en la dirección de un conflicto central) que parecen atentar contra cualquier pretensión de apropiarse de los personajes originales para traerlos al cine.

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Frente a Mis vecinos los Yamada una percibe la sensación de que o bien algo quedó a mitad de camino en el proceso de elecciones a la hora de adaptar el proyecto o bien hubo una decisión de máxima que no midió los riesgos de dar un volantazo absoluto, tan fuerte y contundente que fuera capaz de hacernos olvidar lo que el estudio había hecho previamente, tan fuerte como para hacernos recordar, por contraste, la necesidad de retomar la propia obra. En algún momento, en la nota que refiere a El viaje de Chihiro (que pueden leer por aquí), Fede hablaba sobre la necesidad de ciertos autores en relación a sus obras. Esa necesidad indica un punto álgido en el que precisan condensar todas y cada una de sus marcas, como si miraran retrospectivamente, medie o no la autoindulgencia. Bueno, a veces otros directores toman caminos contrarios, en donde deciden alejarse de aquello que les quita el aire, porque eligen respirar un poco de su pasado, de su lugar de pertenencia. Esos directores suelen ser castigados de forma cruel, porque en alguna medida parecen ser los grandes violadores de las leyes sacrosantas de la autoría, del respeto por las formas previsibles, del respeto por la escritura. Y al final de cuentas, quizás lo único que no estaban pidiendo era que no los encerráramos. Bueno, Takahata no solo fue el responsable del mayor fracaso del estudio, sino el trampolín perfecto para que lo que viniera después fuera la reafirmación mas dura y definida de todas las marcas reconocibles. Mis vecinos los Yamada se merecen (y merecían) una suerte mejor que ser el eslabón olvidado de una cadena de maravillosas películas. El tiempo es cruel.

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