The Crown – Sexta temporada – Parte 2

Por Sergio Monsalve

The Crown S06 – Part II
Reino Unido – EE.UU., 2023, 5 episodios de 45′ aproximadamente
Creada por Peter Morgan
Con Imelda Staunton, Jonathan Pryce, Dominic West, Marion Bailey, Harriet Walter, Lia Williams, Greg Wise, Harry Hadden-Paton, Andy Sanderson, Natascha McElhone, Michael Culkin, Nicholas Rowe, Simon Chandler, Stephen Dillane, Clive Francis, Patrick Ryecart, Paul Sheridan, David Shields, Kate Phillips, Matthew Goode, Daniel Ings, Beau Gadsdon, Michael C. Hall, Jodi Balfour, Ben Daniels, David Rintoul, Jason Watkins, Tom Burke, Timothy Dalton, Abdelatif Hwidar

La declinación

En “La Imagen y la Cultura de Masas”, Román Gubern dedica un análisis al género de la revista del corazón(Hola), donde la trama unifica los gustos de “marquesas y costureras”, las primeras acercándose a las miserias del vulgo, las segundas soñando con pertenecer al círculo íntimo de la monarquía. 

Salvando las distancias, The Crown cierra su ciclo dentro del mismo formato aspiracional y su proyecto de construcción mítica, al sumergirnos en una historia de plena integración interclasista, muy del agrado de los popes del pensamiento débil como Baricco y Lipovetsky, quienes reivindican tales contenidos como una forma de solidificar las instituciones y valores de la democracia, de cara a las internas del poder aristocrático.  

La temporada final del show de Peter Morgan no es ajena a los debates políticos y culturales que aquejan a la Casa Real, logrando resumirlos de manera paradójica, quizás para quedar bien con dios y el diablo, porque nunca se sabe. 

Precisamente, la indefinición y la ambigüedad son las principales armas de elaboración del guion y de la dirección, en los mejores capítulos de la segunda parte del prolongado desenlace, superior al primer tramo, algo lastrado por las redundantes penurias de Lady Di como una típica muñeca rota del sistema de castas. 

Una Barbie liberada, pero sin tanto discurso grandilocuente, beneficiada por una interpretación solvente, coronada en los Globos de Oro y los Emmys. 

En los últimos episodios, el fantasma de la mujer muerta, en el trágico accidente, sobrevuela por los estados de ánimo de la corte, afligida por el espíritu funerario de ella y de su Reina Madre, una Isabel Segunda cada vez más melancólica, negra, crepuscular, autocrítica e insegura de su destino, frente a las amenazas de abdicación y la presión social de su hijo Carlos por sucederla en el juego de tronos. 

Netflix le responde a la clausura de la joya de la corona de HBO, Succession, al narrar el declive de una dinastía, con los argumentos y recursos del melodrama seriado, apto para todo público. 

Por tanto, no esperen jamás una demolición como de un Visconti renegado y harto de la vida de lujo, sino la discreta deconstrucción de un hábil saltimbanqui que pasa del progresismo laboralista a la tesis del partido conservador, sin que se trastoque la estructura británica de su antiguo régimen de sangre azul.  

Puede que Peter Morgan haya diseñado el mejor trabajo de lavado de imagen que el dinero de Netflix sabe comprar, al precio de monetizar una crisis en capítulos de control de daños.

Por algo, mucho antes, el príncipe descarriado Harry nos ofreció su lectura de los hechos, en una propaganda disfrazada de falso documental concienciado. 

Le habían filtrado, y se preparó para ello, que la temporada final no lo dejaba bien parado en sus habituales metidas de pata, favoreciendo el aura de su hermano mayor, Guillermo, uno de los más enaltecidos por el relato. 

Tengo la teoría que él y Carlos han salido bien librados del trámite, pues sus agencias brindaron acceso e información, aunque no se reconozca en los créditos. 

De otro modo no se explica la enorme campaña de publicidad que supone el diseño de una temporada seis, que exonera y lava las culpas del actual monarca, antes cuestionado con dureza por la pluma de Morgan, ahora visto como un padre arrepentido y conciliador, un candidato que justifica en cada toma su aura de beato y santón liberal.

Es su edificación estética lo que produce una extraña sensación de publicidad paga en la temporada final. Siempre se le nota con la palabra adecuada, con un exagerado tono de remordimiento, machacando su redención.  

Está bien, nadie duda de su evolución y madurez. Pero ojo que en Reino Unido la gente lo nota algo déspota, anacrónico y rígido, nunca con la empatía de su progenitora. 

De repente observamos una transición ligera que no desentone en una era de múltiples conflictos. 

Así que en vez de revisar posmodernamente, The Crown prefiere describir una crónica oscura, que abriga esperanza e inconformidad por igual. 

Despide a Isabel, la reina de la serie, con sentimientos encontrados, entre la memoria, la felicidad de la juventud y un conjunto de desgracias, incluyendo la suya propia al tener que planificar su funeral en vida. 

De ahí salen las más atractivas viñetas de la serie, con los diálogos precisos y los semblantes entrecortados de un malestar profundo. 

Al final, los Tony Blair pasan, pero los privilegios quedan intactos, como una sentencia que contiene los aires de modernidad y cancelación de los Harrys del mundo. 

The Crown añora los tiempos de Isabel Segunda y la recupera en su ley, humanizando su reinado. 

Camina sola hacia el encuentro con su hermana y su madre, por una bóveda iluminada por un sol dorado. Somos nosotros los que tenemos la perspectiva cenital. Somos nosotros los que la juzgaremos. 

Lo que haga Carlos en adelante, deberá refrendar la reforma que emprendió su madre, para sobrevivir. 

De ello ha dado cuenta The Crown con sus bemoles, con sus transparencias sombrías.

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