El libro de las soluciones

Por Marcos Ojea

Le Livre des solutions / The Book of Solutions
Francia, 2023, 103′
Dirigida por Michel Gondry
Con Pierre Niney, Blanche Gardin, Françoise Lebrun, Vincent Elbaz, Frankie Wallach y Camille Rutherford.

Extraviar el camino

 ¿Qué ocurre cuando es un director el que no puede evitar los desvíos?   

Algo de eso sucede en El libro de las soluciones, la última película de Michel Gondry, un francés que cuando se asoció a Charlie Kaufman en 2004, marcó estética y sentimentalmente a una generación. Hablamos de Eterno resplandor de una mente sin recuerdos, sobre la que por supuesto no indagaremos aquí, más no sea para referenciar a Gondry. De lo que hizo después se pueden destacar Rebobinados (2008) y La espuma de los días (2013), una belleza visual inspirada en la novela de Boris Vian. Porque estamos vivos y nos gusta molestar, también recordaremos El avispón verde (2011), un fallídisimo rescate del popular personaje de televisión, de la mano de Seth Rogen. Adelantamos hasta 2024. Empieza bien, apelando al chiste cinéfilo/intelectual, arrancando carcajadas de la platea, y uno también sonríe y piensa “Bueno, está bien, a ver como sigue”. Y sigue exactamente así, dando forma a una extraña convivencia entre el placer de las ideas bien ejecutadas, y el fastidio por un protagonista insalvable que va devorando todo.

La historia es la de Marc, un director de cine al que los productores no le quieren seguir financiando su película artística de cuatro horas. Con su pequeño grupo de asociados, roba las computadoras del estudio y se traslada a la casa de su tía, en el campo, con el propósito de terminar la edición. La premisa responde a ese subgénero de películas que hablan sobre el proceso de hacer una película; un terreno siempre intrigante, aunque afecto a los desbordes autorreferenciales.

No sé cuánto de Gondry hay en Marc, pero lo cierto es que la megalomanía del personaje, representada por una voz en off constante, es la que guía las situaciones hacia destinos imprevisibles. Imposibilitado de ver su propia película para así poder terminarla, va llenando los días con nuevas actividades que lo alejan cada vez más del propósito inicial. Aunque su discurso tiene ese rasgo de patetismo que habilita la empatía, sus acciones casi no tienen consecuencias, y con el correr de los minutos va hartando no solo a sus compañeros, sino también a los espectadores. Asistimos a un espectáculo por demás curioso: Gondry tiene ideas en el guión y talento para traducirlas en imágenes, y varios momentos de su película son genuinamente graciosos e inventivos, pero lo hijo de puta que es Marc excede cualquier compresión.

El resultado es agridulce.

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