El motin del Caine

Por Rodrigo Martín Seijas

The Caine Mutiny Court-Martial
EE.UU., 2023, 108′
Dirigida por William Friedkin.
Con Kiefer Sutherland, Jason Clarke, Jack Lacy, Lance Reddick, Tom Riley.  

Los deberes y los costos

Hace no tanto falleció el gran William Friedkin, ese gran realizador de obras maestras comprendidas, como Contacto en Francia y El exorcista, pero también de incomprendidas, como El salario del miedo y Vivir y morir en Los Ángeles. Ese cineasta que en sus últimas décadas quedó bastante marginado en Hollywood -a diferencia de otros autores que saltaron a la fama en los setenta, como Steven Spielberg y Martin Scorsese. Y que en esos años finales aplicó un método consistente en adaptarse a materiales ajenos, pero infiltrándolos sutilmente, dejando apuntes con su sello, tal como volvió a hacer en The Caine Mutiny Court-Martial, su última película.

Lo que vemos en esta remake del clásico de Edward Dmytryk de 1954 es la típica estructuración de una película de juicio, pero llevada al extremo, ya que casi todo el relato transcurre en una corte marcial, en donde se concentran todas las tensiones y el eje del conflicto. Tenemos a un oficial naval, interpretado por Jake Lacy, al cual acusan de haberse amotinado luego de quitarle el mando del barco al que era su capitán, encarnado por Kiefer Sutherland. El primero explica que esa decisión fue tomada tras haber llegado a la conclusión de que el segundo no estaba emocionalmente estable y preparado para hacer frente a un violento huracán que amenazaba a la nave y su tripulación. En tanto, la parte acusatoria señala que hubo arbitrariedad en su decisión, que quiso manipular la situación a su favor y que no respetó la cadena de mando. A regañadientes, queda a cargo de la defensa del acusado un abogado (Jason Clarke), quien recurrirá a todas las herramientas a su alcance para evitar una condena. Esas herramientas que utilizará llevarán a repercusiones de carácter legal, ético y moral, en un proceso judicial donde nadie saldrá del todo bien parado.

Es factible pensar a The Caine Mutiny Court-Martial como el otro lado de la moneda de Cuestión de honor, aquel gran film de Rob Reiner. Si aquella película focalizaba en los abusos de poder por parte de los oficiales superiores -escudándose en los deberes asignados y lo que implicaba la obediencia debida-, el film de Friedkin señala cómo son los subordinados los que pueden invertir la carga de poder, victimizarse fácilmente, atándoles las manos a oficiales que deben llevar adelante misiones complejas y con presiones enormes. También se la puede ver como un complemento de la remake que Friedkin dirigió de 12 hombres en pugna, a partir de cómo se actualizan tensiones sociales e institucionales utilizando un mismo molde narrativo. Y hay otro giro formal, relacionado con las expectativas del espectador y la imagen de estrella construida por Sutherland. Si el actor se ha caracterizado por interpretar personajes que, aún con sus ambigüedades, suelen tener intenciones claras y son fáciles de juzgar, acá encarna a un sujeto que al principio parece un victimario, para, con el correr de los minutos, ir revelándose como una víctima de las circunstancias, de quienes lo rodean y hasta de sí mismo, alguien que quiere ejercer el dominio de la situación, pero que finalmente no puede trascender el patetismo.

Lo de The Caine Mutiny Court-Martial es un juego de máscaras, un mecanismo que reflexiona precisamente sobre los mecanismos de ocultamiento, sobre que cómo a veces el que es honesto y/o profesional queda en desventaja justamente por su profesionalismo y/o honestidad. De ahí que se impongan la manipulación y la mentira, además de una tergiversación del patriotismo y el sentido del deber. Friedkin construye este análisis metódico sin remarcaciones -con la excepción de un monólogo final en boca del personaje de Clarke, en el que la tesis se muestra de forma directa y brutal-, a partir de una puesta en escena totalmente despojada, incluso clínica. Desde ahí, con un tono tan amargo como consistente, supo repensar un clásico y transformarlo en un nuevo instrumento para indagar en las tergiversaciones del presente.

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