La sociedad de la nieve

Por Mariano Bizzio

España-EE.UU.-Uruguay-Chile, 2023, 144′
Dirigida por Juan Antonio Bayona.
Con Enzo Vogrincic, Simon Hempe, Rafael Federman, Matías Recalt, Andy Pruss, Agustín Pardella, Esteban Bigliardi, Louta y Tomás Wolf.

Irrepetible

Creo no faltar a la verdad si indico que me encuentro en la reducida lista de fervientes defensores del cine de Frank Marshall, en particular de la notable y emocional Viven!, que se había propuesto adaptar, a mediados de la década del 90, el inadaptable libro homónimo sobre los hechos de la tragedia aérea de Los Andes. En este punto, debemos decir que mucha agua pasó bajo el puente treinta años después. Por ese mismo motivo la potencial originalidad del film de La sociedad de la nieve ponía al asunto en un límite complicado: ¿Cómo se puede volver a representar la misma tragedia sin caer en todos y cada uno de los lugares comunes conocidos?

Bayona no parece cuestionarse demasiado esos antecedentes sino, bien por el contrario, parece redoblar la apuesta por los lugares comunes, a los que abraza y duplica, redoblando las apuestas frente al clasicismo discreto de Marshall. Por eso la película no se destaca precisamente por llevar adelante ningún tratamiento particularmente original de los acontecimientos, sino por su espectacularización macro (el accidente) y micro (lo emocional-sentimental), pero también por la naturalización del horror del canibalismo como supervivencia. Bayona no solo cuenta con mejores recursos técnicos que los que contaba Marshall un tercio de siglo atrás, sino que su sensibilidad es distinta, ya que no se trata plenamente de un narrador clásico. Quizás sea por todo lo anterior que donde mejor funciona la película es en el componente físico-terrorífico de la aventura (antes que en sus personajes como individuos y sus dilemas morales que bastante poco nos importan en rigor de verdad, ya que la tregedia colectiva se impone sobre la empatía con algún individuo particular), que es justamente el aspecto que en su momento mejor había sabido desarrollar Marshall, pero que a su vez también equilibraba con sus personajes.

En La sociedad de la nieve el asunto avanza a golpe de puño (lo que sucede entre la media hora de película y hora y media es una acumulación emocional durísima) y contundencia visual, precisamente porque su armado planificado geométricamente busca jugar con nuestras emociones, en lo que casi podríamos definir como un ejercicio conductista. En ese punto Bayona vuelve a compararse con Marshall y pierde bastante, porque a partir de un determinado momento nuestro cuerpo se acostumbra a los golpes y naturaliza cosas terribles, efecto que perjudica notablemente la sustentabilidad narrativa: a partir de un determinado momento ya sufrimos lo suficiente y lloramos lo suficiente como para que los hilos de la manipulación emocional se hagan visibles. A partir de ese momento sentimos que no hay retorno inocente a los hechos. Algo de esa violencia es pornográfica (no por lo exhibido, precisamente, en particular no por el morbo, casi siempre fuera de campo), fundamentalmente por la manipulación emocional de anclar nuestra mirada a los estímulos, vuelve a la experiencia algo estimulante, masoquista e irrepetible a la vez.

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