Ted Lasso – Tercera temporada

Por Rodrigo Martín Seijas

Reino Unido, 2020, 12 episodios de 30′
Creada por Bill Lawrence, Jason Sudeikis, Brendan Hunt y Joe Kelly 
Con Jason Sudeikis, Hannah Waddingham, Jeremy Swift, Phil Dunster, Brett Goldstein, Brendan Hunt, Nick Mohammed, Juno Temple, Sarah Niles, Anthony Head, Toheeb Jimoh, Cristo Fernández, Kola Bokinni, Billy Harris, James Lance

The Richmond Way

En una pequeña, pero significativa escena del último capítulo de esta tercera (y seguramente última) temporada de Ted Lasso, el periodista Trent Crimm lee una escueta nota que le dejó el entrenador de fútbol interpretado por Jason Sudeikis junto al boceto de su libro sobre la campaña del equipo que dirigió, Richmond. Allí le dice que cambie el título (The Lasso Way) por otro, porque en verdad nunca se trató de él, sino de todos los demás: es un gesto de desprendimiento y humildad más de un tipo que siempre, incluso en sus peores momentos, fue honesto y coherente. Y también de una serie que, con sus altas y bajas -especialmente en esta entrega-, fue un ejemplo de consistencia, empatía y firmeza en la búsqueda de lo virtuoso de los protagonistas, sin negarles ambigüedad. Por eso el título con el que finalmente se publica el libro, The Richmond Way, tiene una extraordinaria coherencia, tanto interna, hacia adentro del mundo ficcional del relato, como externa, en su lazo con el espectador.

Podríamos decir que, por diversos caminos, Ted Lasso fue como un polo opuesto de Barry, otra serie que también construyó un universo único, con reglas propias y prácticamente inhallables en otras producciones. Es que, si la creación de Bill Hader terminó retratando un paisaje poblado por psicópatas, donde la farsa y la mentira prevalecen, lo que hizo Sudeikis junto a Brendan Hunt, Bill Lawrence y Joe Kelly fue apostar por la verdad y la claridad. Ambas series trabajaron este aspecto desde una narrativa que se preguntó sobre cómo se construye el discurso histórico, ese que suele vincularse a lo documental, a la evidencia, pero que también suele ser intervenido por las percepciones y manipulaciones de la memoria. En Barry, el mundo del espectáculo terminó siendo el vehículo para la consagración de lo artificial y la banalidad del mal, mientras en Ted Lasso la crónica periodística se fue convirtiendo en el camino para que todos -personajes ficticios y el público- entendiéramos que hay que recuperar ese factor algo olvidado que es, para decirlo crudamente, la buena leche. Y si ese asesino a sueldo interpretado por Hader fue -muchas veces involuntariamente- un destructor de todo a lo que se acercaba, el técnico encarnado por Sudeikis fue -también muchas veces involuntariamente- un reconstructor de personas, alguien que cambió a todos a su alrededor para bien.

En su continuada apuesta por indagar en los defectos, miedos y hasta miserias de sus personajes, para luego encontrar un camino de deconstrucción, reconstrucción y redención, esta tercera temporada de Ted Lasso fue la más ambiciosa temática y narrativamente, aunque también la más floja. Se notó eso particularmente en la duración excesiva de muchos de sus episodios (que pasaron de 30/40 minutos a una hora), sin que eso evitara que unas cuantas resoluciones lucieran entre apresuradas y arbitrarias. Sucedió con la subtrama de Nathan Shelley (Nick Mohammed), que pasó de “Niño Maravilla” y cómplice del malvado Rupert Mannion (Anthony Head), a encontrar el amor y recuperar la memoria sobre quién fue antes de forma un tanto apresurada y con un cierre que lo dejó muy relegado si pensamos su protagonismo previo. También con Keeley Jones (Juno Temple) y su romance con la millonaria Jack Danvers (Jodi Balfour, en un personaje remarcadísimo), que pareció estar solo para enhebrar gestos relacionados con la diversidad y el empoderamiento femenino. Eso terminó afectando los niveles de algunos capítulos no del todo logrados y muy dispersos, como We´ll never have Paris y Signs.

Pero incluso esos episodios un tanto fallidos tuvieron momentos potentes y otros, como International break y The strings that bind us, mostraron que hay una especie de meseta repleta de excelencia por donde la serie se ha podido mover con total tranquilidad, casi sin esforzarse. A cambio, hubo un puñado de capítulos notables, con una belleza formal sutil y encantadora, y una calidez en el tono que permitió tránsitos llamativos de la comedia al drama, y viceversa, incluso en una misma escena: (I don’t want to go to) Chelsea, Sunflowers y Mom city, por caso, pudieron funcionar como relatos encapsulados y, al mismo tiempo, lograr particulares instancias de aprendizaje en los personajes. Especialmente el segundo, que es un ejemplo hermoso de cómo trabajar en la coralidad y sumar historias que encuentran caminos propios, para finalmente retroalimentarse entre sí en una última secuencia de una belleza llamativa.

Quizás el cierre de Ted Lasso no haya sido perfecto, y por eso se deja la puerta abierta para posibles spinoffs, lo cual no estaría mal. Pero también es cierto que fue una serie donde precisamente el centro de todo -desde los eventos hasta lo que les pasaba a los personajes- estuvo en las imperfecciones, en cómo hacerse cargo, corregir los defectos, sacar lo mejor de cada uno y seguir adelante. La grandeza de Ted Lasso no estuvo en el prestigio acumulado a lo largo del tiempo, sino en la capacidad para armar un equipo donde todos los talentos se combinaron y retroalimentaron con un optimismo inquebrantable. Y claro, en saber cuándo dar vuelta la página, cerrar una historia -o más bien, una gran suma de historias- y encarar nuevos desafíos. Al fin y al cabo, siempre tendremos a Richmond y su ética inquebrantable para la ficción, el deporte y la vida.

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