38MarDelPlataFF – Diario de festival: Animal/Humano, La gruta continua

Por Diego Maté

Animal/Humano

Se pueden filmar todavía dramas discretos, contenidos, anacrónicos. Se pueden filmar, aunque eso signifique tomar distancia de las coreografías que dicta el circuito de festivales y el cine de este tiempo. No se sabe para cuántas personas esté filmando Alessandro Pugno, seguramente sean pocas, y habrá que ver cuántos espectadores salgan de la sala creyendo que Animal/Humano es una película que les hable a ellos. Como siempre, las intenciones del director, en este u otro caso, importan poco, lo que cuenta es la visión de mundo que la película ofrece. Y Animal/Humano sugiere un desinterés total por las convenciones al uso del cine contemporáneo, como si Pugno se desentendiera completamente de esos mandatos y filmara una película atávica, que habla la lengua de un melodrama olvidado, con planificaciones a veces televisivas, con giros y paralelismos previsibles. Es justamente ese horizonte esperado el que le permite al espectador identificar una constelación conocida de lugares comunes y ejercitar la anticipación del placer, del disfrute que fue durante décadas la seña de los géneros. Pero no es solo una cuestión de tratamiento, sino también de paisaje narrativo: Animal/Humano cuenta una historia que cruza a un aprendiz de torero y a un becerro que, anuncia el montaje alternado, en algún momento habrán de enfrentarse. Pugno se acerca a la escuela de toreros y al campo de cría con el mismo ánimo narrativo, la misma contención, evitando siempre golpes bajos o los comentarios que no emerjan con naturalidad de lo que se cuenta. El efecto es un poco hipnótico. Hablar de la tauromaquia hoy es un gesto anacrónico, incluso riesgoso, dada la imagen que tiene ese espectáculo para una buena parte de la población. Situado totalmente por fuera del alcance de esos prejuicios, el director encuentra en la escuela y la enseñanza de la tauromaquia una tradición ancestral, casi mágica, en la que los viejos traspasan un linaje a un puñado de jóvenes extrañamente fascinados con ese universo. El deporte brutal, con sus artes, galanterías, ardides y trucos inagotables, tiene su contraparte en la historia de Fandango, el becerro que no parece tener el temperamento necesario para volverse toro de plaza, pero que de alguna forma se abre camino. Pugna filma la vida, la crianza y el entrenamiento de Fandango en un estado de deslumbramiento: hacía tiempo que no veíamos animales moverse así dentro de un plano, con esa velocidad y disposición, con ese gesto altivo. Esas escenas son momentos casi documentales en las que el director filma como si el cine mirara estas cosas por primera vez.

La gruta continua

La gruta continua prolonga el clima nocturno y vagamente místico de Cuerpo de letra, la película anterior de Julián D’Angiolillo. Aunque esta sea una noche buscada, artificial, producto de la expedición a las entrañas del planeta. El documental se acerca a grupos selectos de sujetos que en todo el mundo dedican su vida al estudio científico de las cavernas. Son científicos díscolos, un poco desviados, para quienes las estructuras de canales y salones de las grutas son una ocasión de sueño y fantasía, un llamado a la exploración alucinada más que a la cartografía rigurosa. Los espeleólogos que entrevista el director tienen todos algo de alquimista o de brujo: después de todo, algo de eso hará falta para dedicarse durante años a descifrar las trayectorias de las corrientes de aire que recorren las grutas de una punta a la otra (“la Tierra respira” dice más de uno, como si los límites de la ciencia condujeran sin escalas a las figuras de la poesía). El documental de D’Angiolillo trata tanto sobre estos prodigios como de la relación obsesiva que una tribu de seres mantiene con esos espacios recónditos. 

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