La luna representa mi corazón

Por Marcos Rodríguez

La luna representa mi corazón
Argentina, 2021, 103′
Dirigida por Juan Martín Hsu
Con intervenciones de:Chen Yien FungLin Sun XuanJuan Marcelo HsuJuan Martín HsuFrank John HughesSherry ChenYang Shan

Territorios

Las películas de Juan Martin Hsu giran en torno a la construcción de una pertenencia: pertenencias en un territorio múltiple (como en La salada), pertenencias en un territorio limitado (Diamante mandarín), pertenencias en un territorio tironeado, estirado. En La luna representa mi corazón, la pertenencia se asocia también a un territorio (el regreso a Taiwán) pero sobre todo busca una indagación del territorio de la familia. La pertenencia tiene que ver con la identidad, los temas se rozan, pero en este caso la tensión es mayor: al principio de la película vemos el registro casero del regreso a Taiwán de Hsu con su hermano, y una de las primeras cosas que escuchamos es el comentario entre ellos al ver a su madre, que los está esperando en el aeropuerto: comentan casi como un chiste que la madre no los reconoce.

Esa es la herida y el tono que atraviesa la película: a la búsqueda del reencuentro (y la reconstrucción de la historia familiar) subyace la duda (¿la angustia?) de si realmente pertenecemos a aquello que supuestamente nos define. La crudeza de la pregunta se sostiene en la crudeza del registro de la parte documental de la película: imágenes caseras, buena parte capturadas en un formato digital de hace unos cuantos años, con una calidad un tanto pobre (por lo rudimentario, por las condiciones en las que se filma, por la cotidianeidad del registro). No hay encuadres bellos, ni siquiera imágenes potentes: hay desorden, rutina y píxeles de un día a día cargado de sentidos pero también de la inevitable inercia de cualquier conversación real, que nunca termina de resolverse.

Este registro documental se articula con una serie de escenas con las que Hsu busca de alguna forma articular y representar los temas que yacen escondidos detrás de las charlas familiares: personajes que vuelven, encuentros, reencuentros y desencuentros, el pasado de Taiwán, el pasado de su familia. En estos fragmentos de microficción la película juega el juego de la representación: formas de filmar, formas de encuadrar, distancias del plano. Hsu incluso trafica hasta Taiwán rock argentino, reinterpretado y traducido al chino, como banda sonora de historias de inmigrantes que van y vienen de una punta a la otra punta exacta del mundo. Las ausencias se cruzan, no son pocos los fantasmas (no literales) pero los juegos no buscan apropiarse de formas que le son ajenas, sino que echan mano de estas formas y otras, referencias de acá y allá, modos de filmar pero no para probar cosas con un sabor diferente, sino como herramientas, modos de pelar las capas, de decir lo que no puede decirse.

En estos fragmentos de representación, Hsu despliega su puesta en escena y construye momentos que no por pequeños se sienten menos auténticos: los personajes pasan pero el tono es siempre justo. Sin embargo, a pesar de la belleza que alcanzan estos momentos, la medida exacta de su precisión está en el costado documental de La luna representa mi corazón: Hsu le pone el cuerpo (aparece ahí en plano) pero sobre todo le pone el corazón a su película. La historia familiar que se cuenta es, por lo menos, singular y el carácter de algunas de las personas que se nos presentan (sobre todo en el caso de la madre, pero en realidad con todos) puede resultar un tanto áspero y difícil de entender. Nos gustaría poder entregarnos a un reencuentro sanador pero todo resulta mucho más esquivo en la película. Y, sin embargo, no hay lugar para reproches y cada uno tiene su espacio. La luna representa mi corazón sabe mirar a cada uno y les permite un lugar para que puedan existir más allá de la trama que nos gustaría tejer sobre ellos. Nos gustaría entender, nos gustaría alcanzar una reconciliación y en lugar de eso tenemos momentos que van para un lado y para el otro, medias respuestas, dudas. Tenemos, también, el que probablemente sea uno de los momentos más memorables de La luna…: la escena en la que la madre y su nueva pareja cantan la canción que le da título a la película. Como si lo que habría que decir solo pudiera decirse de formas desviadas.

Hay ausencia en la película de Hsu, hay dolor y angustia, pero no hay pose. A pesar del dolor, también hay vínculos y, sobre todo, ternura auténtica, de esa que es casi imposible encontrar y que uno no puede más que agradecer.

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