Maestro

Por Ariel Esteban Ramos

EE.UU., 2023, 129′
Dirigida por Bradley Cooper
Con Carey Mulligan, Bradley Cooper, Matt Bomer, Maya Hawke, Sarah Silverman, Josh Hamilton, Scott Ellis, Gideon Glick, Sam Nivola, Alexa Swinton y Miriam Shor

Sed de vivir

La esencia del oficio musical es trabajar sobre opuestos contrastantes: el forte y el piano, el crescendo y el diminuendo, la tensión y la resolución, la predictibilidad y la sorpresa, entre muchas otras. Inicialmente, cualquier obra musical es una idea expresiva que conversa consigo misma a través de un instrumento (suele ser el piano), del cuerpo del compositor y del papel (si es música académica). Luego esa idea comienza a debatirse con la realidad (¡con instrumentistas, cantantes, horarios, egos propios y ajenos!) para llegar a tener eso que se llama unidad, coherencia interpretativa. En suma, una composición impresa (en la fría y negra realidad de la partitura, dijo alguna vez Bernstein), una performance registrada en un CD, o escuchada fugazmente en un concierto, todas ellas son puntas de icebergs de creación, de trabajo humano: son catedrales terminadas. Bernstein fue un pionero del obrador abierto: pasen y vean todo lo que hay detrás. Y hay que decir que fue un gran comunicador, alguien que cambió para siempre la manera en que el profano puede acercarse a las grandes ideas y realizaciones musicales. No fue el único gran popularizador norteamericano. Aaron Copland (omnipresente en la película) fue parte de ese impulso de época, pero no un gran divo seductor como su amigo.

Podría decirse que la gran película de Bradley Cooper es, en el sentido explicado más arriba, musical: trata al material biográfico de Bernstein como un trabajo de síntesis entre grandes tensiones y contrastes. Pero el buen narrador de vidas no sólo debe dedicar páginas a los logros: la voluntad de realismo (algún realismo) lo obliga a enfocarse en la obra inacabada. Donde el compositor muere y deja una inconclusa, el esfuerzo biográfico está obligado a exponer lo no resuelto: si la esencia de la vida es el proyecto, tanto el tiempo como la finitud (en criollo, el correr de la vida y la muerte) nos dejan siempre con cabos sueltos. Y esta es un poco la belleza de la película de Cooper: toca los pasajes obligados, pero se entretiene y mucho con bocetos, borrones, con los bollos de papel recurrentes en el tacho de la vida. Tal vez la carrera de Bernstein no se recorra más que en titulares, pero alcanza. ¿Qué más vas a contar de un tipo que habló, grabó y tiene registros fílmicos de casi todo? Para el resto está YouTube. 

Uno puede preguntarse si hacer de la bisexualidad (y la tensión familiar resultante) el hilo conductor de un film sobre el gran meteoro musical norteamericano es justo. Pero Cooper está bien documentado: esa tensión existía en Bernstein, un choque entre sus infidelidades, volcado hacia la homosexualidad, y su vocación de tener algo así como una familia tipo. En algún momento, se ha filtrado, el Maestro se analizó para tratar de “curarse”. Esa tensión corre el riesgo de ocultar el egoísmo ramplón de la infidelidad bajo el rótulo de la elección sexual, pero Maestro la completa bien escenificando las facetas generosas, amorosas de Bernstein. Pasamos en cinco minutos en modo Doña Rosa del “así no se trata a una pareja” al “así se trata a una pareja”. Contradicciones, nuestro cotidiano pan humano.

Me alegra profundamente que la admiración de Cooper por el Maestro, evidente en su actuación y su película, no haya excluido otra tensión evidente tanto en el Bernstein real como en su música: intelectualidad, talento y delicadeza a la vez que cierto elemento excesivo de show grosero, una vulgaridad rocker. Son justamente esos momentos de Maestro que Cooper ha elegido para escenificar ese estilo tan personal y extrovertido de conducción orquestal, donde Bernstein “lo daba todo”. Por supuesto, son gustos: conozco directores que imitan esos modismos, y otros que sienten arcadas de sólo pensar en él. El Maestro era una de esas personalidades a dos aguas que generan amor o rechazo, pero nunca indiferencia. La capacidad de trabajo de Cooper sobre sí mismo es absolutamente admirable. Quienes hemos estado en una orquesta o un coro al frente de un director, lo vemos totalmente verosímil. Todos esos gestos poco claros, de director estrella que no nos gustan en Cooper, tampoco nos gustan en las filmaciones de Bernstein. El tipo quiere demostrar que no es sólo una cara bonita, pero ya cumplió hace varias películas.

Estéticamente, la elección de una pantalla corta o la alternancia entre blanco/negro y color tienen sentido: Bernstein tiene una vida filmográfica en ambas modalidades de registro. Respetar esos medios es retratar también la época que construyó al personaje y que lo hizo posible. La producción es impecable y no esperamos menos de Scorsese. 

Maestro es una película ambiciosa, y no puede ser menos que eso porque retrata los claroscuros de una personalidad que, como el personaje aclara al comienzo de un ensayo, tiene la voluntad de vivir su verdad ante la finitud, en cosechar y gozar de la gloria sin preocuparse tanto por el ciclo decadente. Maestro es una exploración de lo bello y complicado que es vivir, pero en esa necesidad de exagerar y hacer foco para construir una vida en 129 minutos lucha todo el tiempo cuerpo a cuerpo con la intensidad de su referente, de su objeto. Puede gustarme más o menos, pero aplaudo el riesgo.

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