Misántropo

Por Federico Karstulovich

To Catch a Killer 
EE.UU., 2023, 119′
Dirigida por Damián Szifrón
Con Shailene Woodley, Ben Mendelsohn, Jovan Adepo, Ralph Ineson, Dusan Dukic, Mark Camacho, Richard Zeman, Nick Walker, Sean Tucker, Jason Cavalier, Bobby Brown, Mark Antony Krupa, Mark Day, Dawn Lambing, Marcello Bezina, Maissa Houri, Adam LeBlanc, Heidi Foss, Rosemary Dunsmore, Michael Cram, Nir Guzinski, Alex Gravenstein

Míralos morir

Arriba y abajo. Adentro y afuera. Cuerpo y mente. Las oposiciones, los duelos de fuerzas, pero también las operaciones simbólicas son recurrentes en el cine de Damián Szifrón, quien junto con Fabian Bielinsky componen el tándem de pocos directores locales que supieron entender y asimilar las lecciones que van de Hitchcock a Brian de Palma. Pero si de alusiones y de cinefilia se tratara solamente el asunto, el cine de estos directores solo sería una especie de artefacto vacío sobre el cual girar encantados en función de un mayor o menor virtuosismo audiovisual. No, aquí hay otra cosa. Por eso directores como Bielinsky y Szifrón nunca le hicieron asco a los géneros, más bien lo contrario: supieron abrazarlos para subvertirlos (y aquí también tengo que pensar en otra interlocución lejana, que es Manoj Night Shyamalan), para utilizarlos a su favor y, como casi siempre, partir de lugares comunes para llegar a horizontes no tan convencionales ni comunes como mucha crítica miope se encargó de señalar.

En la película de Szifrón muchos pasan, algunos miran pero pocos ven con detenimiento, es decir, pocos observan realmente y generan vínculos. Como buen aprendiz de los maestros mencionados, Szifrón invita a que miremos, luego a que veamos y finalmente a que observemos. El artificio (como en Blow Out, pero sin esa reflexividad a flor de piel que De Palma casi siempre activa) está siempre ante nuestros ojos, pero el maestro de orquesta-mago distrae con al menos tres niveles de información más, como dice el secreto narrativo, para esconder sin que se note hasta un elefante en un bazar. 

Szifrón retoma, a su manera varias obsesiones cinéfilas visibles (que van de los police procedural al thriller liberal de los 70s, de ahí al mencionado tandem Hitchcock-De Palma al Demme de El silencio de los inocentes y el Fincher de Mindhunter, aunque también podamos encontrar algunas alusiones un poco mas ocultas y laterales, como la de Michael Mann, pero paremos un poco con este paréntesis eterno) y las hace jugar, pero no con un espíritu de cita. No se trata de un posmoderno tardío. En todo caso su cine siempre opera en ese intermedio entre una operación modernista y una operación neoclásica, todo el tiempo tensando la cuerda (una cuerda tan seca que parece que puede romperse, pero que siempre está húmeda). Por eso resulta un poco grosero pensar en Misántropo como una película sobre asesinos seriales. No está en ese código lo que se narra. Aquí hay otra cosa, que es la clave de la mirada melancólica.

Se ha querido leer a Misántropo como una película que narra en código figurado la propia tensión del sujeto con el sistema, en particular del sujeto creativo y observador frente a un sistema disciplinario, burocrático, represivo incluso con sus mejores personas. Otra vez los duelos. Otra vez la institucionalidad. Otra vez el ingreso de un neófito a un mundo desconocido que lo retorna cambiado (si, Campbell, pero inevitablemente Friedkin como estandarte). Pero el centro de Misántropo radica en la mirada, ya no como herramienta de comprensión del mundo y los hechos (algo que Falco podría hacernos pensar a primera vista, con la doble acepción del término), sino como herramienta de desaprendizaje. Pensamos que la capacidad de observación nos permite entender y aprehender para luego, aprender. Pero Falco, cuando llega al corazón de las tinieblas, no aprende. En todo caso empatiza con la bestia, a la que Szifrón vuelve empática pero no justificable. En este punto, incluso, aparece un error de apreciación de buena parte de la crítica que quizo leer en Misántropo una suerte de declamatoria contra las formas de consumo y de vida en las urbes cosmopolitas (si así fuera, la película pecaría de un reaccionarismo asimilable al de su bestia negra waldeniana, su unabomber voyeurista).

Salido del centro solitario del último reducto (que termina asediado adentro, abajo y afuera de la ciudad, como contrapunto final), el asesino debe terminar por entregarse, porque siempre hay que simular una explicación, algo mayormente tranquilizador al vacío. Pero nosotros ya atestiguamos previamente que no había nada que explicara nada. Porque lo que importa en Misántropo no es el encadenamiento delirante de un sujeto salido de tiempo. Tampoco importa la resolución de una serie de crímenes. Lo que importa es que el vacío sea ocupado por algo que le restituya sentido: un sujeto delirante, un relato de estado, un puñado de hombres honorables para el discurso público y otros que queden en el olvido. A su manera, Szifrón también parece pensar en el Ford de Un tiro en la noche, en las leyendas y en los modos en los que las comunidades eligen mentirse para no observar, para dejar de ver, para apenas mirar y proseguir con sus vidas. A esas personas que no pueden parar el tiempo son a las que elige un asesino, cuya principal cualidad es mirar morir a quienes no quieren ver, desde arriba, desde lo alto, donde nadie observa.

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