El monstruo dentro de mi

Por Amilcar Boetto

Appendage
EE.UU., 2023, 90′
Dirigida por Anna Zlokovic
Con Hadley Robinson, Ashley Rose Folino, Emily Hampshire, Kausar Mohammed, Adam Butterfield, Brandon Mychal Smith, Desmin Borges

Lo malo conocido

Es sabido que el terror es un género que provoca reacciones muy apasionadas, no solo por parte de sus acólitos, sino también por parte de la crítica. Si en algún momento fue un género  denostado, ignorado y considerado menor por parte de un sector más elitista de la cinefilia  especializada, algo de esta percepción cambió. Y aunque eso no sigue siendo necesariamente de esa forma, el cine de terror todavía lidia con una exigencia particular por parte de un espectador que demanda, en igual medida, un horror sutil y un horror explícito.  

Tan fino es ese margen que hay películas a las que un sector del público acusa por ser muy sofisticadas y otro sector las critica por ser muy exageradas, poniendo en evidencia la contradictoria reacción que parece imperar en torno a ciertas decisiones contemporáneas del cine de terror. 

El monstruo dentro de mí parece ser, dentro de esta coyuntura, un ardiente defensor de la falta de sutileza, de la frontalidad y de la exageración. En este caso, esa defensa parece estar  justificada por la búsqueda de un tono humorístico, con cierta distancia irónica que plantea la presencia de un monstruo carismático y agresivo así como unos personajes chatos y presuntamente paródicos.  

Anna Zlokovic basó su película en un cortometraje previo, también dirigido por ella, en el que exponía una lógica similar a la de El monstruo dentro de mi, pero de un modo mucho más contenido y efectista: es decir, con una estructura que conduce hacia la ejecución de un chiste y luego a una resolución de ese mismo chiste. El largometraje, en cambio, obligó a la realizadora a expandir su sistema.  Y, como se imaginarán, la forzó a abandonar la estructura previamente trabajada. 

Si tenemos en cuenta lo anterior, creo que queda bastante claro que noventa minutos son excesivos para sostener un chiste, así como no se puede sostener un clima de tensión sin que haya sensación de peligro, lo que de alguna forma supone la necesidad de algún conflicto sea físico o espiritual. Zlokovic, entonces, nos propone convivir con la distancia irónica con respecto al monstruo. Y lo hace con la construcción de un solemne conflicto psicológico que opone a su personaje principal en relación a sus amigos y familia.  

A raíz de esto la película ingresa en un terreno esperable: diálogos sobre explicativos (cada vez  que los monstruos nos cuentan sus planes), anempáticos (el momento en el que Kaelin le cuenta  absolutamente de la nada que murió su madre) y causantes de un cringe molesto (como el hecho de que Esther diga bitch cada media palabra). Todas esas decisiones pueden ser interpretadas como parte de la construcción de un tono irónico que, deliberadamente, acartona a sus personajes y los lleva hacia un lugar más cercano a scary-movie que a una película de terror. Pero esto no termina acá, ya que se ve contrastado con la necesidad de contrapesar todo lo que su tono no ofrece. Por eso El monstruo dentro de mi acentúa formalmente algunos gestos con el fin de generar una escalada de tensión: cortes rápidos de un plano detalle a un plano general, insistencia sobre determinados objetos (las lastimaduras de las uñas, el monstruo creciendo en la panza), utilización reiterada del leitmotiv musical, la intención escenográfica de generar un ambiente sofocante.  

Zlokovic se ahoga en su propio vaso de agua, porque su distancia irónica nos deja unos  personajes tan unidimensionales que vuelven imposible la identificación en momentos de  tensión psicológica. A su vez, su sistema formal que, como dijimos, no para de acentuar lo poco que los diálogos no nos están diciendo, redunda en un combo muy desfavorable a la construcción de un espacio y una temporalidad en los que se pueda sentir alguna clase de peligro. En cierto punto, es como si el salto cualitativo del cortometraje al largometraje radicara solo en ampliar la trama e incorporar otro registro, a costa de acelerar todos los procesos narrativos  para ir hacia la siguiente escena.  Es curioso, porque en este sentido, los actores que Zlokovic había elegido para su cortometraje, Rachel Senot y Eric Roberts, habían podido sobrellevar con bastante aire aquel fino margen entre  la ironía y el drama, sin quedar como caricaturas andantes a pesar del poco tiempo que tienen en  pantalla. El propio Roberts había podido sobrellevar de una forma ejemplar este límite cuando protagonizó la increíble The Ambulance de Larry Cohen. Sin embargo, y en definitiva, El monstruo dentro de mí parece pasar de la solemnidad al chiste ridículo, sin solución de continuidad. A veces los saltos a lo conocido son saltos al vacío.

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