#GimmeShelter: cine, series, libros y otras cosas para sobrevivir (IV)

Por Carla Leonardi

Al sur

Por Carla Leonardi

El Coronavirus se presenta como la contingencia de un factor letal invisible y desconocido. Se trata de una situación inédita, que irrumpe en nuestras vidas conmoviendo los sentidos en los cuales sosteníamos nuestra rutina y que fuerza al aparato psíquico a una respuesta que dependerá de las posibilidades de cada uno. En tiempos de incertidumbre, echar mano a las películas, a los libros, a las series y a otras cosas puede ser una manera de velar y al mismo tiempo, de tramitar el horror de la muerte que se yergue como el amo absoluto, sin miramiento alguno por las diferencias, a nuestro alrededor. 

En las tres ficciones que elegí los personajes quedan girando en falso. Viven en un loop sometidos a la sombra de un destino trágico inconmovible que los arrastra y arrasa subjetivamente. Se trata de la fijación al trauma que irrumpe como aquello no cesa de escribirse y que moviliza al aparato psíquico en sus intentos infructuosos por agotarlo. La repetición del pasado como modo de trabajo de la psiquis, sin embargo tiene su aspecto positivo en que en lo que se reitera cada vez, se va produciendo una mengua del goce de la insatisfacción. Ante la irrupción de este acontecimiento nuevo que es la pandemia del Coronavirus, el primer impulso será responder con el modo como veníamos respondiendo al desajuste cotidiano.Y es muy probable que pronto advirtamos que las viejas respuestas comienzan a mostrar sus fallas.

Lo Que El Viento Se Llevo

Dicho esto, me vi llevada en esta cuarentena de tiempo continuo a transitar algunas ficciones cuyo común denominador, y diferencia con el presente, es el retorno del pasado. Así pude compartir durante casi cuatro horas, la desolación de Scarlett’O Hara por ese Sur paradisíaco al que el viento de la Guerra de Secesión arrasó de un plumazo en el clásico Lo que el viento se llevó (Victor Fleming, 1939), pero también la fuerza de su resolución por salir adelante y su dolor del final por la imposible unión con Rhett Butler, ese hombre que nunca termina de encajar en la aristocracia sureña debido a su estilo de vida licencioso. Como el melodrama, tiene una de sus influencias en el gótico, la sombra del pasado se corporiza aquí en la figura del romántico Ashley Wilkes, ese joven por quien Scarlett se encapricha (precisamente por resistirse a sus encantos), sin poder asumir sus verdaderos sentimientos por Rhett. Y que aún después de muerto acecha a ambos protagonistas, impidiéndoles consumar una unión relativamente feliz.

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En la misma línea, incursioné en el gótico sureño con la lectura de El río en la noche (1963), primera novela de la escritora Joan Didion, y que desempolvé de la biblioteca para darme cuenta (no sin sorpresa) en los primeros capítulos que la protagonista, tenía como heroína de su infancia a Scarlett O’Hara. Aquí se va asistiendo a la disolución del matrimonio entre Lily Knight y Everett McClellan, en paralelo a la decadencia de la aristocracia terrateniente de Sacramento a la que pertenecen las dos familias, cuando comienza la fiebre del negocio de la construcción inmobiliaria. El rio de la vida familiar corre de acuerdo a lo socialmente esperado, pero esconde en sus meandros a una Lily que no puede encajar en el papel de madre y esposa. La vacilación de Lily y el apartamiento silencioso de Everett en sus quehaceres, establecen una serie de desencuentros entre ambos. Entre ellos forjan callados rencores que se repiten como un disco gastado y que confluyen en ese espectro del pasado que encarna Ryder Channing y sobre el cual Everett descarga su furia contenida desde hace años, sellando así el destino trágico de la familia. Y más allá de la trama en sí, que tal vez no diga demasiado, lo que resulta interesante de la novela es la manera alusiva y la sutil con que Didion va dando cuenta de la ominosa oscuridad y del extravío que se cierne lentamente sobre el personaje de Lily. Además, cuenta con una estructura narrativa, que rápidamente se interna en un cautivante flashback hacia el pasado para dar cuenta de las decisiones pasadas que desencadenan su retorno en el presente.

Heridas Abiertas Hbo

Y llevada mediante asociaciones por contiguidad, seguí con la fascinante miniserie Sharp Objects (Jean- Marc Vallee, 2018). Aquí una solvente Amy Adams, interpreta a la periodista Camille Preaker, que vive sumida en el alcohol, en el dolor autoinflingido de cortes en el cuerpo, que no han cesado a pesar de sus hospitalizaciones. Camille pertenece a una familia acomodada heredera de la fortuna de un criadero de cerdos en un pequeño pueblo sureño. Camille busca anestesiar el dolor por la abrupta muerte de su hermana, acaecida en su infancia, mediante el recurso al alcohol e intenta inscribir la pérdida en lo real del cuerpo al no poder tramitarla simbólicamente. La desaparición y posterior asesinato de unas niñas en el pueblo de Wind Gap (del que es oriunda), lleva a su editor a proponerle realizar el viaje al pasado, con la intención de que así pueda sanar esa herida abierta. Avanzando en los capítulos, se va cerrando un circulo por al cual los asesinatos del presente de Wind Gap se relacionan con el trauma del pasado de Camille, produciéndose el efecto de lo siniestro, cuando la familiar apariencia de familia samaritana estalla para hacer aparecer la oscura extrañeza de un pasado familiar que se transmite por línea materna de generación en generación. Lo más interesante de esta serie, además de sus interpretaciones y la música, es el magistral trabajo de enrarecimiento del tiempo. El montaje se vuelve pieza esencial, que se explota al máximo al fragmentar la narración en un constante devenir entre el pasado y el presente, al captar el efecto traumático de aquello que no termina de inscribirse a partir de la dispersión de breves y rápidas escenas en el presente, y también al reproducir el efecto narcótico mediante momentos de suspensión o enlentecimiento del tiempo.

Hoy no estamos ante el retorno del pasado, ni ante la suposición de un futuro distópico, construido a partir de los desarreglos del presente. La ficción distópica se ha hecho real con la irrupción de este abismo virulento, fuera de calculo y tiempo, que no entrega todos su misterios y que se obstina en romper todos los moldes posibles. La oportunidad que tenemos ante esta crisis, que nos patea el tablero, acaso sea no convertir la contingencia inesperada en ritual repetitivo o predicción apocalíptica. El desafío al que somos convocados es entonces hacer de este tiempo extraño e incierto (que no sabemos cuándo ni cómo va a cesar), ocasión para dejar de recurrir a viejas recetas o en todo caso, para servirnos de ellas para producir nuevas ficciones, para inventar nuevos modos de tramitar el malestar que hoy nos afecta. 

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