Sisu: una historia de determinación

Por Rodrigo Martín Seijas

Sisu
Finlandia, 2022, 91′
Dirigida por Jalmari Helander
Con Jorma Tommila, Mimosa Willamo, Aksel Hennie, Onni Tommila, Elina Saarela, Jack Doolan, Kimi Vilkkula y Aamu Milonoff.

La tercera no es la vencida

A esta altura del partido, ya es innegable el amor por el cine de género por parte del finlandés Jalmari Helander: tanto Rare Exports como La gran aventura (también conocida como Big game) y ahora Sisu son películas donde es notoria la vocación del realizador por contar pequeñas historias, que se alejan de lo mensajístico y apuestan por el entretenimiento simple y directo. También hay que agradecer que esa simplicidad, sin grandes enredos más allá de algún retorcimiento de estructuras narrativas básicas, llevan a que ninguno de sus films supere la hora y media. Eso, en tiempos de tramas enredadas y metrajes estiradísimos, es un mérito extra, una demostración de que todavía hay cineastas preocupados por narrar con una economía de recursos que toma en cuenta las energías del espectador.

Sin embargo, hay un problema que Helander todavía no consigue superar del todo: cómo hacer que sus pequeñas ideas visuales, genéricas y argumentales puedan convertirse en un todo sólido y consistente. Aún cuando procura ser económico en su despliegue y delinear personajes que se expresen desde la acción pura, hay una fluidez que no termina de aparecer y todo luce un tanto forzado, hasta subrayado para congeniar con un conjunto de tradiciones estéticas. Eso vuelve a ser notorio en Sisu, que sin embargo es posiblemente su film más logrado, una muestra de que su habilidad para la puesta en escena ha evolucionado, aunque todavía sin alcanzar un nivel óptimo. Es decir, sigue sin poder conjugar tradición con originalidad, sin darle la suficiente potencia y complejidad a la simplicidad.

Convengamos que, nuevamente, Helander vuelve a demostrar capacidad para idear conceptos atractivos. Acá se vuelca al género bélico, con un relato situado hacia finales de la Segunda Guerra Mundial, en el desierto de Laponia. Allí tenemos a un viejo soldado (Jorma Tommila) que ha decidido retirarse y que descubre una obscena cantidad de oro, el cual consigue extraer y cargar en su caballo. Sin embargo, cuando emprende el camino rumbo a la ciudad, se cruza con un grupo de soldados nazis que intentarán quedarse con su botín. A partir de ahí, se iniciará una cacería despiadada, pero también un juego de gato y ratón invertido, una especie de “cazador cazado”, porque ese viejo soldado retirado ha sido un legendario combatiente, alguien con una gran habilidad para matar y que se niega a morir, por más heridas que acumule.

Si el punto de partida es el género bélico, Helander también toma elementos propios del spaguetti western, que van desde la utilización del paisaje desértico con fines estéticos y narrativos, hasta la configuración de la iconografía del protagonista, que casi no pronuncia palabra y solo se expresa a través de su rostro taciturno y sus acciones letales. Y a eso le agrega conexiones con el cine de acción, con un héroe que luce frágil e incansable a la vez, forzado a cumplir con su rol porque las circunstancias lo llevan ahí, en la línea del John McClane de Duro de matar, que también, por cierto, se miraba al espejo del western. Desde ahí es que consigue mantener la tensión, sin necesariamente innovar, pero sí adaptando moldes ya conocidos a un espacio-tiempo específicos. Aunque claro, no hay mucho más allá de una superficie repleta de lugares comunes, donde cada instancia de enfrentamiento, violencia y supervivencia se ve venir a la distancia, hasta convertir a la película en un dispositivo bastante mecánico.

Quizás porque el propio Helander percibe la mecanización a la que se ve expuesta la historia y que la premisa se agota -de hecho, los 90 minutos, llamativamente, lucen un poco estirados-, es que el último tramo intenta introducir un tono donde lo sanguinario se da la mano con lo épico. Allí, el realizador establece una última conexión, que es con el Quentin Tarantino de Bastardos sin gloria, ese que se burlaba y castigaba a los nazis con estilo y salvajismo. Pero lo cierto es que Tarantino también tenía una inteligencia sublime para reescribir la historia e interpelar los deseos más brutales del espectador. A Helander todavía le falta mucho para alcanzar esos niveles de excelencia cinematográfica y por eso Sisu es un ejercicio correcto, aunque no del todo efectivo. Parece que, en este caso, la tercera no es la vencida.

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