Incompresa

Por David Obarrio

Italia-Francia, 2014, 110′
Dirigida por Asia Argento
Con Giulia Salerno, Charlotte Gainsbourg, Gabriel Garko, Anna Lou Castold

La niña con el gato negro

Asia Argento constituye todo un caso. La directora más sexy del mundo es también, con toda probabilidad, una de las más audaces y originales. Antes, hace mucho, uno se topaba de casualidad con el apellido Argento y pensaba de inmediato en el padre, en Dario, el italiano alucinado, el responsable de los gialli dudosos y las secuencias con crímenes aparatosos, siempre coreografiados con maledicencia y delectación. Lo que ocurre ahora es invariablemente al revés. Aquella actriz definitivamente leve, más bien tímida y recoleta que se podía adivinar en algunos rincones de la pantalla en Palombella Rossa (Nanni Moretti, 1989) se ha convertido con los años en uno de esos casos de presencia formidable, igualmente mórbida y amenazante, tanto de un lado como del otro de la cámara. Incomprendida, como pasa con sus dos películas anteriores, es conmovedoramente libre y extraña, un objeto arrogante destinado a golpear al espectador impugnando sus expectativas acerca de un film “bien hecho”, que se pueda, por ejemplo, asir con facilidad y manipular según los usos y costumbres del buen tono propio de Cannes.

La historia, mínima por otra parte, es la de una niña llamada Aria: es decir, de nuevo ese territorio inestable de la niñez por el que la directora parece haber desarrollado de un tiempo a esta parte una predilección singular, ubicándose tan lejos de las fórmulas consabidas acerca del tópico “niños desamparados” como capaz de exhibir una sensibilidad extraterrestre para captar las breves iridiscencias y los temblores que lo recorren de modo casi proverbial. Aria es una chica de nueve años, maltratada, fatalmente abandonada e incomprendida, como dicta el título de la película. Su voz en off se deja oír cada tanto como un murmullo que ilumina las escenas y tantea con perspicacia y cautela el desquicio en el que se desenvuelve su vida. Si los padres resultan ser unos monstruos, las dos hermanas poco confiables y las autoridades del colegio prescindentes, Aira se tiene a sí misma, está armada con toda la paciencia del mundo y tiene, además, un alma de pequeña poeta y la voluntad indomable para no dejarse doblegar nunca. La acción se ubica a mediados de los años ochenta; el hecho de que el nombre del personaje es el primer nombre de la directora, sumado a la coincidencia de edades, indican el grado de identificación y de compromiso emocional de Asia con su criatura. Su padecimiento pero también su lucidez para observar el mundo que la rodea constituyen el corazón de la película. Ese mundo es un enigma inclemente que hay que desentrañar en el campo de batalla, mientras se crece, se toma nota del carácter incomprensible del prójimo y se aprende dolorosamente a no esperar casi nada, aunque siempre en el fondo se guarde algo, una luz sostenida contra toda evidencia.

En la primera escena de la película la madre le parte el labio a la chica de un cachetazo. Pero después va hasta su cama para arroparla amorosamente antes de dormir. Más tarde el padre la echa de la casa y Aria se ve obligada a deambular por las calles con su gato negro a cuestas como única compañía. Aunque no lo parezca en los papeles, Incompresa está atravesada por una belleza y una gracia inesperadas: ni los golpes, ni la subestimación, ni la indiferencia, ni la traición de una compañerita de escuela (su única amiga, de hecho) consiguen vencer a la protagonista, y esa es la carta de emoción más elocuente con la que juega Asia para tener al espectador en vilo: ¿hasta dónde aguanta esa pobre chica? Como es habitual en su cine, el dispensario de imágenes e ideas de la directora mantiene una distancia perseverante con las ciencias sociales, prescinde de astucias psicológicas o de maniobras extorsivas que sirvan para explicar el comportamiento de los personajes achacándoselo a un carácter disfuncional o a la esencia defectuosa de la sociedad.

La oscuridad interrumpida por relámpagos de El corazón es engañoso por sobre todas las cosas se complementaba insolentemente con ráfagas de humor incorrecto y un mood punk que teñía cada escena y revelaba la naturaleza íntima del credo de Argento: no ceder nada, no retroceder; hacer una película de amor que dé tanto miedo como una de terror; sugerir cómo lo segundo puede derivar de lo primero, no importa lo que prescriban los buenos sentimientos. Del mismo modo, a esta altura no hace falta decirlo, no hay en Incomprendida trazos de sentimentalismo amable o blando en sus películas; la emoción apunta directamente a los ojos, hiperbólica y desfachatada. Argento esgrime en todo momento, como una marca indeleble, una ferocidad pop llena de júbilo: brillante, orgullosa, violenta. El espléndido uso del color y las canciones de rock, los cambios imprevistos de tono y la comicidad grotesca le otorgan a Incompresa una rara distinción y el aura de un lirismo sin concesiones que atraviesa cada plano como una declaración de principios. Argento ha hecho una película cuya ambigüedad descarnada parece habitar dentro de un cuento infantil al que accedemos con un estremecimiento. Ella, entre tanto, solo espera que podamos tomarlo tan en serio como lo hace su protagonista.

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