Petite Maman

Por Amilcar Boetto

Francia, 2021, 72′
Dirigida por Céline Sciamma
Con Joséphine SanzGabrielle SanzNina MeurisseStephane VarupenneMargot AbascalFlorès CardoJosée SchullerGuylène Péan

La conducción emocional

Con unos compañeros, discutiendo sobre un concepto vagamente articulado en Twitter, el de  cine de frames (un cine donde la imagen solo es admirable en su superficie, hecho para pausar y  sacar screenshots), argumentamos sobre si Retrato de una mujer en llamas sufre o no de ese  problema. Es probable que durante los primeros minutos, la película parezca tan pulcra que  parece no verse afectada por ningún punto de vista, lo que hace que el amor entre las protagonistas no se sienta como si se siente efectivamente en la segunda mitad de la película. En la segunda mitad de la película ingresa la fragmentación, deja de haber tantos planos conjuntos, y empieza a haber más planos-contraplanos, donde la mirada comienza a sentirse, comienza a haber texturas distintas en la imagen (ya no es una imagen linda por ser linda, sino una imagen que precisa de la acumulación previa y posterior para ser emocionante). 

Petite maman, sin embargo, se plantea como algo muy distinto a la película anterior de Sciamma. Es una película con muchos menos materiales que, contrariamente a lo que sucedía en su  película anterior, se sostiene en conversaciones. Diría que el problema de Retrato de una mujer  en llamas es exactamente el contrario a el de Petite maman. Mientras que una parece tener dificultades (en unos primeros minutos) para establecer un calor específico de la mirada de alguna de las protagonistas, recurriendo entre otras cosas a unos diálogos entre cortados que siempre parecen palabras dichas solo por ser dichas, en Petite maman hay una necesidad constante de querer demostrar ternura y exponerlo en sus diálogos. Casi no recuerdo algún momento en el que la película se interese por algún otro matiz en la relación madre-hija que no  sea el amor inocente que se demuestran.  

De hecho, la estructura de la película, que se basa en el hecho fantástico de que una niña vea a su madre de niña y se hagan amigas, lo que impulsa a la niña a escaparse de la casa y pasar  tardes y noches enteras que la película se encarga de mostrarnos, con la niña-madre, está  pensada desde un principio para ser un conductor de esa misma emoción que es la ternura.  Porque no plantea ningún otro incidente que pueda llegar a alterar de alguna manera esa relación.  No sorprende, entonces, que a pesar de ser una película tan corta, se vuelva una película tan  repetitiva y redundante.  

Esa quietud y esos largos silencios que luego se contrastan con la liberación de la pasión  contenida precisamente en esos silencios, que ocurrían en Retrato de una mujer en llamas, son, en Petite maman, inexistentes. Diría, incluso, que en la concepción de esta película, el montaje  como idea es casi innecesario. Es decir, cada plano dice todo lo que la película quiere decir, solo  vemos uno al lado del otro, un momento contiguo a otro momento del mismo tono, con las  mismas ideas.  Es como sí lo único que importase es su motor de empatía y que el espectador entre en ese  motor, un momento atrás del otro. No se puede decir, sin embargo, que por momentos no lo  logre. Si bien uno puede pensar que es fácil enternecerse con la inocencia de la visión del mundo  de una niña, y que las relaciones con las madres nos pegan de cerca a todos. Pero el hecho de  que esa empatía que la película puede lograr por momentos, este buscada de forma tan  deliberada, hace que la sensibilidad del espectador comience a verse afectada en un mal sentido.  Podríamos decir de una forma un poco grosera que la película resulta empalagosa. O, de una  forma menos grosera, que su falta de variaciones arruina la consistencia de la empatía a lo largo  del metraje.

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