Reality

Por Raúl Ortiz Mory

EE.UU., 2023, 85′
Dirigida por Tina Satter
Con Sydney Sweeney, Josh Hamilton y Marchánt Davis.

Romper el molde

Reality es una película de andamiaje sencillo -tanto a nivel de producción como de estructura narrativa-, pero, a la vez, es un caso particular de contundencia ideológica y, sobre todo, un brillante ejemplo en la manera de presentar subtextos a través de personajes contenidos, misteriosos y subexpuestos. También es una película de espionaje, aunque en una dirección distinta al estilo trepidante que propone Hitchcock. Nada que ver con la eficiente sincronización de Spielberg o el vértigo explosivo de la saga Misión imposible. 

La principal razón para decir que esta película rompe el molde del género y afila un fino discurso antihegemónico es la mirada de su directora, la experimentada dramaturga Tina Satter. Como en el teatro, el conflicto de Reality se presenta en el mismo momento y lugar en el que estallan las acciones. No hace falta que el binomio espacio tiempo se lleve por delante a la historia con el fin de agregar elementos que la hagan más poderosa. El trabajo de Satter está desnudo de artificios. Sin embargo, no deja de ser rotundo. De ahí el magnetismo que ejerce desde el primer minuto. 

La ópera prima de Satter adapta una obra teatral de su autoría, Is This a Room, que recoge el caso verídico de Reality Winner, ex traductora de la Fuerza Aérea estadounidense, acusada de filtrar documentos secretos a un medio de comunicación en los que se daba fe de la interferencia rusa en la elección presidencial que ganó Donald Trump en el 2016. La directora -que también es co guionista junto a James Paul Dallas- recrea todo el interrogatorio, palabra por palabra, que se le hizo a Winner a partir de una transcripción oficial del FBI. 

En ese sentido, el reto que asume Satter está en que la fidelidad del texto original no destruya la emoción de un hecho que fácilmente pudo estar adornado con licencias propias de la ficción.  Satter recrea el caso sin alterar la realidad, pero se sirve de dos elementos que convierten su propuesta en una escalada de tensiones: el primero, la gran actuación de Sydney Sweeney en el rol protagónico; y, segundo, todo aquello que se esconde detrás de los diálogos cuando los agentes del FBI entrevistan a Winner. Nuevamente el subtexto.

Sweeney ha demostrado sus habilidades interpretativas en trabajos como las series Euphoria y The White Lotus, pero en Reality es ella quien sostiene toda la película con un personaje que inicia en el terreno de la sorpresa y termina hundiéndose en la angustia. En caso de que alguien no conozca la historia original y vea la película, tendrá que esperar casi hasta el final para determinar la culpabilidad de Winner porque su transformación psicológica, gracias al desempeño de Sweeney, la convierte en un personaje ambiguo, de luces y sombras capaces de proyectar piedad o esconder algo insidioso. 

Por otra parte, cuando me refiero “a todo aquello que se esconde detrás de los diálogos” apunto a lo que la directora deja flotando desde la perspectiva política de su película: ¿estuvo bien que Winner filtre algo confidencial aprovechando su posición?, ¿puede la ética personal anteponerse al sentido patriótico?, ¿debemos jugar en pared con los poderosos y esconder aquello que todos deberíamos conocer? Reality no corre por la misma autopista que El quinto poder (2013) o Snowden (2016) -producciones que apuestan por un David que pone en ridículo a Goliat- sino que plantea el escenario donde el más débil siempre estará subyugado y carente de posibilidades reales para triunfar. 
La que sí sale airosa es Satter. Su debut detrás de la cámara es lo más parecido a una revisión atípica o una fresca reinvención del thriller alejada del confeti y la parafernalia visual a la que estamos acostumbrados. Reality está milimétricamente planificada y, aún así, goza de una libertad que la hace plausible.

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