Nasha Natasha

Por Agustín Campero

Nasha Natasha
Uruguay, 2016, 83′
Dirigida por Martín Sastre
Con Natalia Oreiro

Matrioshka pop

Por Agustín Campero

Entre los hits de la cuarentena eterna se encuentra este documental sobre la gira “Nasha Natasha Tour 2014” que Natalia Oreiro realizó a través de Rusia. Su intención es ser un registro de la gira, que concentre a la vez parte de los shows, del back stage, de la relación de Natalia Oreiro con sus fans, de sus orígenes y de sus sueños, de las dificultades propias de una gira larga que la estrella realiza lejos de su casa y de su familia. Que firme y confirme que Oreiro es un fenómeno pop en el pueblo ruso contemporáneo (lo que es en sí mismo asombroso) y que termine coronando a la protagonista en un trono de leyenda conquistado a fuerza de esfuerzo, sueños, talento, entrega total, sin condicionamientos ni negociaciones. 

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La película cumple con sus objetivos como un check list. En esta entronización se utilizan los recursos dispuestos como condimentos para reforzar la Natalia del póster. La chica soñadora que desde chiquita, desde el barrio del Cerrito de Montevideo, se proyecta a sí misma como estrella, como hada o como emperatriz. Y lo consigue. Que proviene de, y que logra armar, familias amorosas. Que lucha y es pícara para ir a donde tiene que ir, hablar con quien tiene que hablar, tocar las puertas que hacen falta sin dejar ni una gota de inocencia ni transar en el camino. Que deja sangre, sudor y lágrimas para ser buena –buena de bondad y buena de calidad-, para cumplir con sus obligaciones, para salir a tocar aún si no le pagan. Para ser una madre amorosa. Para ser agradecida. La película nos ahorra la cantidad de personas opinando, inclusive las utiliza de manera inteligente a veces para subrayar el personaje (los padres, la hermana, la amiga) y otras para entender el fenómeno ruso. Nos ahorra también la idea de revancha, de superar dificultades anormales o alguna muerte o alguna enfermedad, inclusive nos aleja de que estemos frente a algo superlativo y anormal. Pero también nos quita: el costo de la entronización de la persona y el personaje en una cantidad acotada de minutos es dejarnos con poca música, con poca transpiración, con escaso momentos de shows, finalmente con aquello que quisiéramos que Natalia nos conquiste. 

En esta idealización casi costumbrista, en esta idea de chica de barrio que conquista un pueblo imperial los contornos están exagerados: es demasiado buena, es demasiado sacrificada, es demasiado entregada, no se enoja nunca, no tiene ningún exceso, cumple con todos los sentimientos esperables en una situación así encarnada en una chica normal. El esfuerzo y la naturalidad, el trabajo y la transparencia hechos carne en Natalia Oreiro se dicen y se subrayan con palabras, con imágenes, con testimonios. 

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Pero Nasha Natasha es un documental lleno de tensiones. No se ven, no son evidentes, no son intencionales, están ahí como una bruma casi invisible o un ruido blanco ingobernable que se cuela por las fisuras de un muro calculado a fuerza de ladrillo sobre ladrillo, cemento, cal y pintura. Y aparecen por ahí, diseminadas. La película (su guión, o más bien la decisión de cómo disponer los materiales con que se cuenta) intenta gobernarlo todo pero no puede, y no puede porque la realidad se le cuela, está más allá de la voluntad de los protagonistas y los realizadores. Y porque la materia prima es ambigua: a pesar de los minutos, a pesar de los testimonios, a pesar de las fotos y la cantidad de tiempo que pasamos junto a ella en el escenario, en el hotel, en el sauna, en la cena frugal, en el cuarto de su hijo, a pesar de todo eso no sabemos nunca quién es, ni cómo es, Natalia Oreiro. Finalmente este documental es un documental sobre el artificio. En ese estiramiento del artificio es una película casi barroca, la proyección llevada al infinito de un personaje desde la mente de una persona, como espejos frente a espejos o como unas idénticas mamushkas que salen una detrás de otra en un ejercicio sin final. 

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¿Cuándo deja de actuar Natalia Oreiro de Natalia Oreiro? En las fallas o en la improvisación quizás se hubiera visto la humanidad detrás de la máscara. Quizás el vehículo hubiese sido la música, el músculo en movimiento, la transpiración. Pero esa tensión surge justamente por llevar al extremo la idea de la simbiosis absoluta de persona y personaje. Oreiro es una actriz cinemática que sostuvo muy bien películas muy distintas y que avanza. A esta película le falta un poco de su propia humanidad. 

Esto se enmarca en una puesta en escena que toma algunas decisiones con la intención de salirse del promedio. Por todos lados hay frío, por todos lados hay blanco, se cuela por los costados el silencio de la nieve y la epopeya carnal de llevar un cuerpo a Siberia. La hipnótica fonética rusa, la dicción susurrada de los versos de Galeano hablado en ruso es la otra cara de la moneda del kitch pop de la puesta en escena de los shows de la cantante. Eso es una consistencia. El artificio de la película, estirado por estas asincronías, es el ambiente por el que se mueve el personaje Natalia Oreiro que tiene entre sus cualidades el ser muy natural. La idealizada Natalia se mueve como pez en el agua en un ambiente totalmente alejado de la postal. Rusia no es ni imperial ni imponente: es abrumadora en su geografía, es frágil en sus seres humanos, no proyecta ni orgullo ni nostalgia, es imperfecta e irregular, como los techos y las ventanas de San Petersburgo desde donde se cuelan los compases de esta estrella pop. 

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