Loki – Segunda temporada

Por Rodrigo Martín Seijas

EE.UU., 2021, 6 episodios de 48′
Creada por Michael Waldron
Con Tom Hiddleston, Sophia Di Martino, Gugu Mbatha-Raw, Owen Wilson, Cailey Fleming, Richard E. Grant, Wunmi Mosaku, Erika Coleman, Sasha Lane, Jon Levine, Lucius Baston, Chris Brewster, Isabelle Fretheim, Michael Rose, Anya Ruoss, Lauren Revard, Tara Strong, Philip Fornah, Sarafina King, David A MacDonald, Alvin Chon, Michelle Rose, Ilan Srulovicz, Eugene Cordero, Jack Veal, Deobia Oparei, Aaron Beelner, Susan Gallagher, Alex Van, Derek Russo, Ben VanderMey, Jon Collin Barclay, Jwaundace Candece, Kate Berlant, Josh Fadem, Malerie Grady, Hannah Aslesen, Jordan Woods-Robinson, Daniel Newman, Austin Freeman, Ravi Naidu, Lauren Halperin, Ricky Muse, Hawk Walts, Zele Avradopoulos, Dayna Beilenson, Robert Pralgo, Jonathan Majors

Encontrar ese glorioso propósito

La primera temporada de Loki había tenido un arranque interesante, sustentado más que nada en su premisa focalizada en el recorrido por el Multiverso de Marvel y la puesta en crisis de las convicciones de su protagonista, que pasaba de ser un villano a un antihéroe. Sin embargo, había terminado derivando en un relato tedioso, donde todo debía explicarse desde la palabra y casi siempre con un tono entre solemne y pretencioso. La cumbre de eso se había dado en el final de temporada, con la presentación de Kang como nuevo gran villano en un festival de discursos terriblemente impostados y hasta cínicos. De ahí que los temores de cara a la segunda temporada -alimentados además por la pesadez que había transmitido Ant-Man and the Wasp: Quantumania, que había funcionado como puente previo- fueran grandes.

Pero, contra todo pronóstico, y ahora con Justin Benson y Aaron Moorhead -que venían de hacer un trabajo muy interesante en Moon Knight– como directores, esta nueva entrega de Loki es mucho más estimulante y atractiva. Principalmente, porque se permite ser mucho más juguetona y dinámica, de la mano de un ritmo vertiginoso y una voluntad de no tomarse a sí misma tan en serio. De hecho, hay una consciencia bastante patente en todos los episodios de que, por más explicaciones que se den, toda la trama de viajes, bucles y ramificaciones temporales es casi imposible de entender. Con ese entendimiento es que la serie avanza concentrándose en la aventura y el movimiento, en un ida y vuelta permanente que no es solo espacial y temporal, sino también sentimental y moral. Y eso que el punto de arranque era ciertamente problemático, con Loki teniendo que lidiar con las consecuencias inmediatas de las acciones con que cerraba la primera temporada.

Sin embargo, hay un cambio de eje en la historia, donde las reglas del mundo desplegado no pasan a condicionar tanto a las decisiones de los personajes, sino al revés. Lo que se impone entonces es la voluntad por romper todo, por desarmar y rearmar reglas, por jugar con la maleabilidad del tiempo y el espacio, para así dejar de lado el seguimiento (con las tediosas explicaciones, por supuesto) de las normas. Es como si la serie se dijera a sí misma, al Multiverso de Marvel a los espectadores “bueno, ya sabemos cuál es el manual de instrucciones, ahora vamos a romperlo y reescribirlo”. Eso, en un punto, es explicitado de forma casi literal, a través de dos nuevos personajes: OB (Ke Huy Quan), un empleado clave de la Autoridad de Variación Temporal; y Victor Timely (Jonathan Majors), otra encarnación de El Que Permanece. Ambos están relacionados con la posibilidad de mantener un sistema que preserva la existencia e impide el caos, pero también ambos, cada uno a su modo, rompen con la sistematicidad impuesta por la primera temporada de la serie. Es que, si la primera entrega llevaba la noción de que “nada es lo que parece y las apariencias engañan” al espectro de lo burocrático y sobrador, esta segunda parte pasa a tratarse, directamente y sin rodeos, de salvar al mundo.

Por eso es que la segunda temporada de Loki es, en el fondo, simple, y puede hacerse cargo de eso sin culpa y con voluntad de diversión. Todo se trata de una carrera loca por evitar que se acabe la existencia de todo y todos, y el único que puede concretar esa misión es un tipo que durante toda su vida se pensó como el centro del universo, hasta que se da cuenta, progresivamente, que no le queda otra que ser verdaderamente el centro del universo, con todas las responsabilidades que eso implica. Y que para eso necesita un espejo colectivo que lo interpele, que le diga desde sus actitudes que hay cosas que debe hacer, por más que no quiera o tema salir derrotado. Desde ahí es que vuelven a hacerse importantes otros personajes como Sylvie y Mobius, como referencias afectivas y morales para Loki. A medida que van pasando los capítulos, esto se va clarificando y por eso Loki va de menor a mayor, con una segunda mitad que es un despiole narrativo, pero también un objeto adictivo y querible, capaz de desplegar la mejor autoconsciencia posible. Quizás ahí esté la clave para el futuro de Marvel: poder desplegar la complejidad de las tramas interconectadas, pero también permitirse jugar e ir a lo simple, a lo directo, a lo obvio, sabiendo que puede tener su dosis de complejidad. Al fin y al cabo, todo se va a tratar, siempre, de salvar el mundo.

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