Jockey 

Por Raúl Ortiz Mory

EE.UU., 2021, 99′
Dirigida por Clint Bentley
Con Clifton Collins Jr., Molly Parker, Moisés Arias, Logan Cormier, Colleen Hartnett, Daniel Adams.

Boulevards del crepúsculo

Cuando Lester Piggott decidió que ya no sería un centauro estaba cerca de cumplir 60 años. 

A esa edad, la mayoría de los jockeys son entrenadores o dueños de establos. Sin embargo, Piggot se resistía a abandonar lo que tantas alegrías como desgracias le había dado. Ganador de 4493 carreras -su primera victoria en un Derby fue a los 19 años-, distinguido como sir por Isabel II, multimillonario, encarcelado por evasión de impuestos, degradado por la monarca británica y dueño absoluto del título popular de mejor jinete de carreras de la historia del Reino Unido, Piggott solo tenía una idea en la cabeza cuando tomaba las riendas de sus corceles: competir y, evidentemente, ganar, pero lo que más le seducía era lo primero. 

El caballo con el que ganó su primera carrera importante se llamó Never Say Die. 

Al igual que un automovilista y su monoplaza, Piggott parecía estar fusionado con sus equinos en clave cómplice. Alguna vez dijo: “Si tuviera que pagar para estar en las carreras, lo haría. No conozco otro tipo de vida”. Quirón a galope, contra el viento, en cualquier pista, dejándolo todo.

La vida de los jockeys es complicada y pocos están destinados a ser Piggott. Como a todos los deportistas de élite, se les exige y se espera mucho de ellos, pero hay algo contra lo que no pueden luchar: el paso del tiempo y sus consecuencias físicas. Saber decir adiós porque el cuerpo ya no es el mismo se transforma en una cavilación desesperante. Aceptar que la curva de la vitalidad empieza a descender es una cuestión inexorable. Tanto los jinetes legendarios como los cientos de jóvenes que pesetean en el turf, saben que el tránsito del envejecimiento hacia el retiro es una carrera perdida. 

Jockey es una alegoría del atardecer humano. Una hermosa ventana crepuscular que se mueve en el mundo de la hípica, específicamente en la cotidianeidad de los jinetes y con énfasis en la vida de su protagonista, Jackson Silva (Cliffton Collins Jr.), quien busca la gloria de la última carrera cuando su vida empieza a tocar la puerta del ocaso.

Enmarcada en el terreno del cine independiente estadounidense, Jockey recorre la intimidad de un hombre que se siente vivo cuando entrena, monta y compite -al igual que Piggott-. Lejos del retrato edificante, Bentley rodea a su protagonista de azares que lo expanden a dimensiones ajenas al mundo de la competitividad hípica. La aparición de un hijo no deseado y el diagnóstico de una enfermedad degenerativa harán que Jackson voltee la cabeza en dirección a cuestiones que socavan su rutinaria existencia. Entonces, la película adquiere un sentido de reflexión respecto a lo que entiende el ser humano como el paso del tiempo. 

A medias, entre las estancias de la equitación -establos, lugares de entrenamiento- y los espacios que Jackson frecuenta -casas rodantes, bares, fogatas- se construyen estampas que arrastran desilusión y angustia. Si bien un final modoso es lo último que asoma en esta película -o, al menos, atisbos de alegrías-, aparecen una serie de símbolos que delatan al director como un hombre optimista en relación a su personaje central. La camaradería entre jinetes, algunos en ascenso, otros en plan de retirada; el vínculo de Jackson con su entrenadora, Ruth (Molly Parker); la ilusión tardía del jinete por ser padre, a pesar de la incredulidad inicial; son elementos argumentales que van de la mano con la propuesta de Bentley para mostrar un mundo donde nada es tan monótono como parece.     

Jockey también se siente como la resistencia del guerrero ante el azote de las nuevas generaciones que buscan tomar el mando de la manada. El filme se apoya en la esencia de la épica para resolver las situaciones en que Jackson queda expuesto y en condición de soledad absoluta. Esa vulnerabilidad es el resultado de la lucha que sostiene contra el paso del tiempo, nuevamente el factor decisivo de la trama. 

Es así que la mejor y más lograda representación del estado de ánimo o las encrucijadas que atraviesa el protagonista se da a través del tratamiento fotográfico otorgado por Adolpho Veloso. Un esteta que merece seguimiento. Tres cuartas partes del metraje están bajo una capa de amplios atardeceres. Bellos y melancólicos. No es complicado advertir que Bentley, por medio de Veloso, suma algunos mecanismos del western tardío para dotar de mayor dramatismo a su película. 
Neo western o drama deportivo, Jockey es una película absorbida por la interpretación de Collins Jr., el impacto visual de sus tomas panorámicas, el enfoque filosófico del tiempo y su percepción de la soledad humana.   

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