El pacto

Por Rodrigo Martín Seijas

The Covenant
Reino Unido, 2023, 123′
Dirigida por Guy Ritchie
Con Jake Gyllenhaal, Dar Salim, Alexander Ludwig, Anthony Starr, Jason Wong, Jonny Lee Miller, Bobby Schofield, Emily Beecham

El caballo a mitad del río

Para sorpresa de muchos (entre quienes me incluyo), Guy Ritchie había mostrado con Justicia implacable que podía apartarse de los tonos predominantes en su filmografía, con una película cruda y seca desde su violencia, que le servía también para potenciar la ambigüedad moral de los protagonistas. En cambio, Agente Fortune: el gran engaño dio la impresión de ser una vuelta a su cancherismo habitual -que suele tornarse un tanto insoportable-, aunque esta vez sin tantos manierismos estéticos. El pacto, su más reciente film, es otro hito raro en su carrera y no solo por adentrarse en el género bélico, que hasta el momento no había entrado en su radar: también por un posicionamiento intermedio entre lo que había entregado en sus dos películas previas.

La mirada ideológica puede ya intuirse a partir del espacio-tiempo en el cual está situado el relato: el tramo final de la Guerra de Afganistán, cuando ya empezaba a ser claro que Estados Unidos no le encontraba la vuelta al conflicto y se divisaba una retirada en el horizonte como única clausura posible. Pero lo más llamativo es cómo el relato se estructura en tres partes bien diferenciadas, que incluso constituyen tres películas en una. En el primer capítulo, hay una unidad liderada por el sargento John Kinley (Jake Gyllenhaal) que pierde a su traductor afgano luego de una explosión y que recibe como reemplazo a Ahmed (Dar Salim), que tiene actitudes un tanto conflictivas, que incluyen la desobediencia a algunas órdenes que se le imparten. En el siguiente, una misión sale desastrosamente mal y la unidad es aniquilada, con la excepción de Kinley y Ahmed, aunque el primero queda con heridas graves que le impiden movilizarse. Es entonces que surge de la nada el heroísmo de Ahmed, que transporta a Kinley durante 100 kilómetros por territorio enemigo hasta eventualmente arribar a una base segura. Su proeza lo convierte en una leyenda para su gente, pero también en un enemigo irredimible para para los talibanes, que lo ven como un traidor y baluarte del enemigo. Y esto lleva al último capítulo, donde Kinley, de vuelta en su hogar, aunque carcomido por la culpa, decide emprender una misión de rescate clandestina y de casi imposible concreción para sacar a Ahmed y su familia del país, y llevarlos a Estados Unidos.

Si el primer tercio es un retrato un tanto convencional de un grupo de soldados conscientes de que están librando una guerra donde no hay avances reales, el segundo tramo es un giro de 180 grados en casi todos los sentidos. No solo porque la huida de Kinley y Ahmed impone un suspenso y tensión constantes, sino también por cómo Ritchie pone su imaginario visual al servicio de la creación de instancias de alucinación que rozan lo agobiante. Así, la perspectiva paranoica de un Kinley herido confluye, así, con el esfuerzo casi ilimitado de Ahmed, que están rodeados de un aura casi épica. Esos pasajes están entre lo mejor de la película, con una narración enmarcada en lo físico y sensitivo, además de un héroe impensado que no tiene necesidad de forzar lecturas políticas. Si El pacto finalizara ahí, con su salvataje inesperado como acto cúlmine de nobleza, sería un film más que atractivo.

Sin embargo, Ritchie no puede evitar dar una nueva vuelta de tuerca para resaltar su ideología, que es bastante militarista, titubeantemente patriótica y muy culposa. Por eso el último tercio de El pacto hace hincapié en las miserias del intervencionismo estadounidense -finalmente inútil, porque nunca acabó con los talibanes y falló en proteger a los afganos-, pero también en la heroicidad militar, asentada en el compañerismo y la lealtad. El punto de vista de Ritchie no deja de ser atendible, pero el único vehículo expresivo que encuentra es la declamación y el subrayado. Eso convierte a los últimos minutos en rutinarios y predecibles, con algunas resoluciones entre apresuradas y facilistas.

El fracaso en la taquilla de El pacto muestra la encrucijada en la que se encuentra el cine bélico estadounidense en los últimos años. Ya no hay historias donde lo heroico se da la mano con lo traumático, como El sobreviviente y Francotirador (los dos últimos grandes éxitos del género). Y la revisión culposa, al menos por ahora, tampoco encuentra eco. ¿Hacia dónde ir entonces? Quizás la vuelta a las estructuras narrativas más clásicas sea una alternativa, aunque es difícil saber si hay espectadores dispuestos a verlas.

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