Polémica: La primera profecía

Por Varios Autores

The First Omen
EE.UU., 2024, 119′
Dirigida por Arkasha Stevenson.
Con Nell Tiger Free, Ralph Ineson, Sônia Braga, Tawfeek Barhom, Maria Caballero, Charles Dance, Billy Nighy y Nicole Sorace.

A favor
Por Sergio Monsalve

El trébol de cuatro hojas

Una joven novicia llega a un convento en Roma. Se respira un ambiente de cordialidad y costumbrismo, evocando al corto de Alice Rohrwacher, Pupils. Las niñas sonríen y juegan con las monjas, en escenas clásicas del neorrealismo. Pero es una felicidad aparente, posiblemente impostada. Alrededor, la ciudad estalla en varias protestas estudiantiles, amenazando la estabilidad, el orden, la supuesta paz social. 

Previamente, descubrimos un “cold open”, uno de aquellos de la tradición de El Exorcista y de la primera entrega de La Profecía. Un padre con rasgos de “Karras”, increpa a un jerarca superior, con look de Max Von Sydow, en la puerta de una iglesia. Hay un vitral sobre los dos en movimiento. 

La edición compagina el suspenso con el ritmo de un De Palma, consciente de lo retro, a la forma del intro de Suspiria. El vidrio se quiebra y la pesadilla comienza. 

La Primera Profecía aglutina y metaboliza referencias, no en un alarde de cinefilia boba, sino en un planteo de revisión demoníaca y blasfema, cifrada en la sonrisa sangrienta de Charles Dance.  

La directora filma y rueda uno de los debuts del año, uno inquietante y enigmático como el de Henry, el retrato de un asesino. Puede existir la tentación del crítico de excomulgar a la realizadora, por proponer una lectura femenina del clásico. No faltará el que la crucifique por woke

No obstante, la cinta se permite romper con cualquier etiqueta del montón, del manual del boomer enojado por el sacrilegio de la generación de relevo, al preocuparse por ejercer el oficio antiguo de la dotación de espanto, con autoridad y dignidad. 

La directora comprende bien su lugar en el mundo, después de la era de El Bebé de Rosemary, la modernidad iconoclasta de Bergman y Buñuel. Lo hace porque sitúa la historia en unos problemáticos años setenta, que cada vez se parecen más a una antesala del infierno del 2024, amén de sus teorías de complot, de la totalidad como conspiración que profetizó Jameson a partir de Blow Up y Blow Out

La fuerza del filme radica en el esmero de contar un relato iniciático, con la mala uva de las posesiones de Friedkin y Zulawski.

Hay atributos en la selección de los elementos del casting, especialmente en la dirección de la protagonista, quien ofrece un performance salvaje de un cuerpo simbólico en estado de implosión. Una escena sin cortes la consagra delante de la cámara. Ver para creer, nos rememora el efecto de contorsión de la perturbadora El Exorcismo de Emily Rose, influida por los movimientos satánicos del rock más gutural de Los Sepultura y Pantera de este planeta. 

La protagonista antes se libera bailando en una disco romana. Es una secuencia hermosa, una que los franceses suelen plasmar con la extrañeza de un Bonello, de un Grandieux, de un Carax. Es un guiño a la sensualidad, a la ritualidad del viejo cine ochentero de las imágenes, que absorbió las estéticas de la publicidad, la moda y el video clip. Hoy tendría un renacimiento y un funeral en Euphoria

Lo cierto es que la danza de La Primera Profecía funciona, más allá del reclamo burocrático de ser un trámite de un estudio, una precuela. 

Recientemente David Gordon Green se hundió con el intento de reflotar El Exorcista. De modo que no es tarea sencilla realizar un derivado exitoso de una franquicia amada. 

Ignoro cómo tomarán mis colegas el estreno de La Primera Profecía. No he leído nada hasta la fecha. Pero como fanático extremo del terror, creo que estamos ante un trébol. 

Una película que asusta, que te hace pensar, que moverá a la polémica, que cumplirá con que unos la amemos y otros la odien. 

Una que demuestra que el cine sigue vivo, y que tiene el futuro de una mujer, que tranquilamente se sienta en la mesa de Julia Ducournau. 

Incluso, me gusta más que Titane

Esta es menos solemne, y su diseño sonoro pide a gritos un estudio profundo.      

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Un poco a favor y bastante en contra
Por Santiago González

El cuerpo del pecado

Comienzos. La Primera Profecía empieza muy bien en todos sus frentes. Durante la primera de sus dos horas la directora debutante Arkasha Stevenson construye un relato imitando al cine de terror de los setenta, de manera clara y patente. No solo como referencia, sino también utilizando estética, ritmo y mecanismo del cine de aquellos años, en lo que conduce más a una apropiación antes que a un ejercicio de estilo (algo que puede chocar al espectador criado sobre la base de horribles ejercicios de estilo mal realizados como La monja, película con la que se emparenta esta precuela). Veamos. En la primera hora de La Primera Profecía hay pocos jumpscares, la narración se dilata mientras se va presentando y construyendo a los personajes, pero a su vez la película se entrega a jugar con la puesta en escena que tiene algo del cine italiano de los 70s -no es casual que transcurra en Roma y tenga como principal influencia a Suspiria de Dario Argento-. De hecho si La Primera Profecía se hubiera entregado a ser una de esas imitaciones de películas populares que con convicción hacían los italianos cuatro o cinco décadas atrás, hubiera sido más que bienvenido.

Problemas.  Entonces… ¿Qué pasó? Resulta que en esa primera hora también aparecen algunos problemas que con esperanza especulaba que se resolvieran posteriormente con la inteligencia que se nos venía mostrando. Uno en particular, que refiere a la lucha entre la izquierda y la derecha, que puede figurarse como una lucha entre el bien y el mal o entre lo viejo y lo moderno, tensión que la misma película pone en boca de uno de los personajes. No obstante, con el paso del tiempo, la directora demuestra que mucho no le importa esto y el problema queda ahí relegado sin tomar posición ni resolverse.

Aggiornate, abuela. Si bien en la primera hora alguna escena de terror aparecía y prometía para luego ser arruinada con un jumpscare de esos que no tienen consecuencias en los personajes, al ser inofensivas se dejaban pasar pero la directora. El problema comienza cuando su directora se toma las cosas demasiado en serio y comienza a apretar el acelerador y elige aggiornarse temática, rítmica y estéticamente. El correlato de esto vuelve a los jumpscares mas groseros y subrayados y en su afán de referenciar todo el cine satánico termina cayendo en…Una mujer poseída (Possesion, Andrez Zulawski, 1981), incluyendo la famosa escena sin cortes en la estación de subte, que aquí se copia mal. Si al principio simpatizábamos con la monja protagonista (interpretada por Neill Tiger Free), poco después nos damos cuenta que siempre estuvo atada a lo que le pedía el guión, recayendo en todos los tics posibles de actuación, por lo que esa coherencia actoral se pierde

Antes que el diablo sepa que estás muerto. Para coronar, al final, La Primera Profecía se entrega a un discurso feminista antieclesiástico que es más viejo que el diablo, y que se hizo muchísimo mejor que aquí en otrosa casos, digo como para terminar con la idea posibles secuelas. O para evitar la derivación en universos en los que hay varios anticristos, como una de esas películas de origen de superhéroes, en los que vislumbramos una lucha entre lo masculino y lo femenino, en donde los hombres son la encarnación del mal en la tierra (y las mujeres no, ya que estemos en tren de simplificaciones absurdas y moralizantes). 

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