Final score

Por Gabriel Santiago Suede

Reino Unido, 2018, 104′
Dirigida por Scott Mann
Con Dave Bautista, Pierce Brosnan, Ray Stevenson, Martyn Ford, Ralph Brown, Kamil Lemieszewski, Lucy Gaskell, Craig Conway, Amit Shah, Aaron McCusker, Lara Peake, Daniel Eghan, Bill Fellows, Jack Norman, Michael Chapman, Alexandra Dinu.

80s/90s otra vez

En algún momento, en esta revista, defendimos con ganas a The Rock y su cine-mamut que rompe todo y convierte a una serie de convenciones en una fiesta (algo que pueden leer en esta nota). Bueno, Dave Bautista (si, el de Guardianes de la Galaxia) no solo supo demostrar su talento actoral y físico sino que además es un extraordinario comediante. Será por eso que encaró de manera tan personal y poniéndole tanto el cuerpo a esta película que parece un homenaje tardío al cine de acción de los 80s/90s, poniendo el eje y el ojo en Arnie como horizonte de reflexiones (en su doble interpretación). Pero Final Score está bien lejos de ser The Last action hero (John McTiernan, 1994). No hay en la película del ignoto Scott Mann nada que se le parezca a una parodia, a una operación nostálgica o algo por el estilo.

La película hace lo que algunos artefactos nobles y genuinos hacen cuando no especulan: construyen una narrativa sin importar el qué dirán, con un simple fin, que no es otro que lograr que ese mundo autónomo sea una celebración. Por eso detrás del espíritu de esta película, que pasó casi desapercibida a finales de 2018, se percibe el aire del cine inverosimil, anárquico y juguetón del recientemente fallecido Larry Cohen, acaso un especialista en eso de sostener el inverosímil de forma radicalmente divertida y posible a la vez. Al mismo tiempo hay algo matemático, casi geométrico en esta película. Esa planifiación, incluso, tiene algo de hitchcockiano. El director inglés, al final de cuentas, es bastante más que la tontería de “el maestro del suspenso”. Hictchcock también era el maestro de la planificación. Pero no en el aspecto más cerebral del término. Es que detrás de las acciones de las mejores películas del director siempre había una red invisible de relaciones que organizaban el mundo. Lo curioso es que en esta película menor (dicho sea de paso, la vi en el mejor formato posible para consumir cine presuntamente berreta: en el viaje de vuelta de mis vacaciones, en una tv pequeña, en un ómnibus) los hilos invisibles se vuelven una telaraña de aplastante nivel de inverosimilitud. Y así las cosas, lo que logra Final Score en sus 104 delirantes minutos es digno de celebración.

A ver: un ex-soldado retorna a Inglaterra para visitar a su sobrina y a la viuda de su hermano, muerto de manera oscura. En la visita tío y sobrina irán a ver un partido de futbol. Pero en el desarrollo un grupo separatista y terrorista de origen ruso pondrá todo patas para arriba: con el fin de encontrar a un presunto líder revolucionario escondido en el estadio el grupo terrorista cortará toda comunicación con el exterior mientras el partido se lleva a cabo. Al mismo tiempo, las puertas del estadio por toda salida posible, son selladas con explosivos. A partir de un hecho azaroso será nuestro héroe el encargado de resolver el asunto al mejor estilo duro de matar meets Manaos (nota a los lectores extranjeros: Manaos es una gaseosa local de muy baja calidad y precio que se consigue en Argentina). Pero lo más hermoso es que deberá hacerlo con todas las limitaciones encima: deberá manejar una moto por los techos del estadio, lograr identificar al líder revolucionario escondido y salvar a su sobrina y todo eso llevarlo a cabo en menos de 90′. Lo más interesante es que la vía para sostener este disparate es redoblar la apuesta con más saltos, con más explosiones, con más golpizas insólitas (incluso hay algo del cine de Jackie Chan en todo esto) y con vueltas de tuerca de guión que no tienen nada que envidiarle al ya mencionado director y guionista de Ambulancia.

Por eso resulta interesante volver al aspecto hitchcockiano del asunto, acaso el costado más insólito de una película especialmente delirante. Y ese aspecto radica en el nivel milimétrico del valor narrativo de los detalles, como si trabajara, en paralelo a la hipérbole y la exageración del verosímil, con una enorme dosis de precisión en el guión, en el que todos los elementos del mundo material que vemos en algún momento cobraran una función dramática (sería, en este sentido, una versión no canalla del guión de hierro de las películas de Farhadi, un especialista en hacer de los detalles un instrumento para el castigo de sus personajes). Por eso no deja de ser particularmente injusto escuchar que se trata de una película de acción convencional.

Con una precisión adecuada y quirúrjica, lo que logra Final Score en menos de dos horas es un pequeño milagro. Fundamentalmente porque logra que nos olvidemos del tiempo en el que vivimos, del año que atravesamos y nos lleva, felizmente, al territorio de una época que nunca temió construir un cine popular haciendo conjugar el detalle obsesivo con el entretenimiento más aparentemente banal.

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